CIUDAD DEL VATICANO, 18 DIC 2011 (VIS).-Después de visitar la cárcel romana de Rebibbia, el Santo Padre regresó al Palacio Apostólico Vaticano y se asomó a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.
El Pontífice introdujo la oración mariana con una reflexión sobre la importancia de la virginidad de María. Recordó las palabras del profeta Isaías: “Mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Enmanuel”, y afirmó que “esta antigua promesa se ha cumplido abundantemente en la Encarnación del Hijo de Dios. Efectivamente, la virgen María no sólo ha concebido, sino que lo ha hecho por obra del Espíritu Santo, es decir, de Dios mismo. El ser humano que comienza a vivir en su seno toma la carne de María, pero su existencia deriva totalmente de Dios”.
“El hecho de que María conciba permaneciendo virgen es esencial para conocer a Jesús y para nuestra fe, porque testimonia que la iniciativa ha partido de Dios, y sobre todo revela quién es el concebido. Como dice el Evangelio, ‘por eso el que nacerá será santo y será llamado Hijo de Dios’. En este sentido, la virginidad de María y la divinidad de Jesús se garantizan recíprocamente”.
“Dios espera el ‘sí’ de esta joven para realizar su plan. Respeta su dignidad y su libertad. (…) La virginidad de María es única e irrepetible, pero su significado espiritual tiene que ver con todos los cristianos. En sustancia, está ligado a la fe: quien confía profundamente en el amor de Dios, acoge en sí a Jesús, su vida divina, por la acción del Espíritu Santo. Éste es el misterio de la Navidad”.
Tras el Ángelus, Benedicto XVI quiso manifestar su cercanía a la población del sur de Filipinas, afectada por una tormenta tropical que ha causado numerosas pérdidas de vidas humanas y daños materiales: “Rezo por las víctimas, en gran parte niños, por quienes se han quedado sin casa y por los numerosos desaparecidos”.
Finalmente, saludó en diversas lenguas a los peregrinos presentes en la plaza, y de modo especial a los españoles, ya que el sábado fueron proclamados beatos en Madrid veintidós Oblatos de María Inmaculada y un laico, asesinados en 1936. “A la alegría por su beatificación –dijo el Papa- se une la esperanza de que su sacrificio dé aún numerosos frutos de conversión y reconciliación”.
ANG/ VIS 20111219 (440)
El Pontífice introdujo la oración mariana con una reflexión sobre la importancia de la virginidad de María. Recordó las palabras del profeta Isaías: “Mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Enmanuel”, y afirmó que “esta antigua promesa se ha cumplido abundantemente en la Encarnación del Hijo de Dios. Efectivamente, la virgen María no sólo ha concebido, sino que lo ha hecho por obra del Espíritu Santo, es decir, de Dios mismo. El ser humano que comienza a vivir en su seno toma la carne de María, pero su existencia deriva totalmente de Dios”.
“El hecho de que María conciba permaneciendo virgen es esencial para conocer a Jesús y para nuestra fe, porque testimonia que la iniciativa ha partido de Dios, y sobre todo revela quién es el concebido. Como dice el Evangelio, ‘por eso el que nacerá será santo y será llamado Hijo de Dios’. En este sentido, la virginidad de María y la divinidad de Jesús se garantizan recíprocamente”.
“Dios espera el ‘sí’ de esta joven para realizar su plan. Respeta su dignidad y su libertad. (…) La virginidad de María es única e irrepetible, pero su significado espiritual tiene que ver con todos los cristianos. En sustancia, está ligado a la fe: quien confía profundamente en el amor de Dios, acoge en sí a Jesús, su vida divina, por la acción del Espíritu Santo. Éste es el misterio de la Navidad”.
Tras el Ángelus, Benedicto XVI quiso manifestar su cercanía a la población del sur de Filipinas, afectada por una tormenta tropical que ha causado numerosas pérdidas de vidas humanas y daños materiales: “Rezo por las víctimas, en gran parte niños, por quienes se han quedado sin casa y por los numerosos desaparecidos”.
Finalmente, saludó en diversas lenguas a los peregrinos presentes en la plaza, y de modo especial a los españoles, ya que el sábado fueron proclamados beatos en Madrid veintidós Oblatos de María Inmaculada y un laico, asesinados en 1936. “A la alegría por su beatificación –dijo el Papa- se une la esperanza de que su sacrificio dé aún numerosos frutos de conversión y reconciliación”.
ANG/ VIS 20111219 (440)
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