CIUDAD DEL VATICANO, 24 NOV 2010 (VIS).-Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles, celebrada en al Aula Pablo VI y a la que asistieron 7.000 personas, a Santa Catalina de Siena (1347-1380), declarada Doctora de la Iglesia por Pablo VI y Co-patrona de Europa por Juan Pablo II.
Catalina entró a los 16 años en la tercera orden dominica y se dedicó a la oración, la penitencia y las obras de caridad, sobre todo con los enfermos. Cuando la fama de su santidad se difundió, explicó el Papa, fue “protagonista de una intensas actividad de consejo espiritual con todo tipo de personas: nobles, políticos, artistas, gente del pueblo, consagrados y eclesiásticos, comprendido el Papa Gregorio XI, que en esa época residía en Avignon y al que exhortó enérgica y eficazmente a regresar a Roma”. La santa, que viajó mucho para solicitar “la reforma interna de la Iglesia y promover la paz entre los países”, dio a conocer su doctrina en tres obras: “El Diálogo de la Divina Providencia o el Libro de la divina doctrina, en su “Epistolario” y en la colección de “Oraciones”.
Fue, además, una gran mística. Es célebre la visión en que la Virgen la presenta a Jesús que le entrega un anillo, al igual que la del intercambio de su corazón con el de Cristo. “El centro vital de la religiosidad de Catalina y de toda espiritualidad auténtica es el cristocentrismo”, explicó el Santo Padre. “Cristo es para ella como el esposo con quien existe una relación de intimidad, comunión y fidelidad. (...) Como la santa de Siena, cada creyente siente la necesidad de conformarse a los sentimientos del Corazón de Cristo para amar a Dios y al prójimo como Cristo ama. Todos podemos dejar que nos transforme el corazón y aprender a amar como Cristo, en una familiaridad con Él que se nutre de la oración, la meditación sobre la Palabra de Dios y los sacramentos, sobre todo (...) la santa Comunión”.
“En torno a una personalidad tan fuerte y auténtica se fue constituyendo una verdadera y propia familia espiritual. Se trataba de personas fascinadas por la autoridad moral de esta joven mujer. (...) Muchos se pusieron a su servicio (...) considerando un privilegio ser guiados espiritualmente por Catalina y la llamaban “madre”, porque como hijos espirituales esperaban de ella el alimento del espíritu. También hoy la Iglesia -subrayó el pontífice- recibe un gran beneficio del ejercicio de la maternidad espiritual de tantas mujeres, consagradas y laicas, que alimentan en las almas el pensamiento de Dios, refuerzan la fe de las personas y orientan la vida cristiana hacia cimas cada vez más altas”.
Otra característica de la espiritualidad de Catalina está ligada al “don de las lágrimas, que expresan una profunda sensibilidad, capaz de emoción y ternura. No pocos santos han tenido el don de las lágrimas, que renueva la emoción del mismo Jesús, que no escondió sus lágrimas ante la tumba de su amigo Lázaro, el dolor de Marta y María, y la vista de Jerusalén, en sus últimos días en la tierra. Para Catalina las lágrimas de los santos se mezclan con la sangre de Cristo”.
Benedicto XVI recordó en fin que Catalina de Siena, “aunque consciente de las carencias humanas de los sacerdotes, siempre tuvo por ellos un gran respeto porque dispensan a través de los Sacramentos y la Palabra, la fuerza salvadora de la Sangre de Cristo. La santa invitó a los ministros, e incluso al Papa, a quien llamaba “dulce Cristo en la tierra”, a ser fieles a sus responsabilidades, movida siempre y solo por su amor profundo y constante por la Iglesia (...) y de ella aprendemos “la ciencia más sublime: conocer y amar a Jesucristo y a su Iglesia”.
AG/ VIS 20101124 (630)
Catalina entró a los 16 años en la tercera orden dominica y se dedicó a la oración, la penitencia y las obras de caridad, sobre todo con los enfermos. Cuando la fama de su santidad se difundió, explicó el Papa, fue “protagonista de una intensas actividad de consejo espiritual con todo tipo de personas: nobles, políticos, artistas, gente del pueblo, consagrados y eclesiásticos, comprendido el Papa Gregorio XI, que en esa época residía en Avignon y al que exhortó enérgica y eficazmente a regresar a Roma”. La santa, que viajó mucho para solicitar “la reforma interna de la Iglesia y promover la paz entre los países”, dio a conocer su doctrina en tres obras: “El Diálogo de la Divina Providencia o el Libro de la divina doctrina, en su “Epistolario” y en la colección de “Oraciones”.
Fue, además, una gran mística. Es célebre la visión en que la Virgen la presenta a Jesús que le entrega un anillo, al igual que la del intercambio de su corazón con el de Cristo. “El centro vital de la religiosidad de Catalina y de toda espiritualidad auténtica es el cristocentrismo”, explicó el Santo Padre. “Cristo es para ella como el esposo con quien existe una relación de intimidad, comunión y fidelidad. (...) Como la santa de Siena, cada creyente siente la necesidad de conformarse a los sentimientos del Corazón de Cristo para amar a Dios y al prójimo como Cristo ama. Todos podemos dejar que nos transforme el corazón y aprender a amar como Cristo, en una familiaridad con Él que se nutre de la oración, la meditación sobre la Palabra de Dios y los sacramentos, sobre todo (...) la santa Comunión”.
“En torno a una personalidad tan fuerte y auténtica se fue constituyendo una verdadera y propia familia espiritual. Se trataba de personas fascinadas por la autoridad moral de esta joven mujer. (...) Muchos se pusieron a su servicio (...) considerando un privilegio ser guiados espiritualmente por Catalina y la llamaban “madre”, porque como hijos espirituales esperaban de ella el alimento del espíritu. También hoy la Iglesia -subrayó el pontífice- recibe un gran beneficio del ejercicio de la maternidad espiritual de tantas mujeres, consagradas y laicas, que alimentan en las almas el pensamiento de Dios, refuerzan la fe de las personas y orientan la vida cristiana hacia cimas cada vez más altas”.
Otra característica de la espiritualidad de Catalina está ligada al “don de las lágrimas, que expresan una profunda sensibilidad, capaz de emoción y ternura. No pocos santos han tenido el don de las lágrimas, que renueva la emoción del mismo Jesús, que no escondió sus lágrimas ante la tumba de su amigo Lázaro, el dolor de Marta y María, y la vista de Jerusalén, en sus últimos días en la tierra. Para Catalina las lágrimas de los santos se mezclan con la sangre de Cristo”.
Benedicto XVI recordó en fin que Catalina de Siena, “aunque consciente de las carencias humanas de los sacerdotes, siempre tuvo por ellos un gran respeto porque dispensan a través de los Sacramentos y la Palabra, la fuerza salvadora de la Sangre de Cristo. La santa invitó a los ministros, e incluso al Papa, a quien llamaba “dulce Cristo en la tierra”, a ser fieles a sus responsabilidades, movida siempre y solo por su amor profundo y constante por la Iglesia (...) y de ella aprendemos “la ciencia más sublime: conocer y amar a Jesucristo y a su Iglesia”.
AG/ VIS 20101124 (630)
No hay comentarios:
Publicar un comentario