CIUDAD DEL VATICANO, 18 DIC 2011 (VIS).- Benedicto XVI visitó esta mañana la cárcel romana de Rebibbia, donde fue acogido por la ministra de Justicia del gobierno italiano, Paola Severino, y por el jefe de Departamento de la Administración Penitenciaria, Franco Ionta, además de por los capellanes del penitenciario, Pier Sandro Spriano y Roberto Guarnieri.
El encuentro del Papa con los detenidos tuvo lugar en la iglesia de Rebibbia, dedicada al Padre Nuestro. Ofrecemos a continuación un resumen del discurso pronunciado por el Santo Padre.
“‘Estaba en la cárcel, y vinisteis a verme’. Estas son las palabras del Juicio Final, según el evangelista Mateo; estas palabras del Señor en las que se identifica con los detenidos expresan plenamente el sentido de esta visita. Donde hay un hambriento, un extranjero, un enfermo, un encarcelado, allí está Cristo mismo, que espera nuestra visita y nuestra ayuda (...) La Iglesia siempre ha enumerado, entre las obras de misericordia corporal, la visita a los encarcelados. Y ésta, para ser completa, requiere una plena capacidad de acogida del detenido, ‘haciéndole espacio en el propio tiempo, en la propia casa, en las propias amistades, en las propias leyes, en las propias ciudades’ (...) El mismo unigénito Hijo de Dios, el Señor Jesús, estuvo en la cárcel, fue sometido a un juicio ante un tribunal y sufrió la feroz condena de la pena capital”.
“Con ocasión de mi reciente viaje apostólico a Benín, en noviembre pasado, firmé una Exhortación apostólica postsinodal en que recalcaba la atención de la Iglesia por la justicia en los Estados: ‘Hay una necesidad urgente de establecer sistemas independientes judiciales y penitenciarios, con el fin de restaurar la justicia y rehabilitar a los culpables. Se han de desterrar también los casos de errores judiciales y los malos tratos a los reclusos, así como las numerosas ocasiones en que no se aplica la ley, lo que comporta una violación de los derechos humanos, y también los encarcelamientos que, sólo muy tarde, o nunca, terminan en un proceso. La Iglesia (...) reconoce su misión profética respecto a todos los afectados por la delincuencia, así como la necesidad que tienen de reconciliación, justicia y paz’. Los reclusos son seres humanos que merecen, no obstante su crimen, ser tratados con respeto y dignidad. Necesitan nuestra atención”
Justicia inseparable de la misericordia
“La justicia humana y la divina son muy diversas. Ciertamente, los hombres no son capaces de aplicar la justicia divina, pero al menos tienen que intentar (...) recoger el espíritu profundo que la anima, para que también ilumine la justicia humana, para evitar –como lamentablemente sucede no pocas veces– que el detenido se convierta en un excluido. En efecto, Dios (...) proclama la justicia con fuerza, pero al mismo tiempo, cura las heridas con el bálsamo de la misericordia”.
“Justicia y misericordia, justicia y caridad, puntos cardinales de la doctrina social de la Iglesia, son dos realidades diferentes sólo para nosotros, los seres humanos, que distinguimos atentamente un acto justo de un acto de amor (...) Pero para Dios no es así: en Él justicia y caridad coinciden; no hay una acción justa que no sea también un acto de misericordia y de perdón y, al mismo tiempo, no hay ninguna acción misericordiosa que no sea perfectamente justa”.
“El sistema de detención se articula en dos puntos firmes: por un lado tutelar a la sociedad de eventuales amenazas y, por otro, reintegrar a quien se ha equivocado sin pisotear su dignidad ni excluirlo de la vida social. Estos dos aspectos son relevantes y se proponen evitar ese ‘abismo’ entre la realidad carcelaria real y la pensada por la ley, que prevé como elemento fundamental la función reeducadora de la pena y el respeto de los derechos y de la dignidad de las personas”.
El hacinamiento y el degrado hacen más amarga la prisión
“Sé que el hacinamiento y el degrado de las cárceles pueden hacer aún más amarga la prisión (...) Es importante que las instituciones analicen atentamente la situación carcelaria, verifiquen las estructuras, los medios y el personal, de modo que los detenidos nunca carguen con una ‘doble pena’; y es importante promover un sistema carcelario, que, respetando la justicia, sea cada vez más adecuado a las exigencias de la persona, con el recurso también a penas que no incluyan la prisión o a modalidades diversas de detención”.
“Hoy es el cuarto domingo del tiempo de Adviento. ¡Que la Navidad del Señor, ya cercana, vuelva a encender con esperanza y amor vuestro corazón! El nacimiento del Señor Jesús, que recordaremos dentro de pocos días, nos recuerda su misión de llevar la salvación a todos los hombres, sin exclusión de nadie (...) Pidámosle (...) que seamos todos liberados de la prisión del pecado, de la soberbia y del orgullo: Todos necesitamos salir de esta cárcel interior para estar verdaderamente libres del mal, de las angustias y de la muerte”.
“Quisiera terminar diciéndoos que la Iglesia sostiene y anima cualquier esfuerzo tendente a garantizar a todos una vida digna. Estad seguros de que yo estoy cerca de cada uno de vosotros (...) ¡Que el Señor os bendiga a todos y también a vuestro futuro!”.
PV-REBIBBIA/ VIS 20111219 (800)
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