Ciudad
del Vaticano, 5 de abril de 2012 (VIS).-En la basílica de San Juan
de Letrán, catedral de Roma, Benedicto XVI celebró, a las 17.30, la
Santa Misa de la Cena del Señor, dando comienzo así al Triduo
Pascual de 2012. Como es tradicional en la liturgia del Jueves Santo,
el Papa lavó los pies a doce sacerdotes de la diócesis de Roma.
El
Jueves Santo, dijo el Papa en su homilía, “no es sólo el día de
la Institución de la Santa Eucaristía, cuyo esplendor ciertamente
se irradia sobre todo lo demás y, por así decir, lo atrae dentro de
sí. También forma parte del Jueves Santo la noche oscura del Monte
de los Olivos, hacia la cual Jesús se dirige con sus discípulos;
forman parte también la soledad y el abandono de Jesús que, orando,
va al encuentro de la oscuridad de la muerte”.
Los
discípulos, “cuya cercanía quiso Jesús en está hora de extrema
tribulación como elemento de apoyo humano, pronto se durmieron. No
obstante, escucharon algunos fragmentos de las palabras de la oración
de Jesús y observaron su actitud. Ambas cosas se grabaron
profundamente en sus almas, y ellos lo transmitieron a los cristianos
para siempre. Jesús llama a Dios «Abbá». Y esto significa –como
ellos añaden– «Padre». Pero no de la manera en que se usa
habitualmente la palabra «padre», sino como expresión del lenguaje
de los niños, una palabra afectuosa con la cual no se osaba
dirigirse a Dios. Es el lenguaje de quien es verdaderamente «niño»,
Hijo del Padre, de Aquél que se encuentra en comunión con Dios, en
la más profunda unidad con Él”.
“Si
nos preguntamos cuál es el elemento más característico de la
imagen de Jesús en los evangelios -observó el pontífice-, debemos
decir: su relación con Dios (…). Ahora conocemos a Dios tal como
es verdaderamente. Él es Padre, bondad absoluta a la que podemos
encomendarnos. (...) Él, que es la bondad, es al mismo tiempo poder,
es omnipotente. El poder es bondad y la bondad es poder. Esta
confianza la podemos aprender de la oración de Jesús en el Monte de
los Olivos”.
Lucas,
explicó el Santo Padre, “afirma que Jesús oraba arrodillado. En
los Hechos de los Apóstoles, habla de los santos, que oraban de
rodillas. (...) Así, Lucas ha trazado una pequeña historia del orar
arrodillados de la Iglesia naciente. Los cristianos, con su
arrodillarse, se ponen en comunión con la oración de Jesús en el
Monte de los Olivos. En la amenaza del poder del mal, ellos, en
cuanto arrodillados, están de pie ante el mundo, pero, en cuanto
hijos, están de rodillas ante el Padre. Ante la gloria de Dios, los
cristianos nos arrodillamos y reconocemos su divinidad, expresando
también en este gesto nuestra confianza en que Él triunfe”.
“Jesús
forcejea con el Padre. Combate consigo mismo. Y combate por nosotros.
Experimenta la angustia ante el poder de la muerte. Esto es ante todo
la turbación propia del hombre, más aún, de toda criatura viviente
ante la presencia de la muerte. En Jesús, sin embargo, se trata de
algo más. En las noches del mal, Él ensancha su mirada. Ve la marea
sucia de toda la mentira y de toda la infamia que le sobreviene en
aquel cáliz que debe beber. Es el estremecimiento del totalmente
puro y santo frente a todo el caudal del mal de este mundo, que recae
sobre Él (…) La Carta a los Hebreos ha definido el combate de
Jesús en el Monte de los Olivos como un acto sacerdotal. En esta
oración de Jesús, impregnada de una angustia mortal, el Señor
ejerce el oficio del sacerdote: toma sobre sí el pecado de la
humanidad, a todos nosotros, y nos conduce al Padre”.
Finalmente,
“debemos prestar atención aún al contenido de la oración de
Jesús en el Monte de los Olivos. Jesús dice: «Padre: tú lo puedes
todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como
tú quieres» La voluntad natural del hombre Jesús retrocede
asustada ante algo tan ingente. Pide que se le evite eso. Sin
embargo, en cuanto Hijo, abandona esta voluntad humana en la voluntad
del Padre: no yo, sino tú. Con esto ha transformado la actitud de
Adán, el pecado primordial del hombre, salvando de este modo al
hombre. La actitud de Adán había sido: No lo que tú has querido,
Dios; quiero ser dios yo mismo (...) Esta es la rebelión fundamental
que atraviesa la historia, y la mentira de fondo que desnaturaliza la
vida. Cuando el hombre se pone contra Dios, se pone contra la propia
verdad y, por tanto, no llega a ser libre, sino alienado de sí
mismo. Únicamente somos libres si estamos en nuestra verdad, si
estamos unidos a Dios. Entonces nos hacemos verdaderamente «como
Dios», no oponiéndonos a Dios, no desentendiéndonos de Él o
negándolo. En el forcejeo de la oración en el Monte de los Olivos,
Jesús ha deshecho la falsa contradicción entre obediencia y
libertad, y ha abierto el camino hacia la libertad”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario