Ciudad
del Vaticano, 21 de junio de 2015 (Vis).- ''No podía venir a Turín
sin detenerme en esta casa: la Pequeña Casa de la Divina
Providencia, fundada hace casi dos siglos por San José Benito
Cottolengo. Inspirado por el amor misericordioso de Dios Padre y
totalmente confiado en su Providencia, acogió a los pobres, a los
abandonados y enfermos que no podían ser alojados en los hospitales
de aquella época''. Así se dirigió el Santo Padre a los enfermos y
personas diversamente hábiles que lo esperaban en la iglesia del
Cottolengo a la que el Papa llegó después de su encuentro con los
Salesianos.
Después
de bendecir y saludar personalmente a cada uno de los presentes, el
Papa pronunció un breve discurso en el que recordó que ''la
exclusión de los pobres y la dificultad de los indigentes a la hora
de recibir la atención y el tratamiento necesario es una situación
que lamentablemente todavía existe. Ha habido grandes avances en la
medicina y la asistencia social, pero se ha extendido una cultura del
descarte, como resultado de una crisis antropológica que ya no pone
a la persona en el centro, sino al consumo y a los intereses
económicos''.
''Entre
las víctimas de esta cultura del descarte -prosiguió- quisiera
mencionar , en particular, a los ancianos... que son la memoria y la
sabiduría de los pueblos. Su longevidad no siempre se considera un
don de Dios, sino a veces, una carga difícil de soportar,
especialmente cuando la salud está comprometida. Esta mentalidad no
es buena para la sociedad, y nuestra tarea es desarrollar los
"anticuerpos" contra esta forma de considerar a los
ancianos o a las personas con discapacidad, casi como si fueran
vidas que no vale la pena vivir. ¡Es un pecado, un pecado social
grave! Con qué ternura amaba en cambio San José Benito Cottolengo
a estas personas. Aquí podemos aprender una mirada diferente sobre
la vida y la persona... De él aprendemos lo concreto del amor
evangélico, para que muchas personas pobres y enfermas pueden
encontrar un "hogar", vivir como en familia, en comunidad
y no se sientan excluidos o soportados''.
''Queridos
hermanos y hermanas enfermos: Sois miembros preciosos de la Iglesia-
exclamó el Pontífice- sois la carne de Cristo crucificado que
tenemos el honor de tocar y servir con amor. Con la gracia de Jesús
podéis ser testigos y apóstoles de la misericordia divina que salva
al mundo. Mirando a Cristo crucificado, lleno de amor por nosotros, y
también con la ayuda de aquellos que os cuidan, encontráis la
fuerza y el consuelo de llevar cada día vuestra cruz''.
''La
razón de ser de esta pequeña casa no es el asistencialismo, o la
filantropía, sino el Evangelio: ...el amor de predilección de Jesús
por los más vulnerables y los más débiles...Y por eso una obra
como ésta no sale adelante sin la oración ... como demuestran los
seis monasterios de las Hermanas de vida contemplativa que están
vinculados a ella'', concluyó el Pontífice, dando las gracias a
los sacerdotes, a los religiosos y religiosas en Turín y en los
hogares del Cottolengo en todo el mundo. ''Junto con muchos
trabajadores laicos, voluntarios y los "Amigos de Cottolengo",
estáis llamados -dijo- a continuar, con fidelidad creativa, la
misión de este gran santo de la caridad''.
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