CIUDAD DEL VATICANO, 18 SEP 2010 (VIS).-Antes de la celebración eucarística en la catedral de Westminster, el Papa se encontró esta mañana temprano en el palacio arzobispal de Londres, con el primer ministro del Reino Unido, David Cameron, el viceprimer ministro, Peter Clegg y con el líder de la oposición en funciones, Harriet Harman.
La catedral de Westminster es el templo principal de la Iglesia Católica en Inglaterra y Gales, sede del arzobispo de Westminster, actualmente monseñor Vincent Nichols. Juan Pablo II celebró la Santa Misa en este lugar en 1982 y la Reina Isabel II asistió a una celebración ecuménica en 1995, invitada por el cardenal Basil Hume. Fue la primera visita de un monarca británico a un lugar de culto católico desde los tiempos de la Reforma.
En la homilía de la misa, votiva de la Preciosísima Sangre de Cristo, a la que está dedicada la catedral, el Santo Padre comentó que “quien visita esta Catedral no puede dejar de sorprenderse por el gran crucifijo que domina la nave, que reproduce el cuerpo de Cristo, triturado por el sufrimiento, abrumado por la tristeza, víctima inocente cuya muerte nos ha reconciliado con el Padre y nos ha hecho partícipes en la vida misma de Dios”.
“El sacrificio eucarístico del Cuerpo y la Sangre de Cristo –dijo- abraza a su vez el misterio de la pasión de nuestro Señor, que continúa en los miembros de su Cuerpo místico, en la Iglesia en cada época”.
Benedicto XVI puso de relieve que “este aspecto del misterio de la Sangre Preciosa de Cristo se ve actualizado de forma elocuente por los mártires de todos los tiempos. (…) También se refleja en nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo que aun hoy sufren discriminación y persecución por su fe cristiana. También está presente, con frecuencia de forma oculta, en el sufrimiento de cada cristiano que diariamente une sus sacrificios a los del Señor para la santificación de la Iglesia y la redención del mundo. Pienso ahora de manera especial en todos los que se unen espiritualmente a esta celebración eucarística y, en particular, en los enfermos, los ancianos, los discapacitados y los que sufren mental y espiritualmente”.
“Pienso también –continuó- en el inmenso sufrimiento causado por el abuso de menores, especialmente por los ministros de la Iglesia. Por encima de todo, quiero manifestar mi profundo pesar a las víctimas inocentes de estos crímenes atroces, junto con mi esperanza de que el poder de la gracia de Cristo, su sacrificio de reconciliación, traiga la curación profunda y la paz a sus vidas. Asimismo, reconozco con vosotros la vergüenza y la humillación que todos hemos sufrido a causa de estos pecados; y os invito a presentarlas al Señor, confiando que este castigo contribuirá a la sanación de las víctimas, a la purificación de la Iglesia y a la renovación de su inveterado compromiso con la educación y la atención de los jóvenes. Agradezco los esfuerzos realizados para afrontar este problema de manera responsable, y os pido a todos que os preocupéis de las víctimas y os compadezcáis de vuestros sacerdotes”.
Tras recordar que el Concilio Vaticano II habló del “papel indispensable que los laicos deben desempeñar en la misión de la Iglesia”, el Santo Padre señaló que “la exhortación conciliar a los laicos para que, en virtud de su bautismo, participen en la misión de Cristo, se hizo eco de las intuiciones y enseñanzas de John Henry Newman”. En este contexto, pidió que “las profundas ideas de este gran inglés sigan inspirando a todos los seguidores de Cristo en esta tierra, para que configuren su pensamiento, palabra y obras con Cristo, y trabajen decididamente en la defensa de las verdades morales inmutables que, asumidas, iluminadas y confirmadas por el Evangelio, fundamentan una sociedad verdaderamente humana, justa y libre”.
“¡Cuánto necesita –exclamó- la sociedad contemporánea este testimonio! ¡Cuánto necesitamos, en la Iglesia y en la sociedad, testigos de la belleza de la santidad, testigos del esplendor de la verdad, testigos de la alegría y libertad que nace de una relación viva con Cristo! Uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos hoy es cómo hablar de manera convincente de la sabiduría y del poder liberador de la Palabra de Dios a un mundo que, con demasiada frecuencia, considera el Evangelio una constricción de la libertad humana, en lugar de la verdad que libera nuestra mente e ilumina nuestros esfuerzos para vivir correcta y sabiamente, como individuos y como miembros de la sociedad”.
Benedicto XVI pidió rezar para que “los católicos de esta tierra sean cada vez más conscientes de su dignidad como pueblo sacerdotal, llamados a consagrar el mundo a Dios a través de la vida de fe y de santidad. Y que este aumento de celo apostólico se vea acompañado de una oración más intensa por las vocaciones al orden sacerdotal. (…) Que muchos jóvenes en esta tierra encuentren la fuerza para responder a la llamada del Maestro al sacerdocio ministerial, dedicando sus vidas, sus energías y sus talentos a Dios, construyendo así un pueblo en unidad y fidelidad al Evangelio, especialmente a través de la celebración del sacrificio eucarístico”.
Al terminar la misa, el Papa salió a la entrada de la catedral para saludar a los jóvenes. Recordando el lema de su viaje al Reino Unido: “El corazón habla al corazón” –cor ad cor loquitur-, subrayó que “hemos sido creados también para dar amor, para hacer de él la fuente de cuanto realizamos y lo más perdurable de nuestras vidas. A veces esto parece lo más natural, especialmente cuando sentimos la alegría del amor, cuando nuestros corazones rebosan de generosidad, idealismo, deseo de ayudar a los demás y construir un mundo mejor. Pero otras veces constatamos que es difícil amar; nuestro corazón puede endurecerse fácilmente endurecido por el egoísmo, la envidia y el orgullo”.
El Papa señaló que “cada día hemos de optar por amar, y esto requiere ayuda, la ayuda que viene de Cristo, de la oración y de la sabiduría que se encuentra en su palabra, y de la gracia que Él nos otorga en los sacramentos de su Iglesia. Éste es el mensaje que hoy quiero compartir con vosotros. Os pido que miréis vuestros corazones cada día para encontrar la fuente del verdadero amor. Jesús (…) os llama a dedicarle tiempo en la oración. Pero este tipo de oración, la verdadera oración, requiere disciplina; requiere buscar momentos de silencio cada día, (…) porque en el silencio encontramos a Dios, y en el silencio descubrimos nuestro verdadero ser. Y al descubrir nuestro verdadero yo, descubrimos la vocación particular a la cual Dios nos llama para la edificación de su Iglesia y la redención de nuestro mundo”.
Posteriormente, el Papa descubrió y bendijo un mosaico de San David, patrono de Gales y encendió la vela de la estatua de Nuestra Señora de Cardigan, que se venera en un Santuario del país.
Antes de regresar a la nunciatura apostólica para el almuerzo, el Santo Padre se encontró brevemente con el arzobispo de Canterbury, que estuvo presente en la celebración eucarística.
PV-REINO UNIDO/ VIS 20100918 (1180)
La catedral de Westminster es el templo principal de la Iglesia Católica en Inglaterra y Gales, sede del arzobispo de Westminster, actualmente monseñor Vincent Nichols. Juan Pablo II celebró la Santa Misa en este lugar en 1982 y la Reina Isabel II asistió a una celebración ecuménica en 1995, invitada por el cardenal Basil Hume. Fue la primera visita de un monarca británico a un lugar de culto católico desde los tiempos de la Reforma.
En la homilía de la misa, votiva de la Preciosísima Sangre de Cristo, a la que está dedicada la catedral, el Santo Padre comentó que “quien visita esta Catedral no puede dejar de sorprenderse por el gran crucifijo que domina la nave, que reproduce el cuerpo de Cristo, triturado por el sufrimiento, abrumado por la tristeza, víctima inocente cuya muerte nos ha reconciliado con el Padre y nos ha hecho partícipes en la vida misma de Dios”.
“El sacrificio eucarístico del Cuerpo y la Sangre de Cristo –dijo- abraza a su vez el misterio de la pasión de nuestro Señor, que continúa en los miembros de su Cuerpo místico, en la Iglesia en cada época”.
Benedicto XVI puso de relieve que “este aspecto del misterio de la Sangre Preciosa de Cristo se ve actualizado de forma elocuente por los mártires de todos los tiempos. (…) También se refleja en nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo que aun hoy sufren discriminación y persecución por su fe cristiana. También está presente, con frecuencia de forma oculta, en el sufrimiento de cada cristiano que diariamente une sus sacrificios a los del Señor para la santificación de la Iglesia y la redención del mundo. Pienso ahora de manera especial en todos los que se unen espiritualmente a esta celebración eucarística y, en particular, en los enfermos, los ancianos, los discapacitados y los que sufren mental y espiritualmente”.
“Pienso también –continuó- en el inmenso sufrimiento causado por el abuso de menores, especialmente por los ministros de la Iglesia. Por encima de todo, quiero manifestar mi profundo pesar a las víctimas inocentes de estos crímenes atroces, junto con mi esperanza de que el poder de la gracia de Cristo, su sacrificio de reconciliación, traiga la curación profunda y la paz a sus vidas. Asimismo, reconozco con vosotros la vergüenza y la humillación que todos hemos sufrido a causa de estos pecados; y os invito a presentarlas al Señor, confiando que este castigo contribuirá a la sanación de las víctimas, a la purificación de la Iglesia y a la renovación de su inveterado compromiso con la educación y la atención de los jóvenes. Agradezco los esfuerzos realizados para afrontar este problema de manera responsable, y os pido a todos que os preocupéis de las víctimas y os compadezcáis de vuestros sacerdotes”.
Tras recordar que el Concilio Vaticano II habló del “papel indispensable que los laicos deben desempeñar en la misión de la Iglesia”, el Santo Padre señaló que “la exhortación conciliar a los laicos para que, en virtud de su bautismo, participen en la misión de Cristo, se hizo eco de las intuiciones y enseñanzas de John Henry Newman”. En este contexto, pidió que “las profundas ideas de este gran inglés sigan inspirando a todos los seguidores de Cristo en esta tierra, para que configuren su pensamiento, palabra y obras con Cristo, y trabajen decididamente en la defensa de las verdades morales inmutables que, asumidas, iluminadas y confirmadas por el Evangelio, fundamentan una sociedad verdaderamente humana, justa y libre”.
“¡Cuánto necesita –exclamó- la sociedad contemporánea este testimonio! ¡Cuánto necesitamos, en la Iglesia y en la sociedad, testigos de la belleza de la santidad, testigos del esplendor de la verdad, testigos de la alegría y libertad que nace de una relación viva con Cristo! Uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos hoy es cómo hablar de manera convincente de la sabiduría y del poder liberador de la Palabra de Dios a un mundo que, con demasiada frecuencia, considera el Evangelio una constricción de la libertad humana, en lugar de la verdad que libera nuestra mente e ilumina nuestros esfuerzos para vivir correcta y sabiamente, como individuos y como miembros de la sociedad”.
Benedicto XVI pidió rezar para que “los católicos de esta tierra sean cada vez más conscientes de su dignidad como pueblo sacerdotal, llamados a consagrar el mundo a Dios a través de la vida de fe y de santidad. Y que este aumento de celo apostólico se vea acompañado de una oración más intensa por las vocaciones al orden sacerdotal. (…) Que muchos jóvenes en esta tierra encuentren la fuerza para responder a la llamada del Maestro al sacerdocio ministerial, dedicando sus vidas, sus energías y sus talentos a Dios, construyendo así un pueblo en unidad y fidelidad al Evangelio, especialmente a través de la celebración del sacrificio eucarístico”.
Al terminar la misa, el Papa salió a la entrada de la catedral para saludar a los jóvenes. Recordando el lema de su viaje al Reino Unido: “El corazón habla al corazón” –cor ad cor loquitur-, subrayó que “hemos sido creados también para dar amor, para hacer de él la fuente de cuanto realizamos y lo más perdurable de nuestras vidas. A veces esto parece lo más natural, especialmente cuando sentimos la alegría del amor, cuando nuestros corazones rebosan de generosidad, idealismo, deseo de ayudar a los demás y construir un mundo mejor. Pero otras veces constatamos que es difícil amar; nuestro corazón puede endurecerse fácilmente endurecido por el egoísmo, la envidia y el orgullo”.
El Papa señaló que “cada día hemos de optar por amar, y esto requiere ayuda, la ayuda que viene de Cristo, de la oración y de la sabiduría que se encuentra en su palabra, y de la gracia que Él nos otorga en los sacramentos de su Iglesia. Éste es el mensaje que hoy quiero compartir con vosotros. Os pido que miréis vuestros corazones cada día para encontrar la fuente del verdadero amor. Jesús (…) os llama a dedicarle tiempo en la oración. Pero este tipo de oración, la verdadera oración, requiere disciplina; requiere buscar momentos de silencio cada día, (…) porque en el silencio encontramos a Dios, y en el silencio descubrimos nuestro verdadero ser. Y al descubrir nuestro verdadero yo, descubrimos la vocación particular a la cual Dios nos llama para la edificación de su Iglesia y la redención de nuestro mundo”.
Posteriormente, el Papa descubrió y bendijo un mosaico de San David, patrono de Gales y encendió la vela de la estatua de Nuestra Señora de Cardigan, que se venera en un Santuario del país.
Antes de regresar a la nunciatura apostólica para el almuerzo, el Santo Padre se encontró brevemente con el arzobispo de Canterbury, que estuvo presente en la celebración eucarística.
PV-REINO UNIDO/ VIS 20100918 (1180)
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