Ciudad
del Vaticano, 8 enero 2013
(VIS).-“Anda y haz tú lo mismo”, es el lema elegido por el Santo
Padre para su mensaje en la XXI Jornada Mundial del Enfermo que se
celebra el 11 de febrero, memoria litúrgica de la Bienaventurada
Virgen María de Lourdes, y este año tiene lugar en el santuario
mariano de Altötting (Alemania). En el texto, el Papa escribe que
“esta Jornada representa para todos los enfermos, agentes
sanitarios, fieles cristianos y para todas la personas de buena
voluntad, “un momento fuerte de oración, participación y
ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia, así como de
invitación a todos para que reconozcan en el rostro del hermano
enfermo el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y
resucitando, realizó la salvación de la humanidad”.
“En
esta ocasión -prosigue el pontífice- me siento especialmente
cercano a cada uno de vosotros, queridos enfermos, que, en los
centros de salud y de asistencia, o también en casa, vivís un
difícil momento de prueba a causa de la enfermedad y el sufrimiento.
Que lleguen a todos las palabras llenas de aliento pronunciadas por
los Padres del Concilio Ecuménico Vaticano II: “No estáis… ni
abandonados ni inútiles; sois los llamados por Cristo, su viva y
transparente imagen”.
Para
acompañar en la peregrinación espiritual que desde Lourdes, “lugar
y símbolo de esperanza y gracia” nos conduce hacia el santuario de
Altötting, el Papa propone la figura emblemática del Buen
Samaritano . “La parábola evangélica narrada por san Luca -dice-
forma parte de una serie de imágenes y narraciones extraídas de la
vida cotidiana, con las que Jesús nos enseña el amor profundo de
Dios por todo ser humano, especialmente cuando experimenta la
enfermedad y el dolor. Pero además, con las palabras finales de la
parábola del Buen Samaritano, “Anda y haz tú lo mismo” , el
Señor nos señala cuál es la actitud que todo discípulo suyo ha de
tener hacia los demás, especialmente hacia los que están
necesitados de atención. Se trata por tanto de extraer del amor
infinito de Dios, a través de una intensa relación con él en la
oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen Samaritano, con
una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el
espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no
tenga recursos”.
“Esto
no sólo vale para los agentes pastorales y sanitarios, sino para
todos, también para el mismo enfermo, que puede vivir su propia
condición en una perspectiva de fe: “Lo que cura al hombre no es
esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de
aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un
sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor
infinito”, advierte Benedicto XVI, citando su encíclica “Spe
salvi”.
Varios
Padres de la Iglesia han visto en la figura del Buen Samaritano “al
mismo Jesús, y en el hombre caído en manos de los ladrones a Adán,
a la humanidad perdida y herida por el propio pecado. Jesús es el
Hijo de Dios, que hace presente el amor del Padre, amor fiel, eterno,
sin barreras ni límites”. Pero Jesús es también “aquel que 'se
despoja' de su 'vestidura divina', que se rebaja de su 'condición'
divina, para asumir la forma humana y acercarse al dolor del hombre,
hasta bajar a los infiernos, como recitamos en el Credo, y llevar
esperanza y luz. Él no retiene con avidez el ser igual a Dios sino
que se inclina, lleno de misericordia, sobre el abismo del
sufrimiento humano, para derramar el aceite del consuelo y el vino de
la esperanza”.
El
Año de la fe que estamos viviendo “constituye una ocasión
propicia para intensificar la diaconía de la caridad en nuestras
comunidades eclesiales, para ser cada uno buen samaritano del otro,
del que está a nuestro lado”, afirma el Papa, y propone como
ejemplo y estímulo “algunas de las muchas figuras que en la
historia de la Iglesia han ayudado a las personas enfermas a valorar
el sufrimiento desde el punto de vista humano y espiritual”, como
Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, 'experta en la
'scientia amoris' que supo vivir “en profunda unión a la Pasión
de Jesús” la enfermedad que “la llevaría a la muerte en medio
de grandes sufrimientos”.
También
el venerable Luigi Novarese, “del que muchos conservan todavía hoy
un vivo recuerdo, advirtió de manera particular en el ejercicio de
su ministerio la importancia de la oración por y con los enfermos y
los que sufren, a los que acompañaba con frecuencia a los santuarios
marianos, de modo especial a la gruta de Lourdes. Movido por la
caridad hacia el prójimo, Raúl Follereau dedicó su vida al cuidado
de las personas afectadas por el morbo de Hansen, hasta en los
lugares más remotos del planeta, promoviendo entre otras cosas la
Jornada Mundial contra la lepra. La beata Teresa de Calcuta comenzaba
siempre el día encontrando a Jesús en la Eucaristía, saliendo
después por las calles con el rosario en la mano para encontrar y
servir al Señor presente en los que sufren, especialmente en los que
'no son queridos, ni amados, ni atendidos'.
Del
mismo modo santa Ana Schäffer de Mindelstetten “supo unir de modo
ejemplar sus propios sufrimientos a los de Cristo: 'La habitación de
la enferma se transformó en una celda conventual, y el sufrimiento
en servicio misionero… Fortificada por la comunión cotidiana se
convirtió en una intercesora infatigable en la oración, y un espejo
del amor de Dios para muchas personas en búsqueda de consejo'. En el
evangelio destaca la figura de la Bienaventurada Virgen María, que
siguió al Hijo sufriente hasta el supremo sacrifico en el Gólgota.
No perdió nunca la esperanza en la victoria de Dios sobre el mal, el
dolor y la muerte, y supo acoger con el mismo abrazo de fe y amor al
Hijo de Dios nacido en la gruta de Belén y muerto en la cruz. Su
firme confianza en la potencia divina se vio iluminada por la
resurrección de Cristo, que ofrece esperanza a quien se encuentra en
el sufrimiento y renueva la certeza de la cercanía y el consuelo del
Señor”.
El
Papa dirige “una palabra de profundo reconocimiento y de ánimo a
las instituciones sanitarias católicas y a la misma sociedad civil,
a las diócesis, las comunidades cristianas, las asociaciones de
agentes sanitarios y de voluntarios. Que en todos crezca la
conciencia de que 'en la aceptación amorosa y generosa de toda vida
humana, sobre todo si es débil o enferma, la Iglesia vive hoy un
momento fundamental de su misión'.
Benedicto
XVI concluye confiando la XXI Jornada Mundial del Enfermo a la
intercesión de la Santísima Virgen María de las Gracias, venerada
en Altötting, para que “acompañe siempre a la humanidad que
sufre, en búsqueda de alivio y de firme esperanza, que ayude a todos
los que participan en el apostolado de la misericordia a ser buenos
samaritanos para sus hermanos y hermanas que padecen la enfermedad y
el sufrimiento”.
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