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sábado, 13 de septiembre de 2008

BUSQUEDA DE DIOS EN LAS RAICES DE LA CULTURA EUROPEA


CIUDAD DEL VATICANO, 12 SEP 2008 (VIS).-El mundo de la cultura acogió esta tarde a Benedicto XVI en el College des Bernardins, donde el Papa llegó hacia las 17,30.

  La institución fue fundada en 1247 por Étienne de Lexington, abad cisterciense de Claraval, como centro de formación teológica para los monjes del Císter. Confiscado durante la Revolución, el edificio se vendió y pasó a través de los siglos por diversas peripecias, hasta que lo adquirió la archidiócesis de París. Después de cinco años de restauración, el edificio, auténtica joya de la arquitectura medieval, se abrió al público el pasado 4 de septiembre. Es sede de iniciativas artísticas, conferencias y reuniones.

  El discurso del Papa estuvo dedicado  al origen  de la teología occidental y de las raíces de la cultura europea. "En la gran fractura cultural provocada por las migraciones de los pueblos y el nuevo orden de los Estados que se estaban formando -dijo- los monasterios eran los lugares en los que sobrevivían los tesoros de la vieja cultura y en los que, a partir de ellos, se iba formando poco a poco una nueva cultura".

  Pero la intención de los monjes no era "crear una cultura y ni siquiera conservar una cultura del pasado. Su motivación era mucho más elemental. Su objetivo era (...)  buscar a Dios. En la confusión de un tiempo en que nada parecía quedar en pie, los monjes querían dedicarse a lo esencial; (...) detrás de lo provisional buscaban lo definitivo".

  Para hacerlo seguían las "señales de pista" con las que Dios indicaba el recorrido. "El camino era su Palabra que, en los libros de las Sagradas Escrituras, estaba abierta ante los hombres. La búsqueda de Dios requiere, pues, por intrínseca exigencia una cultura de la palabra. (...) En el monaquismo occidental, escatología y gramática están interiormente vinculadas una con la otra. (...) Así, precisamente por la búsqueda de Dios, resultan importantes las ciencias profanas que nos señalan el camino hacia la lengua".

  El Santo Padre habló de los lugares comunes en los monasterios, las bibliotecas y las escuelas, que "indican el camino hacia la palabra", haciendo notar que "la Palabra que abre el camino de la búsqueda de Dios y es ella misma el camino, es una Palabra que mira a la comunidad. (...) La Palabra no lleva a un camino sólo individual de una inmersión mística, sino que introduce en la comunión con cuantos caminan en la fe".

  "Como en la escuela rabínica, también entre los monjes, el mismo leer del individuo es simultáneamente un acto corporal -observó-. La Palabra de Dios nos introduce en el coloquio con Dios" y (...) especialmente en el Libro de los Salmos nos ofrece las palabras con que podemos dirigirnos a Él, presentarle nuestra vida con sus altibajos en coloquio ante Él, transformando así la misma vida en un movimiento hacia Él".

  Citando la importancia del canto en la vida monástica, Benedicto XVI habló de cómo San Bernardo de Claraval "califica la confusión de un canto mal hecho como un precipitarse en la "zona de la desemejanza", que es el término con que San Agustín describe  "su estado interior antes de la conversión. (...) El hombre, creado a semejanza de Dios, al abandonarlo se hunde en la "zona de la desemejanza", en un alejamiento de Dios en el que ya no lo refleja y así se hace desemejante no sólo de Dios, sino también de sí mismo, del verdadero ser hombre".

  Para San Bernardo "la cultura del canto es también cultura del ser y  los monjes con su plegaria y su canto han de estar a la altura de la Palabra que se les ha confiado, a su exigencia de verdadera belleza".
 
  Asimismo, "para captar de alguna manera la cultura de la palabra, que en el monaquismo occidental se desarrolló por la búsqueda de Dios", es necesario abordar "las Escrituras", que (...) en su conjunto (...) se consideran como la única Palabra de Dios dirigida a nosotros. Pero ya este plural evidencia que aquí la Palabra de Dios nos alcanza sólo (...) a través de las palabras humanas, es decir que Dios nos habla sólo a través de los hombres, mediante sus palabras y su historia".

  El Papa señaló que "la Escritura precisa de la interpretación, y precisa de la comunidad en la que se ha formado y en la que es vivida. En ella tiene su unidad y en ella se despliega el sentido que aúna el todo. (...) El cristianismo capta en las palabras la Palabra, el "Logos" mismo, que irradia su misterio a través de tal multiplicidad. Esta estructura especial de la Biblia es un desafío siempre nuevo para cada generación. Por su misma naturaleza excluye todo lo que hoy se llama fundamentalismo".

  "La misma Palabra de Dios, de hecho, nunca está presente ya en la simple literalidad del texto. Para alcanzarla se requiere un trascender y un proceso de comprensión, que se deja guiar por el movimiento interior del conjunto y por ello debe convertirse también en un proceso vital. Siempre y sólo en la unidad dinámica del conjunto los muchos libros forman "un" Libro, la Palabra de Dios y la acción de Dios en el mundo se revelan en la palabra y en la historia humana.".

  "El trascender de la letra y su comprensión únicamente a partir del conjunto", dijo el Papa, lo expresa drásticamente San Pablo con la frase: "La pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida", pero (...) el Espíritu liberador no es simplemente (...) la visión personal de quien interpreta. El Espíritu es Cristo, (...) que nos indica el camino. Con la palabra sobre el Espíritu y sobre la libertad se abre un vasto horizonte, pero al mismo tiempo se pone una clara limitación a la arbitrariedad y a la subjetividad, (...) que obliga de manera inequívoca al individuo y a la comunidad y crea un vínculo superior al de la letra: el vínculo del entendimiento y del amor".

  "Esa tensión entre vínculo y libertad, que sobrepasa el problema literario de la interpretación de la Escritura, (...) ha plasmado profundamente la cultura occidental. Esa tensión se presenta de nuevo también a nuestra generación como un reto frente a los extremos de la arbitrariedad subjetiva, por una parte, y del fanatismo fundamentalista, por otra. Sería fatal, si la cultura europea de hoy llegase a entender la libertad sólo como la falta total de vínculos y con esto favoreciese inevitablemente el fanatismo y la arbitrariedad".

  El Santo Padre observó después que junto al "ora" de la vida monástica, existía también el "labora" y que el "Dios cristiano (...) es también el Creador. Dios trabaja; continúa trabajando en y sobre la historia de los hombres. En Cristo entra como Persona en el trabajo fatigoso de la historia. (...) Dios trabaja y  (...) el hombre tiene capacidad y puede participar en la obra de Dios en la creación del mundo. Del monaquismo forma parte (...) una cultura del trabajo, sin la cual el desarrollo de Europa, su ethos y su formación del mundo son impensables".

  Retomando el inicio de su discurso sobre el monacato Benedicto XVI reiteró que "quien se hacía monje, avanzaba por un camino largo y profundo, pero había encontrado ya la dirección: la Palabra de la Biblia en la que oía que hablaba el mismo Dios", pero (...) para que se abra un camino hacia el corazón de la Palabra bíblica como Palabra de Dios, esa misma Palabra debe antes ser anunciada desde el exterior".

  "De hecho, los cristianos de la Iglesia naciente no consideraron su anuncio misionero como una propaganda, (...) sino como una necesidad intrínseca derivada de la naturaleza de su fe. (...) La universalidad de Dios y la universalidad de la razón abierta hacia Él constituían para ellos la motivación y también el deber del anuncio. Para ellos la fe no pertenecía a las costumbres culturales, diversas según los pueblos, sino al ámbito de la verdad que igualmente tiene en cuenta a todos".

  "El esquema fundamental del anuncio cristiano "ad extra" -a los hombres que, con sus preguntas, buscan- se halla en el discurso de san Pablo en el Areópago", cuando (...) anuncia a Aquel, que los hombres ignoran y, sin embargo, conocen: el Ignoto-Conocido; Aquel que buscan, al que, en lo profundo, conocen y que, sin embargo, es el Ignoto y el Incognoscible. Lo más profundo del pensamiento y del sentimiento humano sabe en cierto modo que Él tiene que existir. Que en el origen de todas las cosas debe estar no la irracionalidad, sino la Razón creativa; no el ciego destino, sino la libertad".

  "Sin embargo, pese a que todos los hombres en cierto modo sabemos esto, (...) ese saber permanece irreal: Un Dios sólo pensado e inventado no es un Dios. Si Él no se revela, nosotros no llegamos hasta Él. (...) La novedad del anuncio cristiano consiste en un hecho: Él se ha mostrado. Pero esto no es un hecho ciego, sino un hecho que, en sí mismo, es "Logos", presencia de la Razón eterna en nuestra carne".

  También en nuestra época "Dios se ha convertido realmente en el gran Desconocido. Pero como entonces, tras las numerosas imágenes de los dioses estaba escondida y presente la pregunta acerca del Dios desconocido, también hoy la actual ausencia de Dios está tácitamente inquieta por la pregunta sobre Él"

  "Buscar a Dios y dejarse encontrar por Él: esto hoy no es menos necesario que en tiempos pasados -concluyó Benedicto XVI-. Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves. Lo que es la base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura".

  Acabado el discurso el Papa se trasladó en automóvil a la catedral de Notre-Dame para presidir las vísperas con los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y diáconos franceses.
PV-FRANCIA/MUNDO CULTURA/PARIS            VIS 20080913 (1680)


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