Ciudad
del Vaticano, 19 de mayo de 2013 (VIS).-La Santa Misa celebrada por
el Papa Francisco ante más de 200.000 personas en la Plaza de San
Pedro ha concluido las dos jornadas de peregrinación de los
movimientos eclesiales, comunidades y asociaciones laicas a Roma con
motivo del Año de la Fe. En su homilía, Francisco ha recordado que
en la solemnidad de Pentecostés “revivimos en la liturgia la
efusión del Espíritu Santo que Cristo resucitado derramó sobre la
Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo
de Jerusalén para difundirse por todo el mundo” y ha reflexionado
sobre tres palabras: novedad, armonía, misión, relacionadas con la
acción del Espíritu, a luz del relato en los Hechos de los
Apóstoles,
“La
novedad - ha dicho- nos da siempre un poco de miedo, porque nos
sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros
los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida... Y
esto nos sucede también con Dios.. nos resulta difícil abandonarnos
a Él... dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida,
tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de
nuestros horizontes con frecuencia limitados... para abrirnos a los
suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se
revela, aparece su novedad, trasforma y pide confianza total en Él:
Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán
abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se
enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los
Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con
valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad por la
novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como
sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a
nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la
verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y
siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos: ¿Estamos abiertos a las
“sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad
del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos
nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en
estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?”.
“El
Espíritu Santo- ha proseguido el Pontífice- aparentemente, crea
desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de
dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una gran riqueza,
porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa
uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la
armonía la hace el Espíritu Santo....Sólo Él puede suscitar la
diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo,
realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que
pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros
particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división;
y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con
nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la
homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el
Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan
conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión
de la Iglesia...la eclesialidad es una característica fundamental
para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La
Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos
paralelos son peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá...
de la doctrina y de la Comunidad eclesial, y no permanecemos en
ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo”.
Como
último punto, el Papa ha observado que “los teólogos antiguos
decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu Santo
es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el
ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su
gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el
misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia
gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto;
nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar
testimonio de la bondad del Evangelio... . El Espíritu Santo es el
alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil
años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que
cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del
cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga... Es
el Espíritu Paráclito, el “Consolador”, que da el valor para
recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu
Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias
existenciales para anunciar la vida de Jesucristo”.
Finalizada
la Santa Misa el Papa ha recorrido en papamóvil la Plaza de San
Pedro y la adyacente Via della Conciliazione para saludar, durante
casi 50 minutos, a las decenas de miles de peregrinos.
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