Ciudad
del Vaticano, 24 mayo 2013
(VIS).).-.El Papa
Francisco presidió ayer por la tarde en la basílica de San Pedro,
la Profesión de Fe con todo el episcopado italiano, reunido en su
LXV Asamblea General. Era la primera vez que el Santo Padre
encontraba a todos los representantes de la Conferencia Episcopal
Italiana, a los que saludó personalmente, uno a uno.
"La
consecuencia de amar al Señor - dijo el Papa a los obispos- es
darlo todo, absolutamente todo, hasta la propia vida por Él; esto es
lo que debe distinguir nuestro ministerio pastoral; es la prueba que
nos dice con qué profundidad hemos abrazado el don recibido
respondiendo a la llamada de Jesús y de qué manera estamos unidos a
las personas y a las comunidades que nos han sido encomendadas. No
somos expresiones de una estructura o de una necesidad organizativa:
incluso con el servicio de nuestra autoridad estamos llamados a ser
signo de la presencia y la acción del Señor resucitado y edificar
así la comunidad en la caridad fraterna. Incluso el amor más
grande, de hecho, cuando no se alimenta de forma continua, se
desvanece y se apaga".
"La
falta de atención, lo sabemos -subrayó- ablanda al Pastor; le
distrae, le convierte en olvidadizo e incluso en intolerante; le
seduce con la perspectiva de la carrera, le tienta con el dinero y
los compromisos con el espíritu del mundo; le convierte en perezoso
trasformándolo en un funcionario, un clérigo de estado preocupado
más por él mismo, por la organización y las estructuras que por el
verdadero bien del Pueblo de Dios. Se corre el riesgo, entonces, como
el apóstol Pedro, de negar al Señor, aunque si formalmente uno se
presenta y habla en su nombre; se atenúa la santidad de la Madre
Iglesia jerárquica, haciéndola menos fructífera".
"¿Quiénes
somos, hermanos, ante Dios?, ¿Cuáles son nuestras pruebas?. Como
para Pedro, la pregunta insistente y dolorosa de Jesús puede
entristecernos y hacernos conscientes de la debilidad de nuestra
libertad, amenazada por tantas influencias internas y externas, que a
menudo causan confusión, frustración e incluso incredulidad. Estos
no son los sentimientos ni las actitudes que el Señor quiere
despertar, más bien, de esto se aprovecha el enemigo, el diablo,
para aislar en la amargura, en la queja y en el desaliento ...Jesús,
buen pastor, no humilla ni abandona en el remordimiento: en Él habla
la ternura del Padre, que consuela y anima; te hace pasar de la
división de la vergüenza, porque realmente la vergüenza nos
separa, a la confianza; restaura el valor, confía nuevamente la
responsabilidad, nos entrega a la misión".
"Por
esto, ser Pastores - concluyó el Obispo de Roma- significa también
estar dispuestos a caminar en medio y detrás de la manada: capaces
de escuchar la silenciosa historia de quien sufre y de apoyar el paso
de quien teme no conseguirlo; pendientes de animar, tranquilizar e
infundir esperanza. Compartiendo con los humildes, nuestra fe se
refuerza; dejemos de lado, entonces, cualquier forma de arrogancia,
para inclinarnos ante todos aquellos a los que el Señor confía a
nuestro cuidado ...Entre estos, reservemos un lugar particular a
nuestros sacerdotes: sobre todo para ellos, que nuestro corazón,
nuestra mano y nuestra puerta permanezcan siempre abiertos en
cualquier momento. Ellos son los primeros fieles que nosotros, los
obispos, tenemos: nuestros sacerdotes”.
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