Ciudad
del Vaticano, 14 de junio 2015 (Vis).-La eficacia de la Palabra de
Dios y las exigencias de su Reino, que son las razones de nuestra
esperanza y de nuestro compromiso con la historia, fueron el tema de
la reflexión del Papa antes del Angelus dominical. A los miles de
fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, Francisco explicó las dos
breves parábolas del Evangelio: la de la semilla que arrojada en
tierra crece sola y la del diminuto grano de mostaza que llega a ser,
en cambio, la planta más grande del huerto.
''En
la primera parábola -dijo- se llama la atención sobre el hecho de
que la semilla, echada en tierra, arraiga y crece sola, sea que el
campesino duerma o que vele. El campesino confía tanto en la
potencia de la semilla como en la fertilidad del terreno. En el
lenguaje evangélico, la semilla es símbolo de la Palabra de Dios,
cuya fecundidad recuerda esta parábola. Lo mismo que la humilde
semilla crece en la tierra, la Palabra obra con la potencia de Dios
en el corazón de quien la escucha. Dios ha confiado su Palabra a
nuestra tierra, es decir a cada uno de nosotros, con nuestra
humanidad concreta''.
La
segunda parábola utiliza la imagen del grano de mostaza que, a
pesar de ser el más pequeño de todos, se convierte en “la más
grande de todas las plantas del huerto ''Así es el Reino de Dios:
una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante. Para
entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en el corazón;
no confiar en la propia capacidad, sino en el poder del amor de Dios;
no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino
preciosos ante los ojos de Dios, que prefiere siempre a los sencillos
y humildes. Cuando vivimos así, a través de nosotros irrumpe la
fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una
realidad que hace fermentar la entera masa del mundo y de la
historia''.
La
enseñanza de estas dos parabólas, subrayó Francisco es que el
Reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre todo,
iniciativa y don del Señor. ''Nuestra débil obra, aparentemente
pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si se
inserta en la obra de Dios no teme las dificultades. La victoria del
Señor es segura: su amor hará brotar y crecer cada semilla de bien
presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza,
a pesar de los dramas, de las injusticias y los sufrimientos que
encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y crece, porque
la hace madurar el amor misericordioso de Dios''.
''Que
la Santísima Virgen, que acogió como “tierra fecunda” la
semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que
jamás nos decepciona'', finalizó el Pontífice.
No hay comentarios:
Publicar un comentario