Ciudad
del Vaticano, 26 mayo 2013 (VIS).-A mediodía del domingo, fiesta de
la Santísima Trinidad, el Santo Padre se asomó a la ventana de su
estudio para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la Plaza de
San Pedro.
“Que
la luz del tiempo pascual y de Pentecostés renueve cada año en
nosotros la alegría y el asombro de la fe -dijo Papa Francisco-
reconozcamos que Dios no es algo ambiguo, nuestro Dios no es un Dios
“spray”, es concreto, no es una síntesis y tiene un nombre: Dios
es amor. No es un amor sentimental, emotivo, ES el amor del Padre que
está en el origen da cada vida, el amor de un Hijo que muere en la
cruz y resucita, el amor del Espíritu que renueva al hombre y al
mundo. Pensar que Dios es amor nos hace mucho bien, porque nos enseña
a amar, a entregarnos a los otros como Jesús se entrega a nosotros,
y camina con nosotros”
“La
Santísima Trinidad no es el producto de razonamientos humanos; es la
cara con la cual Dios mismo se nos ha revelado, no desde una cátedra,
sino caminando con la humanidad...El Espíritu Santo nos enseña todo
aquello que no sabemos, desde dentro de nosotros nos guía y nos da
buenas ideas y buenas inspiraciones”.
Al
terminar el rezo mariano el Papa ha recordado al sacerdote Giuseppe
Puglisi, mártir asesinado por la mafia en 1993 y proclamado beato el
pasado sábado.
“Don
Puglisi -ha continuado- fue un sacerdote ejemplar, dedicado a la
pastoral juvenil. Educando a los jóvenes según el Evangelio les
apartaba de la mala vida y así ésta ha intentado derrotarlo
asesinándolo. Pero en realidad, ha sido él quien ha ganado, con
Cristo Resucitado. Pienso en los dolores de hombres y mujeres,
también de niños, que son explotados por la mafia, explotados y
obligados a hacer un trabajo que los convierte en esclavos, con la
prostitución, con las muchas presiones sociales. Detrás de estas
explotaciones, detrás de esta esclavitud, están las mafias”.
“Recemos
-ha pedido el Santo Padre- para que el Señor convierta el corazón
de estas personas...que no pueden hacer esto, no pueden convertirnos
en esclavos. Alabemos a Dios por el luminoso testimonio del sacerdote
Giuseppe Puglisi y atesoremos su ejemplo”.
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