Ciudad
del Vaticano, 24 mayo 2013
(VIS).-”¡La trata de personas es una actividad innoble, una
vergüenza para nuestras sociedades que se llaman civilizadas! Los
explotadores y los clientes, en todos los ámbitos, deben hacer un
serio examen de conciencia ante sí mismos y ante Dios”. Estas han
sido las palabras del Papa a los participantes en la Sesión Plenaria
del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e
Itinerantes reunidos en Roma para discutir del tema “La solicitud
pastoral de la Iglesia en el contexto de las migraciones forzadas”.
La
asamblea coincide con la publicación del documento “Acoger a
Cristo en los refugiados y las personas desplazadas por la fuerza”
que llama la atención sobre los millones de refugiados, desplazados
y apátridas, y aborda también el flagelo de la trata de personas,
que afecta cada vez más a los niños sobre los que se ceban las
peores formas de explotación, incluida la de ser reclutados en los
conflictos armados.
“La
Iglesia - ha exclamado el pontífice- renueva hoy su firme
llamamiento para que sean siempre tuteladas la dignidad y la
centralidad de cada persona, en el respeto de los derechos
fundamentales..., unos derechos que por si mismos necesitan ser
ampliados allí donde no se reconocen a millones de hombres y
mujeres en todos los continentes. En un mundo donde se habla mucho de
derechos. ¡cuántas veces, en realidad la dignidad humana es
pisoteada. En un mundo donde se
habla tanto de derechos parece que el único que los tenga sea el
dinero... Vivimos en un mundo, en una cultura donde impera el
fetichismo del dinero”.
En
este contexto el Papa ha recordado que el dicasterio responsable de
la pastoral de los Emigrantes e Itinerantes se preocupa mucho por
“las situaciones en las que la familia de las naciones está
llamada a intervenir en un espíritu de solidaridad fraterna, con
programas de protección, a menudo con el telón de fondo de
acontecimientos dramáticos que tocan, casi todos los días, las
vidas de muchas personas. Os expreso mi aprecio y mi gratitud, y os
aliento a continuar en el camino de servicio a los hermanos pobres y
marginados”.
La
atención de la Iglesia, que es “madre” se manifiesta “con
especial ternura y cercanía a quien se ve obligado a huir de su
país y vive entre la erradicación y la integración. Esta
tensión destruye a las personas. La compasión cristiana -
este "sufrir con-
pasión" - se expresa ante todo en el compromiso de
conocer los eventos que empujan a dejar por fuerza la patria, y donde
sea necesario, a dar voz a los que no pueden hacer oír el grito de
dolor y de la opresión”. “En este sentido - ha dicho a los
participantes en la asamblea- lleváis cabo una tarea importante,
también a la hora de sensibilizar a las comunidades cristianas
hacia tantos hermanos marcados por heridas que jalonan su existencia:
la violencia, el abuso de poder, la distancia de la familia, eventos
traumáticos, la fuga de sus hogares, la incertidumbre sobre el
futuro en el campo de refugiados. Son elementos que deshumanizan y
tienen que empujar a cada cristiano y a toda la comunidad a una
atención concreta”.
No
obstante, el Santo Padre ha invitado a todos a vislumbrar en los ojos
de los refugiados y las personas erradicadas por fuerza también “la
luz de la esperanza. Una esperanza que se expresa en las
expectativas para el futuro, el deseo de relaciones de amistad, de
participar en la sociedad de acogida, en particular mediante el
aprendizaje del idioma, el acceso al empleo y la educación para los
niños. Admiro la valentía de los que esperan reanudar
paulatinamente la vida normal, esperando que la alegría y el amor
vuelven a alegrar su existencia. ¡Todos podemos y debemos alimentar
esa esperanza!”
Por
último, el Papa ha lanzado un llamamiento a los gobernantes y
legisladores y a toda la comunidad internacional para que hagan
frente a la realidad de las personas desarraigadas por la fuerza
“con iniciativas eficaces y nuevos enfoques para proteger su
dignidad, mejorar su calidad de vida y enfrentar los desafíos que
surgen de formas modernas de persecución, opresión y esclavitud.
Se trata, insisto, de seres humanos, que apelan a la solidaridad y el
apoyo, que necesitan acciones urgentes, pero también y sobre todo
comprensión y bondad. Su condición no puede dejarnos
indiferentes”.
“Y
nosotros, como Iglesia- ha concluido- recordemos que curando las
heridas de los refugiados, de los prófugos, de las las víctimas
de la trata, ponemos en práctica el mandamiento del amor que Jesús
nos ha dejado, cuando se identificó con el extranjero, con quien
sufre, con todas las víctimas inocentes de la violencia y la
explotación... Y aquí también me gustaría llamar la atención que
todo pastor y comunidad cristiana debe tener para el camino de fe
de los refugiados cristianos y arrancados por fuerza de su realidad,
así como para los emigrantes cristianos. Requieren una atención
pastoral especial que respete sus tradiciones y les acompañe en una
integración armoniosa en la realidad eclesial en la que viven. No
olvidéis la carne de Cristo, que está en la carne de los
refugiados; su carne es la de Cristo”.
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