CIUDAD DEL VATICANO, 13 FEB 2011 (VIS).-Benedicto XVI se asomó este mediodía a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus dominical con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.
El Papa comentó el Evangelio de hoy, que continúa la lectura del “Sermón de la Montaña”. ”Después de las Bienaventuranzas, que son su programa de vida, Jesús proclama la nueva Ley, su Torah, como la llaman nuestros hermanos judíos”, explicó el pontífice. “Efectivamente, el Mesías, con su llegada, hubiera debido traer también la revelación definitiva de la Ley, y es precisamente eso lo que Jesús declara: “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. Y, dirigiéndose a sus discípulos añade: “Si vuestra justicia no es mejor que la de los letrados y de los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”. Pero, ¿en qué consiste esta “plenitud” de la Ley de Cristo, y esta justicia “superior” que nos exige?”.
Jesús lo explica “mediante una serie de antítesis entre los mandamientos antiguos y su manera de volver a proponerlos. Cada vez comienza: “Habéis oído que se dijo a los antiguos...”, y después afirma: “Pero yo os digo”. Esta manera de hablar impresionaba mucho a la gente (...) porque ese “yo os digo” equivalía a reivindicar para sí la misma autoridad de Dios, fuente de la Ley. La novedad de Jesús consiste, esencialmente, en el hecho de que él mismo “llena” los mandamientos con el amor de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo que habita en Él. Y nosotros, por medio de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que nos hace capaces de vivir el amor divino”.
Por eso, prosiguió el Santo Padre, “cada precepto se convierte en una exigencia de amor, y todos se agrupan en un único mandamiento: ama a Dios con todo tu corazón y ama al prójimo como a ti mismo. “La plenitud de la Ley es la caridad”, escribe san Pablo”
“Ante esta exigencia, por ejemplo, el triste caso de los cuatro niños Rom, muertos la pasada semana en la periferia de esta ciudad, en su chabola incendiada -observó el Papa- hace que nos preguntemos si una sociedad más solidaria y fraterna, más coherente en el amor, es decir más cristiana, no hubiera podido evitar este trágico suceso. Esta pregunta vale para tantos otros acontecimientos dolorosos, más o menos conocidos, que ocurren cotidianamente en nuestras ciudades y en nuestros pueblos”.
“Quizá no es casualidad que la primera gran predicación de Jesús se llame “Sermón de la Montaña”, concluyó Benedicto XVI. “Moisés subió al monte Sinaí para recibir la Ley de Dios y llevarla al pueblo elegido. Jesús es el Hijo de Dios que bajó del Cielo para llevarnos al Cielo, a la altura de Dios, por el camino del amor. Es más, Él mismo es este camino: no debemos hacer otra cosa que seguirle para poner en práctica la voluntad de Dios y entrar en su Reino, en la vida eterna”.
ANG/ VIS 20110214 (530)
El Papa comentó el Evangelio de hoy, que continúa la lectura del “Sermón de la Montaña”. ”Después de las Bienaventuranzas, que son su programa de vida, Jesús proclama la nueva Ley, su Torah, como la llaman nuestros hermanos judíos”, explicó el pontífice. “Efectivamente, el Mesías, con su llegada, hubiera debido traer también la revelación definitiva de la Ley, y es precisamente eso lo que Jesús declara: “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. Y, dirigiéndose a sus discípulos añade: “Si vuestra justicia no es mejor que la de los letrados y de los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”. Pero, ¿en qué consiste esta “plenitud” de la Ley de Cristo, y esta justicia “superior” que nos exige?”.
Jesús lo explica “mediante una serie de antítesis entre los mandamientos antiguos y su manera de volver a proponerlos. Cada vez comienza: “Habéis oído que se dijo a los antiguos...”, y después afirma: “Pero yo os digo”. Esta manera de hablar impresionaba mucho a la gente (...) porque ese “yo os digo” equivalía a reivindicar para sí la misma autoridad de Dios, fuente de la Ley. La novedad de Jesús consiste, esencialmente, en el hecho de que él mismo “llena” los mandamientos con el amor de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo que habita en Él. Y nosotros, por medio de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que nos hace capaces de vivir el amor divino”.
Por eso, prosiguió el Santo Padre, “cada precepto se convierte en una exigencia de amor, y todos se agrupan en un único mandamiento: ama a Dios con todo tu corazón y ama al prójimo como a ti mismo. “La plenitud de la Ley es la caridad”, escribe san Pablo”
“Ante esta exigencia, por ejemplo, el triste caso de los cuatro niños Rom, muertos la pasada semana en la periferia de esta ciudad, en su chabola incendiada -observó el Papa- hace que nos preguntemos si una sociedad más solidaria y fraterna, más coherente en el amor, es decir más cristiana, no hubiera podido evitar este trágico suceso. Esta pregunta vale para tantos otros acontecimientos dolorosos, más o menos conocidos, que ocurren cotidianamente en nuestras ciudades y en nuestros pueblos”.
“Quizá no es casualidad que la primera gran predicación de Jesús se llame “Sermón de la Montaña”, concluyó Benedicto XVI. “Moisés subió al monte Sinaí para recibir la Ley de Dios y llevarla al pueblo elegido. Jesús es el Hijo de Dios que bajó del Cielo para llevarnos al Cielo, a la altura de Dios, por el camino del amor. Es más, Él mismo es este camino: no debemos hacer otra cosa que seguirle para poner en práctica la voluntad de Dios y entrar en su Reino, en la vida eterna”.
ANG/ VIS 20110214 (530)
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