CIUDAD DEL VATICANO, 17 ABR 2010 (VIS).-Después de la visita de cortesía al presidente de la República en el Palacio de los Grandes Maestros en Valletta, el Papa se trasladó en automóvil a la iglesia de San Pablo en Rabat, distante 13 kilómetros, en la que lo esperaban 250 misioneros.
Después de rezar unos minutos ante el Santísimo Sacramento, el Papa bajó las escaleras que llegan a la Gruta de San Pablo, considerada la piedra angular de la Iglesia en Malta, ya que según la tradición el apóstol predicó allí durante tres meses después de su naufragio. En la Edad Media se construyó alrededor de la misma un cementerio con diversas capillas. La primera iglesia fue edificada en 1463, más tarde sustituida por otras dos, la última de las cuales en 1653.
El pontífice rezó en la gruta, firmó en el Libro de Oro y regaló al santuario una lámpara votiva de plata. Después salió de la gruta y, tras recibir el saludo del arzobispo de Malta, Paul Cremona, O.P., dirigió, desde el atrio del templo, un discurso a los fieles reunidos en la plaza .
El naufragio de Pablo y su estancia en Malta durante tres meses han dejado una marca imborrable en la historia de vuestro país”, dijo el Papa. “Las palabras que dirigió a sus compañeros antes de su llegada a Malta “Vamos a dar con alguna isla”, en su contexto original son una invitación a llenarse de valor frente a lo desconocido y a una confianza inquebrantable en la misteriosa providencia de Dios”.
“Así, según el designio Dios, san Pablo se convirtió en vuestro padre en la fe cristiana. Gracias a su presencia entre vosotros, el Evangelio de Jesucristo echó profundas raíces y fructificó no sólo en la vida personal, familiar y comunitaria, sino también en la formación de la identidad nacional de Malta, así como en su propia y dinámica cultura”.
El Papa recordó especialmente, en este contexto, a los numerosos misioneros de la isla a lo largo de la historia y elogió su vocación “llena de retos y a menudo heroica”.
La llegada de san Pablo a Malta no estaba planeada”, prosiguió el Santo Padre. “Los marineros pueden trazar una ruta, pero Dios, en su sabiduría y providencia, les marca su propio itinerario. Pablo, que de manera dramática había encontrado al Señor resucitado en el camino de Damasco, lo sabía muy bien. El curso de su vida cambió radicalmente; desde entonces (...) todo su pensamiento y su acción se orientaban a proclamar el misterio de la cruz con su mensaje de amor divino que reconcilia”.
“Esta misma palabra, la palabra del Evangelio, tiene también hoy el poder de entrar en nuestras vidas y cambiar su curso. Hoy, el mismo evangelio que Pablo predicó, sigue llamando a los habitantes de estas islas a la conversión, a una nueva vida y a un futuro de esperanza”.
“Desde este lugar santo, en el que la predicación apostólica comenzó a difundirse por primera vez en estas islas, os invito a cada uno de vosotros a aceptar el desafío apasionante de la nueva evangelización. (...) De modo particular, animo a los padres, profesores y catequistas a hablar a los demás, y en especial a los jóvenes, que son el futuro de Malta, de vuestro encuentro vivo y personal con Jesús resucitado”.
“¡El mundo necesita este testimonio!”, concluyó el pontífice. “Frente a tantas amenazas contra el carácter sagrado de la vida humana, y la dignidad del matrimonio y la familia, ¿no será necesario recordar constantemente a nuestros contemporáneos la grandeza de nuestra dignidad de hijos de Dios y la sublime vocación que hemos recibido en Cristo? ¿Acaso no necesita la sociedad recuperar y defender aquellas verdades morales fundamentales que son la base de la auténtica libertad y del genuino progreso?”.
Finalizada su visita a la Gruta de San Pablo, Benedicto XVI se desplazó a la nunciatura apostólica en Rabat, donde pernoctó.
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