CIUDAD DEL VATICANO, 23 MAY 2010 (VIS).-Finalizada la celebración eucarística en la basílica vaticana, en la solemnidad de Pentecostés, Benedicto XVI se asomó, como es habitual los domingos, a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
El Papa explicó que el “misterio de Pentecostés” que identificamos con la manifestación del Espíritu Santo en el Cenáculo es “el verdadero bautismo de la Iglesia, pero no se agota allí. La Iglesia vive constantemente de la efusión del Espíritu Santo, sin el cual se quedaría sin fuerzas, como una barca de vela sin el viento”.
“Pentecostés -continuó- se renueva de forma particular en algunos momentos intensos, tanto locales como universales, al igual que en pequeñas asambleas o grandes manifestaciones”. El Santo Padre citó como ejemplos “ciertamente el Concilio Vaticano II” o el “célebre encuentro de los movimientos eclesiales con el venerable Juan Pablo II aquí en esta misma plaza, en Pentecostés de 1998”.
Sin embargo, “la Iglesia vive innumerables “pentecostés” que vivifican a las comunidades locales: las liturgias, sobre todo las vividas en momentos especiales para la vida de la comunidad, cuando se siente de forma evidente la fuerza de Dios que infunde en los ánimos alegría y entusiasmo”.
“Por lo tanto no hay Iglesia sin Pentecostés. Y añado: no hay Pentecostés sin la Virgen María. Así fue al principio en el Cenáculo. (...) Y así es siempre, en cualquier tiempo y lugar. He sido testigo hace pocos días en Fátima. ¿Qué ha vivido esa inmensa multitud en la explanada del santuario, donde todos eran un solo corazón y una sola alma, sino una Pentecostés renovada?”.
“Esta es -concluyó el Santo Padre- la experiencia típica de los grandes santuarios marianos: Lourdes, Guadalupe, Pompeya, Loreto y también de los más pequeños: allí donde los cristianos se reúnen en oración con María, el Señor envía al Espíritu Santo”.
ANG/ VIS 20100524 (330)
El Papa explicó que el “misterio de Pentecostés” que identificamos con la manifestación del Espíritu Santo en el Cenáculo es “el verdadero bautismo de la Iglesia, pero no se agota allí. La Iglesia vive constantemente de la efusión del Espíritu Santo, sin el cual se quedaría sin fuerzas, como una barca de vela sin el viento”.
“Pentecostés -continuó- se renueva de forma particular en algunos momentos intensos, tanto locales como universales, al igual que en pequeñas asambleas o grandes manifestaciones”. El Santo Padre citó como ejemplos “ciertamente el Concilio Vaticano II” o el “célebre encuentro de los movimientos eclesiales con el venerable Juan Pablo II aquí en esta misma plaza, en Pentecostés de 1998”.
Sin embargo, “la Iglesia vive innumerables “pentecostés” que vivifican a las comunidades locales: las liturgias, sobre todo las vividas en momentos especiales para la vida de la comunidad, cuando se siente de forma evidente la fuerza de Dios que infunde en los ánimos alegría y entusiasmo”.
“Por lo tanto no hay Iglesia sin Pentecostés. Y añado: no hay Pentecostés sin la Virgen María. Así fue al principio en el Cenáculo. (...) Y así es siempre, en cualquier tiempo y lugar. He sido testigo hace pocos días en Fátima. ¿Qué ha vivido esa inmensa multitud en la explanada del santuario, donde todos eran un solo corazón y una sola alma, sino una Pentecostés renovada?”.
“Esta es -concluyó el Santo Padre- la experiencia típica de los grandes santuarios marianos: Lourdes, Guadalupe, Pompeya, Loreto y también de los más pequeños: allí donde los cristianos se reúnen en oración con María, el Señor envía al Espíritu Santo”.
ANG/ VIS 20100524 (330)
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