CIUDAD DEL VATICANO, 4 MAR 2011 (VIS).-Siguiendo una tradición, el Santo Padre visitó esta tarde el Seminario Romano Mayor, en la víspera de la fiesta de la patrona, la Virgen de la Confianza.
El Papa presidió en la Capilla Mayor del Seminario una lectio divina para todos los seminaristas de la diócesis de Roma, centrada en la Carta de San Pablo a los Efesios.
Comentando la palabra “llamada”, “vocación”, de la que habla san Pablo, Benedicto XVI subrayó que “la vida cristiana comienza con una llamada y siempre es una respuesta, hasta el final”. En este contexto afirmó que “el icono de la Anunciación a María representa mucho más un particular episodio del Evangelio; (…) contiene todo el misterio de María, toda su historia, su ser, y al mismo tiempo habla de la Iglesia, de su esencia, así como de todos los creyentes en Cristo, de cada alma cristiana llamada”.
“El Señor –continuó- ha llamado a cada uno de nosotros con su nombre. Dios es tan grande que tiene tiempo para cada uno, me conoce, conoce a cada uno de nosotros con su nombre, personalmente. (…) Creo que deberíamos reflexionar sobre este misterio una y otra vez: Dios, el Señor, me ha llamado, me llama, me conoce, espera mi respuesta como esperaba la respuesta de María, esperaba la respuesta de los apóstoles”.
Hablando de la humildad del Señor, a la que se refiere san Pablo en la Carta a los Filipenses, el Papa dijo que “imitar a Dios que viene a mí, que es tan grande que se hace amigo mío, sufre por mí, ha muerto por mí es la humildad que hay que aprender. Esto significa que tenemos que vernos siempre a la luz de Dios, así podemos conocer la grandeza de ser personas amadas por Dios, pero también nuestra pequeñez, nuestra pobreza y comportarnos así, no como señores, sino como siervos”.
Tras poner de relieve que “la llamada de Dios es al mismo tiempo una llamada en comunidad, es un llamada eclesial”, el Santo Padre señaló que “el Espíritu Santo crea el cuerpo y nos une en un único cuerpo. (…) De este modo estamos en comunión con Cristo, aceptando esta corporeidad de su Iglesia, del Espíritu que se encarna en el Cuerpo”.
“También tenemos que tener presente que es muy bonito estar en compañía, (…) tener amigos en el cielo y en la tierra, sentir la belleza de este cuerpo, estar contentos porque el Señor nos ha llamado en un cuerpo y nos ha dado amigos en todo el mundo”.
Benedicto XVI ofreció finalmente unas reflexiones sobre “la importancia de buscar siempre la unidad en la comunión del único Cristo, del único Dios”.
“La unidad de la Iglesia (…) es fruto de la concordia, de un compromiso común para comportarnos como Jesús, en virtud de su Espíritu. (…) Para conservar la unidad del espíritu hay que orientar el propio comportamiento a aquella humildad, dulzura y magnanimidad de las que Jesús dio testimonio en su pasión; es necesario -terminó- tener las manos y el corazón unidos por aquel vínculo de amor que Él mismo aceptó por nosotros, haciéndose nuestro servidor”.
BXVI-VISITA/ VIS 20110307 (530)
El Papa presidió en la Capilla Mayor del Seminario una lectio divina para todos los seminaristas de la diócesis de Roma, centrada en la Carta de San Pablo a los Efesios.
Comentando la palabra “llamada”, “vocación”, de la que habla san Pablo, Benedicto XVI subrayó que “la vida cristiana comienza con una llamada y siempre es una respuesta, hasta el final”. En este contexto afirmó que “el icono de la Anunciación a María representa mucho más un particular episodio del Evangelio; (…) contiene todo el misterio de María, toda su historia, su ser, y al mismo tiempo habla de la Iglesia, de su esencia, así como de todos los creyentes en Cristo, de cada alma cristiana llamada”.
“El Señor –continuó- ha llamado a cada uno de nosotros con su nombre. Dios es tan grande que tiene tiempo para cada uno, me conoce, conoce a cada uno de nosotros con su nombre, personalmente. (…) Creo que deberíamos reflexionar sobre este misterio una y otra vez: Dios, el Señor, me ha llamado, me llama, me conoce, espera mi respuesta como esperaba la respuesta de María, esperaba la respuesta de los apóstoles”.
Hablando de la humildad del Señor, a la que se refiere san Pablo en la Carta a los Filipenses, el Papa dijo que “imitar a Dios que viene a mí, que es tan grande que se hace amigo mío, sufre por mí, ha muerto por mí es la humildad que hay que aprender. Esto significa que tenemos que vernos siempre a la luz de Dios, así podemos conocer la grandeza de ser personas amadas por Dios, pero también nuestra pequeñez, nuestra pobreza y comportarnos así, no como señores, sino como siervos”.
Tras poner de relieve que “la llamada de Dios es al mismo tiempo una llamada en comunidad, es un llamada eclesial”, el Santo Padre señaló que “el Espíritu Santo crea el cuerpo y nos une en un único cuerpo. (…) De este modo estamos en comunión con Cristo, aceptando esta corporeidad de su Iglesia, del Espíritu que se encarna en el Cuerpo”.
“También tenemos que tener presente que es muy bonito estar en compañía, (…) tener amigos en el cielo y en la tierra, sentir la belleza de este cuerpo, estar contentos porque el Señor nos ha llamado en un cuerpo y nos ha dado amigos en todo el mundo”.
Benedicto XVI ofreció finalmente unas reflexiones sobre “la importancia de buscar siempre la unidad en la comunión del único Cristo, del único Dios”.
“La unidad de la Iglesia (…) es fruto de la concordia, de un compromiso común para comportarnos como Jesús, en virtud de su Espíritu. (…) Para conservar la unidad del espíritu hay que orientar el propio comportamiento a aquella humildad, dulzura y magnanimidad de las que Jesús dio testimonio en su pasión; es necesario -terminó- tener las manos y el corazón unidos por aquel vínculo de amor que Él mismo aceptó por nosotros, haciéndose nuestro servidor”.
BXVI-VISITA/ VIS 20110307 (530)
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