CIUDAD DEL VATICANO, 30 NOV 2011 (VIS).-La audiencia general de los miércoles se ha celebrado esta mañana en el Aula Pablo VI, con la participación de 5.500 fieles procedentes de varios países. Terminada la serie de catequesis dedicada a la oración en el Antiguo Testamento, el Papa inició hoy un nuevo ciclo centrado en la oración de Cristo, “que atraviesa toda su vida, como un canal secreto que riega su existencia, relaciones y gestos, y lo guía con progresiva firmeza a la entrega total de sí mismo, según el proyecto de amor de Dios Padre”.
Benedicto XVI señaló que un momento especialmente significativo es la oración que sigue al bautismo de Jesús en el Jordán. Según la predicación de Juan, el bautismo debía sellar el abandono de toda conducta ligada al pecado para iniciar una vida nueva. En este contexto, cabe preguntarse por qué Jesús se somete a este bautismo de penitencia y conversión, dado que no tenía pecados ni necesidad de convertirse. De ahí el estupor del Bautista que le pregunta: “Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí?”. El Pontífice explicó que “descendiendo en el río Jordán, Jesús, sin pecado, hace visible su solidaridad con quienes reconocen sus propios pecados y deciden arrepentirse y cambiar de vida; hace entender que formar parte del pueblo de Dios quiere decir entrar en una óptica (…) de vida conforme a Dios. En este gesto Jesús anticipa la cruz, comienza su actividad tomando el lugar de los pecadores, cargando sobre sus hombros el peso de la culpa de toda la humanidad”.
Orando tras el bautismo, Cristo muestra su íntima unión con el Padre, “experimenta su paternidad y la belleza exigente de su amor, y recibe la confirmación de su misión” con las palabras que resuenan desde el Cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado”, y con el Espíritu Santo que desciende sobre Él. “En la oración –dijo el Papa- Jesús vive un contacto ininterrumpido con el Padre para realizar hasta el final el proyecto de amor por los hombres”. Y es en esta profunda unión con el Padre que Jesús cumple el paso de la vida oculta de Nazaret a su ministerio público.
Cristo, maestro de oración
La oración de Jesús tiene sus raíces, como muestran las referencias de los Evangelios, en su familia, fuertemente ligada a la tradición religiosa del pueblo de Israel; pero su origen “profundo y esencial” está en “su ser el Hijo de Dios, en su relación única con Dios Padre”. En la narración evangélica, “los ambientes de la oración de Jesús se colocan siempre en una encrucijada entre la tradición de su pueblo y la novedad de una relación personal única con Dios. El ‘lugar desierto’ al que se retira a menudo, ‘el monte’ al que sube para orar, ‘la noche’ que le proporciona soledad, recuerdan momentos del camino de la revelación de Dios en el Antiguo Testamento, e indican la continuidad de su proyecto salvífico”.
“La oración de Jesús toca todas las fases de su ministerio y todas sus jornadas. La fatiga no la interrumpe. Por el contrario, los Evangelios dejan ver la costumbre de Jesús de transcurrir parte de la noche en oración. (…) Cuando las decisiones se hacen urgentes y complejas, su oración se hace más prolongada e intensa”.
Benedicto XVI afirmó que, contemplando el modo de orar de Cristo, debemos interrogarnos sobre nuestra propia oración y el tiempo que dedicamos a la relación con Dios. En este punto, subrayó la importancia de “la lectura orante de la Sagrada Escritura. (…) Escuchar, meditar, callar ante el Señor que habla es un arte que se aprende practicándolo con constancia”. La oración es un don de Dios, pero exige “esfuerzo y continuidad”.
Los cristianos están llamados actualmente a “ser testigos de oración, ya que nuestro mundo a menudo se cierra al horizonte divino y a la esperanza que trae el encuentro con Dios. En la amistad profunda con Jesús y viviendo en Él y con Él la relación filial con el Padre, a través de nuestra oración fiel y constante, podemos abrir ventanas hacia el Cielo de Dios. Es más, recorriendo la vía de la oración (…) ayudamos a otros a recorrerla”.
Para terminar, el Santo Padre exhortó a los fieles a mantener “una relación intensa con Dios, una oración que no sea ocasional sino constante, llena de confianza, capaz de iluminar nuestra vida, como nos enseña Jesús. Y pidámosle que podamos comunicar a quienes tenemos cerca, a quienes encontramos en nuestro camino, la alegría del encuentro con el Señor, luz de la existencia”.
AG/ VIS 20111130 (780)
Benedicto XVI señaló que un momento especialmente significativo es la oración que sigue al bautismo de Jesús en el Jordán. Según la predicación de Juan, el bautismo debía sellar el abandono de toda conducta ligada al pecado para iniciar una vida nueva. En este contexto, cabe preguntarse por qué Jesús se somete a este bautismo de penitencia y conversión, dado que no tenía pecados ni necesidad de convertirse. De ahí el estupor del Bautista que le pregunta: “Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí?”. El Pontífice explicó que “descendiendo en el río Jordán, Jesús, sin pecado, hace visible su solidaridad con quienes reconocen sus propios pecados y deciden arrepentirse y cambiar de vida; hace entender que formar parte del pueblo de Dios quiere decir entrar en una óptica (…) de vida conforme a Dios. En este gesto Jesús anticipa la cruz, comienza su actividad tomando el lugar de los pecadores, cargando sobre sus hombros el peso de la culpa de toda la humanidad”.
Orando tras el bautismo, Cristo muestra su íntima unión con el Padre, “experimenta su paternidad y la belleza exigente de su amor, y recibe la confirmación de su misión” con las palabras que resuenan desde el Cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado”, y con el Espíritu Santo que desciende sobre Él. “En la oración –dijo el Papa- Jesús vive un contacto ininterrumpido con el Padre para realizar hasta el final el proyecto de amor por los hombres”. Y es en esta profunda unión con el Padre que Jesús cumple el paso de la vida oculta de Nazaret a su ministerio público.
Cristo, maestro de oración
La oración de Jesús tiene sus raíces, como muestran las referencias de los Evangelios, en su familia, fuertemente ligada a la tradición religiosa del pueblo de Israel; pero su origen “profundo y esencial” está en “su ser el Hijo de Dios, en su relación única con Dios Padre”. En la narración evangélica, “los ambientes de la oración de Jesús se colocan siempre en una encrucijada entre la tradición de su pueblo y la novedad de una relación personal única con Dios. El ‘lugar desierto’ al que se retira a menudo, ‘el monte’ al que sube para orar, ‘la noche’ que le proporciona soledad, recuerdan momentos del camino de la revelación de Dios en el Antiguo Testamento, e indican la continuidad de su proyecto salvífico”.
“La oración de Jesús toca todas las fases de su ministerio y todas sus jornadas. La fatiga no la interrumpe. Por el contrario, los Evangelios dejan ver la costumbre de Jesús de transcurrir parte de la noche en oración. (…) Cuando las decisiones se hacen urgentes y complejas, su oración se hace más prolongada e intensa”.
Benedicto XVI afirmó que, contemplando el modo de orar de Cristo, debemos interrogarnos sobre nuestra propia oración y el tiempo que dedicamos a la relación con Dios. En este punto, subrayó la importancia de “la lectura orante de la Sagrada Escritura. (…) Escuchar, meditar, callar ante el Señor que habla es un arte que se aprende practicándolo con constancia”. La oración es un don de Dios, pero exige “esfuerzo y continuidad”.
Los cristianos están llamados actualmente a “ser testigos de oración, ya que nuestro mundo a menudo se cierra al horizonte divino y a la esperanza que trae el encuentro con Dios. En la amistad profunda con Jesús y viviendo en Él y con Él la relación filial con el Padre, a través de nuestra oración fiel y constante, podemos abrir ventanas hacia el Cielo de Dios. Es más, recorriendo la vía de la oración (…) ayudamos a otros a recorrerla”.
Para terminar, el Santo Padre exhortó a los fieles a mantener “una relación intensa con Dios, una oración que no sea ocasional sino constante, llena de confianza, capaz de iluminar nuestra vida, como nos enseña Jesús. Y pidámosle que podamos comunicar a quienes tenemos cerca, a quienes encontramos en nuestro camino, la alegría del encuentro con el Señor, luz de la existencia”.
AG/ VIS 20111130 (780)
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