CIUDAD DEL VATICANO, 11 ENE 2012 (VIS).-La oración de Jesús en la Última Cena fue el tema de la catequesis de la audiencia general de los miércoles que tuvo lugar en el Aula Pablo VI y a la que asistieron 4.000 personas.
El telón de fondo temporal y emocional de la cena en que Jesús se despide de sus amigos es la inminencia de su muerte, que siente ya muy cerca. Además, en los días en que se preparaba a decir adiós a sus discípulos, la vida del pueblo judío estaba marcada por el acercarse de la Pascua, memorial de la liberación de Israel de Egipto.
“La Última Cena –explicó el Papa- se inserta en este contexto, con una novedad: Jesús quiere vivirla con sus discípulos de una forma completamente diversa y especial; es su Cena y en ella da algo totalmente nuevo: Se entrega a sí mismo. De esta forma celebra su Pascua, anticipa su Cruz y su Resurrección”.
El núcleo de la Cena son “los gestos de partir el pan, distribuirlo y compartir el cáliz del vino, con las palabras que los acompañan y en el contexto de oración en que se sitúan: es la institución de la Eucaristía, es la gran oración de Jesús y de la Iglesia”. Asimismo, las palabras que usan los evangelistas para describir este momento recuerdan la “berakha” judía, la gran oración de acción de gracias y de bendición con la que comenzaban los grandes convites. “Esa oración de alabanza y agradecimiento que se eleva a Dios –dijo el pontífice- regresa como bendición, que desciende de Dios hacia el ser humano y lo enriquece. (...) Las palabras de institución de la Eucaristía se colocan en este contexto de oración; en ellas la alabanza y la bendición de la berakha se transforman en bendición y transformación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús”.
Los gestos que cumple Jesús eran tradicionalmente los gestos de hospitalidad del dueño de la casa para sus invitados, pero en la Última Cena adquieren una profundidad nueva: Cristo da “una señal visible de la acogida a la mesa en que Dios se entrega. Jesús, en el pan y el vino, se nos ofrece”. Consciente de su muerte ya próxima, “ofrece anticipadamente la vida que le será arrebatada y de este modo transforma su muerte violenta en un acto libre de entrega de sí por los demás y a los demás. La violencia padecida se transforma en un sacrificio activo, libre y redentor”.
“Contemplando los gestos y las palabras de Jesús en aquella noche, vemos claramente que su relación profunda y constante con el Padre es el lugar donde cumple el gesto de dejar a sus discípulos y a cada uno de nosotros el Sacramento del amor”, dijo el Santo Padre. En la Cena, Cristo también reza por sus discípulos, que a su vez serán sometidos a duras pruebas, y con esa plegaria “sostiene su debilidad, su dificultad para comprender que el camino de Dios pasa a través del Misterio pascual de muerte y resurrección, anticipado en la oferta del pan y el vino. La Eucaristía es alimento de los peregrinos que también da fuerzas a los que están cansados y desorientados”.
Participando en la Eucaristía “vivimos de una forma extraordinaria la oración que Jesús pronunció y pronuncia constantemente por cada uno de nosotros para que el mal, que todos encontramos en la vida, no venza; y para que actúe en nosotros la fuerza transformadora de la muerte y resurrección de Cristo. En la Eucaristía, la Iglesia responde al mandamiento de Jesús: ‘Haced esto en conmemoración mía’; repite la plegaria de agradecimiento y bendición y, con ella, las palabras de la transustanciación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Nuestras Eucaristías nos incorporan a aquel instante de oración; nos unen siempre de nuevo a la oración de Jesús”.
“Pidamos al Señor que, después de habernos preparado adecuadamente, también con el Sacramento de la Penitencia, nuestra participación en su Eucaristía, indispensable para la vida cristiana, sea siempre la cima de toda nuestra oración. Pidamos que, unidos profundamente en su misma ofrenda al Padre, transformemos también nosotros nuestras cruces en sacrificio, libre y responsable, de amor a Dios y a los hermanos”, concluyó Benedicto XVI.
Al final de la catequesis, el Papa saludó en diversos idiomas a los peregrinos presentes. Dirigiéndose especialmente a los jóvenes, los enfermos y los recién casados, señaló que la solemnidad del Bautismo del Señor, celebrada el domingo pasado, ofrece la oportunidad de reflexionar sobre el propio bautismo: “Queridos jóvenes, vivid con alegría vuestra pertenencia a la Iglesia, que es la familia de Jesús. Queridos enfermos, que la gracia del Bautismo alivie vuestros sufrimientos y os ayude a ofrecerlos a Cristo por la salvación de la humanidad. Y vosotros, queridos recién casados, (…) fundad vuestro matrimonio en la fe, recibida como don el día de vuestro bautismo”.
En la audiencia también han participado artistas de varios circos, que realizaron una breve actuación para el Papa. A ellos y a todos los peregrinos de lengua italiana, Benedicto XVI dijo: “Espero que este encuentro llene a cada uno de entusiasmo y estímulos para dar testimonio, con palabras y obras, de Jesús nuestro Salvador”.
AG/ VIS 20120111 (860)
El telón de fondo temporal y emocional de la cena en que Jesús se despide de sus amigos es la inminencia de su muerte, que siente ya muy cerca. Además, en los días en que se preparaba a decir adiós a sus discípulos, la vida del pueblo judío estaba marcada por el acercarse de la Pascua, memorial de la liberación de Israel de Egipto.
“La Última Cena –explicó el Papa- se inserta en este contexto, con una novedad: Jesús quiere vivirla con sus discípulos de una forma completamente diversa y especial; es su Cena y en ella da algo totalmente nuevo: Se entrega a sí mismo. De esta forma celebra su Pascua, anticipa su Cruz y su Resurrección”.
El núcleo de la Cena son “los gestos de partir el pan, distribuirlo y compartir el cáliz del vino, con las palabras que los acompañan y en el contexto de oración en que se sitúan: es la institución de la Eucaristía, es la gran oración de Jesús y de la Iglesia”. Asimismo, las palabras que usan los evangelistas para describir este momento recuerdan la “berakha” judía, la gran oración de acción de gracias y de bendición con la que comenzaban los grandes convites. “Esa oración de alabanza y agradecimiento que se eleva a Dios –dijo el pontífice- regresa como bendición, que desciende de Dios hacia el ser humano y lo enriquece. (...) Las palabras de institución de la Eucaristía se colocan en este contexto de oración; en ellas la alabanza y la bendición de la berakha se transforman en bendición y transformación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús”.
Los gestos que cumple Jesús eran tradicionalmente los gestos de hospitalidad del dueño de la casa para sus invitados, pero en la Última Cena adquieren una profundidad nueva: Cristo da “una señal visible de la acogida a la mesa en que Dios se entrega. Jesús, en el pan y el vino, se nos ofrece”. Consciente de su muerte ya próxima, “ofrece anticipadamente la vida que le será arrebatada y de este modo transforma su muerte violenta en un acto libre de entrega de sí por los demás y a los demás. La violencia padecida se transforma en un sacrificio activo, libre y redentor”.
“Contemplando los gestos y las palabras de Jesús en aquella noche, vemos claramente que su relación profunda y constante con el Padre es el lugar donde cumple el gesto de dejar a sus discípulos y a cada uno de nosotros el Sacramento del amor”, dijo el Santo Padre. En la Cena, Cristo también reza por sus discípulos, que a su vez serán sometidos a duras pruebas, y con esa plegaria “sostiene su debilidad, su dificultad para comprender que el camino de Dios pasa a través del Misterio pascual de muerte y resurrección, anticipado en la oferta del pan y el vino. La Eucaristía es alimento de los peregrinos que también da fuerzas a los que están cansados y desorientados”.
Participando en la Eucaristía “vivimos de una forma extraordinaria la oración que Jesús pronunció y pronuncia constantemente por cada uno de nosotros para que el mal, que todos encontramos en la vida, no venza; y para que actúe en nosotros la fuerza transformadora de la muerte y resurrección de Cristo. En la Eucaristía, la Iglesia responde al mandamiento de Jesús: ‘Haced esto en conmemoración mía’; repite la plegaria de agradecimiento y bendición y, con ella, las palabras de la transustanciación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Nuestras Eucaristías nos incorporan a aquel instante de oración; nos unen siempre de nuevo a la oración de Jesús”.
“Pidamos al Señor que, después de habernos preparado adecuadamente, también con el Sacramento de la Penitencia, nuestra participación en su Eucaristía, indispensable para la vida cristiana, sea siempre la cima de toda nuestra oración. Pidamos que, unidos profundamente en su misma ofrenda al Padre, transformemos también nosotros nuestras cruces en sacrificio, libre y responsable, de amor a Dios y a los hermanos”, concluyó Benedicto XVI.
Al final de la catequesis, el Papa saludó en diversos idiomas a los peregrinos presentes. Dirigiéndose especialmente a los jóvenes, los enfermos y los recién casados, señaló que la solemnidad del Bautismo del Señor, celebrada el domingo pasado, ofrece la oportunidad de reflexionar sobre el propio bautismo: “Queridos jóvenes, vivid con alegría vuestra pertenencia a la Iglesia, que es la familia de Jesús. Queridos enfermos, que la gracia del Bautismo alivie vuestros sufrimientos y os ayude a ofrecerlos a Cristo por la salvación de la humanidad. Y vosotros, queridos recién casados, (…) fundad vuestro matrimonio en la fe, recibida como don el día de vuestro bautismo”.
En la audiencia también han participado artistas de varios circos, que realizaron una breve actuación para el Papa. A ellos y a todos los peregrinos de lengua italiana, Benedicto XVI dijo: “Espero que este encuentro llene a cada uno de entusiasmo y estímulos para dar testimonio, con palabras y obras, de Jesús nuestro Salvador”.
AG/ VIS 20120111 (860)
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