CIUDAD DEL VATICANO, 22 ABR 2011 (VIS).-A las 17,00 de hoy, Viernes Santo, el Papa presidió en la basílica vaticana la celebración de la Pasión del Señor. Como es tradicional, tras la lectura de la Pasión según San Juan, el padre Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap., predicador de la Casa Pontificia, pronunció la homilía. A continuación, tuvo lugar la oración universal, la adoración de la Santa Cruz y la Sagrada Comunión.
A las 21,00, el Santo Padre se desplazó al Coliseo para presidir el Vía Crucis. Los textos de las meditaciones de este año han sido compuestos por sor Maria Rita Piccione, del la Orden de San Agustín, del Monasterio de los Santos Quattro Coronati en Roma.
Benedicto XVI siguió la ceremonia desde la colina del Palatino. La cruz fue llevada en las diferentes estaciones por el cardenal Agostino Vallini, vicario del Papa para la diócesis de Roma, una familia romana con cinco hijos (trillizos y gemelos), una familia de Etiopía, dos monjas agustinas, un franciscano de Egipto y una joven de ese mismo país, un enfermo en silla de ruedas empujado por un voluntario, y dos frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa.
Al terminar la ceremonia, el Santo Padre pronunció unas palabras.
“Esta noche –dijo- hemos revivido, en el profundo de nuestro corazón, el drama de Jesús, cargado del dolor, del mal y del pecado del hombre”.
“Miremos bien a este hombre crucificado entre la tierra y el cielo, contemplémosle con una mirada más profunda, y descubriremos que la Cruz no es el signo de la victoria de la muerte, del pecado y del mal, sino el signo luminoso del amor, más aún, de la inmensidad del amor de Dios, de aquello que jamás habríamos podido pedir, imaginar o esperar: Dios se ha inclinado sobre nosotros, se ha abajado hasta llegar al rincón más oscuro de nuestra vida para tendernos la mano y alzarnos hacia él, para llevarnos hasta él. La Cruz nos habla de la fe en el poder de este amor, a creer que en cada situación de nuestra vida, de la historia, del mundo, Dios es capaz de vencer la muerte, el pecado, el mal, y darnos una vida nueva, resucitada. En la muerte en cruz del Hijo de Dios, está el germen de una nueva esperanza de vida, como el grano que muere dentro de la tierra”.
El Papa invitó finalmente a fijar “nuestra mirada en Jesús crucificado” y a pedirle “en la oración: Ilumina, Señor, nuestro corazón, para que podamos seguirte por el camino de la Cruz; haz morir en nosotros el “hombre viejo”, atado al egoísmo, al mal, al pecado, y haznos “hombres nuevos”, hombres y mujeres santos, transformados y animados por tu amor”.
BXVI-SEMANA SANTA/ VIS 20110427 (470)
A las 21,00, el Santo Padre se desplazó al Coliseo para presidir el Vía Crucis. Los textos de las meditaciones de este año han sido compuestos por sor Maria Rita Piccione, del la Orden de San Agustín, del Monasterio de los Santos Quattro Coronati en Roma.
Benedicto XVI siguió la ceremonia desde la colina del Palatino. La cruz fue llevada en las diferentes estaciones por el cardenal Agostino Vallini, vicario del Papa para la diócesis de Roma, una familia romana con cinco hijos (trillizos y gemelos), una familia de Etiopía, dos monjas agustinas, un franciscano de Egipto y una joven de ese mismo país, un enfermo en silla de ruedas empujado por un voluntario, y dos frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa.
Al terminar la ceremonia, el Santo Padre pronunció unas palabras.
“Esta noche –dijo- hemos revivido, en el profundo de nuestro corazón, el drama de Jesús, cargado del dolor, del mal y del pecado del hombre”.
“Miremos bien a este hombre crucificado entre la tierra y el cielo, contemplémosle con una mirada más profunda, y descubriremos que la Cruz no es el signo de la victoria de la muerte, del pecado y del mal, sino el signo luminoso del amor, más aún, de la inmensidad del amor de Dios, de aquello que jamás habríamos podido pedir, imaginar o esperar: Dios se ha inclinado sobre nosotros, se ha abajado hasta llegar al rincón más oscuro de nuestra vida para tendernos la mano y alzarnos hacia él, para llevarnos hasta él. La Cruz nos habla de la fe en el poder de este amor, a creer que en cada situación de nuestra vida, de la historia, del mundo, Dios es capaz de vencer la muerte, el pecado, el mal, y darnos una vida nueva, resucitada. En la muerte en cruz del Hijo de Dios, está el germen de una nueva esperanza de vida, como el grano que muere dentro de la tierra”.
El Papa invitó finalmente a fijar “nuestra mirada en Jesús crucificado” y a pedirle “en la oración: Ilumina, Señor, nuestro corazón, para que podamos seguirte por el camino de la Cruz; haz morir en nosotros el “hombre viejo”, atado al egoísmo, al mal, al pecado, y haznos “hombres nuevos”, hombres y mujeres santos, transformados y animados por tu amor”.
BXVI-SEMANA SANTA/ VIS 20110427 (470)
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