Ciudad
del Vaticano, 26 julio 2013
(VIS).- Al
finalizar ayer la misa matutina en la residencia Sumaré, el Papa
visitó el "Palácio de Cidade", ayuntamiento de Río de
Janeiro a las 9.45 horas. En el balcón del salón central, el
alcalde Eduardo Paes, entregó al Papa las llaves de la ciudad. Desde
allí se desplazaron a los jardines del Palacio, donde Francisco
bendijo las banderas de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos y
saludó a varios jóvenes atletas representantes de distintas
modalidades deportivas. Además de los Mundiales de Futbol de 2014,
Brasil celebrará en 2016 las XXXI Olimpiadas, siendo la primera vez
en la historia que los Juegos Olímpicos se celebran en Sudamérica.
A las 10 de la mañana,
el Papa se trasladó en coche a la comunidad de Varginha, Manguinhos,
a unos 18 kilómetros de distancia. Esta comunidad forma parte de una
de las más amplias favelas de la zona norte de la ciudad que fue
pacificada por la policía local. El término Favela viene de faveila
o mandioca brava, una planta leguminosa áspera y agreste que crece
en plaga en varias regiones de Brasil. Se dice que en noviembre de
1897, los soldados que habían ganado la Guerra de Canudos en Bahía,
desembarcaron en Río porque el gobierno les había prometido casas.
Al ver que la burocracia era interminable, ocuparon la colina de
Gamboa, construyeron sus chozas allí y llamaron al lugar Morro da
Favela.
El Santo Padre llegó a
las 11 de la mañana donde fue recibido por el párroco, el vicario
episcopal y la superiora de las Hermanas de la Caridad. Desde allí
se dirigió a la pequeña iglesia de S. Girolamo Emiliani y tras un
momento de oración se desplazó a pie al campo de fútbol donde le
esperaba reunida toda la comunidad. De camino, el pontífice visitó
a una familia y antes de su discurso, saludó a los esposos Rangler
y Joana.
Francisco
confesó que su deseo al programar el viaje a Brasil, era poder
visitar todos los barrios de la nación pero por la magnitud del país
le era imposible así que tuvo que elegir uno. "Habría querido
llamar a cada puerta, decir "Buenos días", pedir un vaso
de agua fresca, tomar un "cafezinho" -no una copa de
orujo-, hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno,
de los padres, los hijos, los abuelos... Pero Brasil, ¡es tan
grande! Y no se puede llamar a todas las puertas". El Papa
agradeció de nuevo a todos los brasileños la "calurosa
bienvenida", la decoración de las calles, "signo de afecto
que nace del corazón" y el haber sido recibido "con amor,
generosidad, y alegría". Recordó que "cuando somos
generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella, no nos
hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos" y mencionó el
proverbio brasileño "siempre se puede añadir más agua a los
frijoles".
"El
pueblo brasileño, -dijo- especialmente las personas más sencillas,
pueden dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra
-esta palabra solidaridad- a menudo olvidada u omitida, porque es
incómoda". Con estas palabras el Papa hizo un llamamiento "a
quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los
hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no
se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie
puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen
en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y
responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas
injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del
individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que
construye y lleva a un mundo más habitable, no es ésta, sino la
cultura de la solidaridad; la cultura de la solidaridad no es ver en
el otro un competidor o un número, sino un hermano. Y todos nosotros
somos hermanos".
Francisco,
alentando los esfuerzos que la sociedad brasileña hace para integrar
todas las partes en la lucha contra el hambre y la miseria, acentuó
que "ningún esfuerzo de "pacificación" será
duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que
ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí
misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más
aún, pierde algo que es esencial para ella. No dejemos entrar en
nuestro corazón la cultura del descarte. No dejemos entrar en
nuestro corazón la cultura del descarte, porque somos hermanos. No
hay que descartar a nadie. Recordémoslo siempre: sólo cuando se es
capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se
comparte se multiplica. Pensemos en la multiplicación de los panes
de Jesús. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada
por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no
tiene más que su pobreza".
El
Papa recordó que la Iglesia desea ofrecer su colaboración a toda
iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada
persona y de todas las personas y remarcó que "existe un hambre
más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede
saciar. Hambre de dignidad. No hay una verdadera promoción del bien
común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los
pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes
inmateriales: la vida, que es un don de Dios, un valor que siempre se
ha de tutelar y promover; la familia, fundamento de la convivencia y
remedio contra la desintegración social; la educación integral, que
no se reduce a una simple transmisión de información con el
objetivo de producir ganancias; la salud, que debe buscar el
bienestar integral de la persona, incluyendo la dimensión
espiritual, esencial para el equilibrio humano y una sana
convivencia; la seguridad, en la convicción de que la violencia sólo
se puede vencer partiendo del cambio del corazón humano".
El
Santo Padre dedicó unas palabras a los jóvenes que "a menudo
se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas
que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio
interés... Nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que
la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede
cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no
habituarse al mal, sino a vencerlo con el bien".
Antes
de finalizar el Papa recordó a todos los habitantes de la Comunidad
de Varginha que "no están solos, la Iglesia está con ustedes,
el Papa está con ustedes. Llevo a cada uno de ustedes en mi corazón
y hago mías las intenciones que albergan en lo más íntimo: la
gratitud por las alegrías, las peticiones de ayuda en las
dificultades, el deseo de consuelo en los momentos de dolor y
sufrimiento" y les encomendó a la intercesión de Nuestra
Señora de Aparecida, la Madre de todos los pobres del Brasil
impartiéndoles su bendición.
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