Ciudad
del Vaticano, 28 de julio 2013 (VIS).-A las 13.00 de ayer sábado el
Papa se reunió con los cardenales de Brasil, la presidencia de la
Conferencia Episcopal Brasileña y los obispos de esa nación en el
arzobispado de Río de Janeiro. La reunión estuvo precedida por un
almuerzo. La Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB) es la
más numerosa del mundo ya que cuenta con 275 circunscripciones
eclesiásticas, de las cuales 44 son diócesis metropolitanas, 213
diócesis, 3 eparquías, 11 prelaturas, 1 exarcado, un Ordinariato
para los fieles de rito oriental sin Ordinario propio, un Ordinariato
militar y una administración apostólica personal. Los obispos son
459 y los cardenales 9, entre los cuales cinco son electores. El
presidente de la CNBB es el cardenal Raymundo Damasceno Assis,
arzobispo de Aparecida.
Ofrecemos
a continuación un amplio resumen del discurso pronunciado por el
Papa:
1.
Aparecida: clave de lectura para la misión de la Iglesia
En
Aparecida, Dios ha ofrecido su propia Madre al Brasil. Pero Dios ha
dado también en Aparecida una lección sobre sí mismo, sobre su
forma de ser y de actuar. Una lección de esa humildad que pertenece
a Dios como un rasgo esencial y
que está en el ADN de Dios. En Aparecida hay algo perenne que
aprender sobre Dios y sobre la Iglesia; una enseñanza que ni la
Iglesia en Brasil, ni Brasil mismo deben olvidar. En el origen del
evento de Aparecida está la búsqueda de unos pobres pescadores.
Mucha hambre y pocos recursos. La gente siempre necesita pan. Los
hombres comienzan siempre por sus necesidades, también hoy....En
primer lugar aparece el esfuerzo, quizás el cansancio de la pesca,
y, sin embargo, el resultado es escaso: un revés, un fracaso. A
pesar del sacrificio, las redes están vacías.
Después,
cuando Dios quiere, él mismo aparece en su misterio. Las aguas son
profundas y, sin embargo, siempre esconden la posibilidad de Dios; y
él llegó por sorpresa,quizás
cuando ya no se lo esperaba. Siempre se pone a prueba la
paciencia de los que le esperan. Y Dios llegó de un modo nuevo,
porque siempre Dios es sorpresa:
una imagen de frágil arcilla, ennegrecida por las aguas del río, y
también envejecida por el tiempo. Dios aparece siempre con aspecto
de pequeñez .Así apareció entonces la imagen de la Inmaculada
Concepción. Primero el cuerpo, luego la cabeza, después cuerpo y
cabeza juntos: unidad. Lo que estaba separado recobra la unidad. El
Brasil colonial estaba dividido por el vergonzoso muro de la
esclavitud. La Virgen de Aparecida se presenta con el rostro negro,
primero dividida y después unida en manos de los pescadores... En
Aparecida, desde el principio, Dios nos da un mensaje de
recomposición de lo que está separado, de reunión de lo que está
dividido. Los muros, barrancos y distancias, que también hoy
existen, están destinados a desaparecer. La Iglesia no puede
desatender esta lección: ser instrumento de reconciliación.
Los
pescadores no desprecian el misterio encontrado en el río, aun
cuando es un misterio que aparece incompleto. No tiran las partes del
misterio. Esperan la plenitud. Y ésta no tarda en llegar. Hay algo
sabio que hemos de aprender. Hay piezas de un misterio, como partes
de un mosaico, que vamos
encontrando. Nosotros queremos ver el todo con demasiada
prisa, mientras que Dios se hace ver poco a poco. También la Iglesia
debe aprender esta espera. Después, los pescadores llevan a casa el
misterio. La gente sencilla siempre tiene espacio para albergar el
misterio. Tal vez hemos reducido nuestro hablar del misterio a una
explicación racional; pero en la gente, el misterio entra por el
corazón. En la casa de los pobres, Dios siempre encuentra sitio.
Los
pescadores ...arropan el misterio de la Virgen que han pescado, como
si tuviera frío y necesitara calor. Dios pide que se le resguarde en
la parte más cálida de nosotros mismos: el corazón. Después será
Dios quien irradie el calor que necesitamos, pero primero entra con
la astucia de quien mendiga. Los pescadores cubren el misterio de la
Virgen con el pobre manto de su fe. Llaman a los vecinos para que
vean la belleza encontrada, se reúnen en torno a ella, cuentan sus
penas en su presencia y le encomiendan sus preocupaciones. Hacen
posible así que las intenciones de Dios se realicen: una gracia, y
luego otra; una gracia que abre a otra; una gracia que prepara a
otra. Dios va desplegando gradualmente la humildad misteriosa de su
fuerza.
Hay
mucho que aprender de esta actitud de los pescadores. Una iglesia que
da espacio al misterio de Dios; una iglesia que alberga en sí misma
este misterio, de manera que pueda maravillar a la gente, atraerla.
Sólo la belleza de Dios puede atraer. El camino de Dios es el de la
atracción... A Dios, uno se lo lleva a casa. Él despierta en el
hombre el deseo de tenerlo en su propia vida, en su propio hogar, en
el propio corazón. Él despierta en nosotros el deseo de llamar a
los vecinos para dar a conocer su belleza. La misión nace
precisamente de este hechizo divino, de este estupor del encuentro.
Hablamos de la misión, de Iglesia misionera. Pienso en los
pescadores que llaman a sus vecinos para que vean el misterio de la
Virgen. Sin la sencillez de su actitud, nuestra misión está
condenada al fracaso.
La
Iglesia siempre tiene necesidad apremiante de no olvidar la lección
de Aparecida, no la puede desatender. Las redes de la Iglesia son
frágiles, quizás remendadas; la barca de la Iglesia no tiene la
potencia de los grandes transatlánticos que surcan los océanos. Y,
sin embargo, Dios quiere manifestarse precisamente a través de
nuestros medios, medios pobres, porque siempre es él quien
actúa...El resultado del trabajo pastoral no se basa en la riqueza
de los recursos, sino en la creatividad del amor. Ciertamente, es
necesaria la tenacidad, el esfuerzo, el trabajo, la planificación,
la organización, pero hay que saber ante todo que la fuerza de la
Iglesia no reside en sí misma, sino que está escondida en las aguas
profundas de Dios, en las que ella está llamada a echar las redes.
Otra
lección que la Iglesia ha de recordar siempre es que no puede
alejarse de la sencillez, de lo contrario olvida el lenguaje del
misterio, y se queda fuera,
a las puertas del misterio, y, por
supuesto, no consigue entrar en aquellos que pretenden
de la Iglesia lo que no
pueden darse por sí mismos, es decir, Dios.. A veces perdemos a
quienes no nos entienden porque hemos olvidado la sencillez,
importando de fuera también una racionalidad ajena a nuestra gente.
Sin la gramática de la simplicidad, la Iglesia se ve privada de las
condiciones que hacen posible “pescar” a Dios en las aguas
profundas de su misterio. Aparecida se hizo presente en un cruce de
caminos. La vía que unía Río de Janeiro, la capital, con San
Pablo, la provincia emprendedora que estaba naciendo, y Minas Gerais,
las minas tan codiciadas por las
Cortes europeas: una encrucijada del Brasil colonial. Dios
aparece en los cruces. La Iglesia en Brasil no puede olvidar esta
vocación inscrita en ella desde su primer aliento: ser capaz de
sístole y diástole, de recoger y difundir.
2.
Aprecio por la trayectoria de la Iglesia en Brasil
Los
obispos de Roma han llevado siempre en su corazón a Brasil y a su
Iglesia...Hoy deseo reconocer el trabajo sin reservas de ustedes,
Pastores, en sus Iglesias. Pienso en los obispos que están en la
selva, subiendo y bajando por los ríos, en las zonas semiáridas, en
el Pantanal, en la pampa, en las junglas urbanas de las megalópolis.
Amen siempre con una dedicación total a su grey. Pero pienso también
en tantos nombres y tantos rostros que han dejado una huella
indeleble en el camino de la Iglesia en Brasil, haciendo palpable la
gran bondad de Dios para con esta iglesia. La Iglesia en Brasil ha
recibido y aplicado con originalidad el Concilio Vaticano II y el
camino recorrido, aunque ha debido superar algunas enfermedades
infantiles, ha llevado gradualmente a una Iglesia más madura,
generosa y misionera. Hoy nos encontramos en un nuevo momento. Como
ha expresado bien el Documento de Aparecida, no es una época de
cambios, sino un cambio de época. Entonces, también hoy es urgente
preguntarse: ¿Qué nos pide Dios? Quisiera intentar ofrecer algunas
líneas de respuesta a esta pregunta.
3.
El icono de Emaús como clave de lectura del presente y del futuro.
Ante
todo, no hemos de ceder al miedo del que hablaba el Beato John Henry
Newman: “El mundo cristiano se está haciendo estéril, y se agota
como una tierra sobreexplotada, que se convierte en arena”. No hay
que ceder al desencanto, al desánimo, a las lamentaciones. Hemos
trabajado mucho, y a veces nos parece que hemos fracasado, y
tenemos el sentimiento de quien
debe hacer balance de una temporada ya perdida, viendo a los
que se han marchado o ya no nos consideran creíbles,
relevantes.
Releamos
una vez más el episodio de Emaús desde este punto de vista. Los dos
discípulos huyen de Jerusalén. Se alejan de la “desnudez” de
Dios. Están escandalizados por el fracaso del Mesías en quien
habían esperado y que ahora aparece irremediablemente derrotado,
humillado, incluso después del tercer día. Es el misterio difícil
de quien abandona la Iglesia; de aquellos que, tras haberse dejado
seducir por otras propuestas, creen que la Iglesia —su Jerusalén—
ya no puede ofrecer algo significativo e importante. Y, entonces, van
solos por el camino con su propia desilusión. Tal vez la Iglesia se
ha mostrado demasiado débil, demasiado lejana de sus necesidades,
demasiado pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría
para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio
lenguaje rígido; tal vez el mundo parece haber convertido a la
Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas
cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del
hombre, pero no para su edad adulta. El hecho es que actualmente hay
muchos como los dos discípulos de Emaús; no sólo los que buscan
respuestas en los nuevos y difusos grupos religiosos, sino también
aquellos que parecen vivir ya sin Dios, tanto en la teoría como en
la práctica.
Ante
esta situación, ¿qué hacer? Hace falta una Iglesia que no tenga
miedo a entrar en la
noche de ellos
...Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos
que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio
desencanto, con la decepción de un cristianismo considerado ya
estéril, infecundo, impotente para generar sentido.
La
globalización implacable y la intensa
urbanización a menudo salvajes,
prometían mucho. Muchos se
han enamorado de sus posibilidades y en ellas hay
algo realmente positivo, como por
ejemplo, la disminución de las distancias, el acercamiento entre las
personas y culturas, la difusión de la información y los servicios.
Pero, por otro lado, muchos vivencian sus efectos negativos sin darse
cuenta de cómo ellos comprometen su visión del hombre y del mundo,
generando más desorientación y un vacío que no logran explicar.
Algunos de estos efectos son la confusión del sentido de la vida, la
desintegración personal, la pérdida de la experiencia de pertenecer
a un “nido”, la falta de hogar y vínculos profundos.
Y
como no hay quien los acompañe y muestre con su vida el verdadero
camino muchos han buscado atajos, porque la “medida” de la
gran Iglesia parece demasiado alta. Hay
aún los que reconocen el ideal del hombre y de la vida propuesto por
la Iglesia pero no se atreven a abrazarlo. Piensan que el ideal es
demasiado grande para ellos, está fuera de sus posibilidades ...Sin
embargo , no pueden vivir
sin tener al menos algo, aunque sea una caricatura, de
eso que les parece demasiado alto y lejano. Con la
desilusión en el corazón, van
en busca de alguien que les ilusione de nuevo
o se resignan a una adhesión parcial que en definitiva no alcanza a
dar plenitud a sus vidas. La gran sensación de abandono y
soledad, de no pertenecerse ni siquiera a sí mismos, que surge a
menudo en esta situación, es demasiado dolorosa para acallarla. Hace
falta un desahogo y, entonces, queda la vía del lamento. Pero
incluso el lamento se convierte a su vez en un boomerang que vuelve y
termina por aumentar la infelicidad. Hay pocos que todavía saben
escuchar el dolor; al menos, hay que anestesiarlo.
Hoy,
ante este panorama, hace
falta una Iglesia capaz de acompañar, de ir más allá del mero
escuchar; una Iglesia que acompañe en el camino poniéndose en
marcha con la gente; una Iglesia que pueda descifrar esa noche que
entraña la fuga de Jerusalén de tantos hermanos y hermanas; una
Iglesia que se dé cuenta de que las razones por las que hay gente
que se aleja, contienen ya en sí mismas también los motivos
para un posible retorno, pero es necesario saber leer el todo con
valentía.
Quisiera
que hoy nos preguntáramos todos: ¿Somos aún una Iglesia...que
pueda hacer volver a Jerusalén? ¿De acompañar a casa? En Jerusalén
residen nuestras fuentes: Escritura, catequesis, sacramentos,
comunidad, la amistad del Señor, María y los Apóstoles... ¿Somos
capaces todavía de presentar estas fuentes, de modo que se despierte
la fascinación por su belleza? Muchos se han ido porque se les ha
prometido algo más alto, algo más fuerte, algo más veloz. Pero,
¿hay algo más alto que el amor revelado en Jerusalén? Nada es más
alto que el abajamiento de la cruz, porque allí se alcanza
verdaderamente la altura del amor. ¿Somos aún capaces de mostrar
esta verdad a quienes piensan que la verdadera altura de la vida está
en otra parte?¿Alguien conoce algo de más fuerte que el poder
escondido en la fragilidad del amor, de la bondad, de la verdad, de
la belleza?
La
búsqueda de lo que cada vez es más veloz atrae al hombre de hoy:
internet veloz, coches y aviones rápidos, relaciones inmediatas...
Y, sin embargo, se nota una necesidad desesperada de calma, diría de
lentitud. La Iglesia, ¿sabe todavía ser lenta: en el tiempo, para
escuchar, en la paciencia, para reparar y reconstruir? ¿O acaso
también la Iglesia se ve arrastrada por el frenesí de la
eficiencia? Recuperemos, queridos hermanos, la calma de saber ajustar
el paso a las posibilidades de los peregrinos, al ritmo de su
caminar, la capacidad de estar siempre cerca para que puedan abrir un
resquicio en el desencanto que hay en su corazón, y así poder
entrar en él... Se necesita una
Iglesia que vuelva a traer calor ... que también hoy pueda
devolver la ciudadanía a tantos de sus hijos que caminan como en un
éxodo.
4.
Los desafíos de la Iglesia en Brasil
La
prioridad de la formación: obispos, sacerdotes, religiosos y
laicos..Es importante promover y cuidar una formación de calidad,
que cree personas capaces de bajar en la noche sin verse dominadas
por la oscuridad y perderse; de escuchar la ilusión de tantos, sin
dejarse seducir; de acoger las desilusiones, sin desesperarse y caer
en la amargura; de tocar la desintegración del otro, sin dejarse
diluir y descomponerse en su propia identidad. Se necesita una
solidez humana, cultural, afectiva, espiritual y doctrinal. Queridos
hermanos en el episcopado, hay que tener el valor de una revisión a
fondo de las estructuras de formación y preparación del
clero y del laicado de la Iglesia en Brasil. Ustedes no pueden
delegar esta tarea, sino asumirla como algo fundamental para el
camino de sus Iglesias.
Colegialidad
y solidaridad de la Conferencia Episcopal. Es importante recordar
Aparecida, el método de recoger la diversidad. No tanto diversidad
de ideas para elaborar un documento, sino variedad de experiencias de
Dios para poner en marcha una dinámica vital...Se necesita, pues,
una valorización creciente del elemento local y regional. No es
suficiente una burocracia central, sino que es preciso hacer crecer
la colegialidad y la solidaridad: será una verdadera riqueza para
todos.
Estado
permanente de misión y conversión pastoral
Sobre
la misión se ha de recordar que su urgencia proviene de su
motivación interna: la de transmitir un legado; y, sobre el método,
es decisivo recordar que un legado es como el testigo, la posta en la
carrera de relevos: no se lanza al aire y quien consigue agarrarlo,
bien, y quien no, se queda sin él. Para transmitir el legado hay que
entregarlo personalmente, tocar a quien se le quiere dar, transmitir
este patrimonio. Sobre la conversión pastoral, quisiera recordar que
“pastoral” no es otra cosa que el ejercicio de la maternidad de
la Iglesia...Se requiere, pues, una Iglesia capaz de redescubrir las
entrañas maternas de la misericordia. Sin la misericordia, poco se
puede hacer hoy para insertarse en un mundo de “heridos”, que
necesitan comprensión, perdón y amor. En la misión, también en la
continental, es muy importante reforzar la familia, que sigue siendo
la célula esencial para la sociedad y para la Iglesia; los jóvenes,
que son el rostro futuro de la Iglesia; las mujeres, que tienen un
papel fundamental en la transmisión de la fe. No reduzcamos el
compromiso de las mujeres en la Iglesia, sino que promovamos su
participación activa en la comunidad eclesial. Si
la Iglesia pierde a las mujeres en su total y real dimensión,... se
expone a la esterilidad. Aparecida destaca también la vocación y la
misión del varón en la familia, la Iglesia y la sociedad como
padres, trabajadores y ciudadanos. ¡Ténganlo en cuenta!”
La
tarea de la Iglesia en la sociedad
En
el ámbito social, sólo hay una cosa que la Iglesia pide con
particular claridad: la libertad de anunciar el Evangelio de modo
integral, aun cuando esté en contraste con el mundo, cuando vaya
contracorriente, defendiendo el tesoro del cual es solamente
guardiana, y los valores de los que no dispone, pero que ha recibido
y a los cuales debe ser fiel. La Iglesia sostiene el derecho de
servir al hombre en su totalidad, diciéndole lo que Dios ha revelado
sobre el hombre y su realización. La Iglesia quiere hacer presente
ese patrimonio inmaterial sin el cual la sociedad se desmorona...La
Iglesia tiene el derecho y el deber de mantener encendida la llama de
la libertad y de la unidad del hombre. Las urgencias de Brasil son la
educación, la salud, la paz social. La Iglesia tiene una palabra que
decir sobre estos temas, porque para responder adecuadamente a estos
desafíos no bastan soluciones meramente técnicas, sino que hay que
tener una visión subyacente del hombre, de su libertad, de su valor,
de su apertura a la trascendencia.
La
Amazonia como tornasol, banco de pruebas para la Iglesia y la
sociedad brasileña
La
Iglesia no está en la Amazonia como quien tiene hechas las maletas
para marcharse después de haberla explotado todo lo que ha podido.
La Iglesia está presente en la Amazonia desde el principio con
misioneros, congregaciones religiosas, y todavía hoy está presente
y es determinante para el futuro de la zona...Quisiera invitar a
todos a reflexionar sobre lo que Aparecida dijo sobre la Amazonia, y
también el vigoroso llamamiento al respeto y la custodia de toda la
creación, que Dios ha confiado al hombre, no para explotarla
salvajemente, sino para que la convierta en un jardín.
Queridos
hermanos, he tratado de ofrecer de una manera fraterna algunas
reflexiones y líneas de trabajo en una Iglesia como la que está en
Brasil, que es un gran mosaico de piedritas,
de imágenes, de formas, problemas y retos, pero que precisamente por
eso constituye una enorme riqueza. La Iglesia nunca es uniformidad,
sino diversidad que se armoniza en la unidad, y esto vale para toda
realidad eclesial”.
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