CIUDAD DEL VATICANO, 9 ABR 2004 (VIS).-Como es tradicional el Viernes Santo, Juan Pablo II confesó durante la mañana, presidió las ceremonias de la Pasión del Señor en la basílica de San Pedro a última hora de la tarde y a la caída de la noche, encabezó el Vía Crucis en el Coliseo.
Siguiendo la tradición por el inaugurada al principio de su pontificado, el Santo Padre, a mediodía se desplazó a la basílica de San Pedro, donde tras una pantalla construida ex-profeso para poder colocar su silla móvil, confesó a diez personas procedentes de Polonia, Italia, Estados Unidos, España, Ucrania y Eslovaquia, arrodilladas en un reclinatorio frente a la pantalla.
A las 17,00 en la basílica, abarrotada de peregrinos y en presencia de miembros del cuerpo diplomático, del colegio cardenalicio y de numerosos obispos, el Papa presidió la celebración de la Pasión del Señor acompañado por los cardenales Joseph Ratzinger, Francesco Mario Pompedda y Julián Herranz. Tras la lectura de la Pasión, el padre Cantalamessa, habló de como la Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, aborda el tema de la violencia, para referirse a continuación a la violencia en nuestros días, sobre todo cuando se lleva a cabo en nombre de Dios.
A la homilía siguió la oración de los fieles. Se rezó también por Juan Pablo II para que "Dios, que le eligió como obispo, le dé salud y fuerza para guiar y gobernar al pueblo santo del Señor". Como es habitual una oración estuvo dedicada a los judíos: "Que nuestro Dios, que los eligió antes que a cualquier otro pueblo para aceptar su palabra, les ayude siempre a proseguir en el amor de su nombre y la fidelidad a su alianza".
A la llegada de la cruz, Juan Pablo II, se arrodilló algunos minutos para rezar y venerarla.
Esa misma tarde, a las19,15, el Papa se desplazó al Coliseo para encabezar el Vía Crucis. Sentado en la colina Palatina, bajo un palio y frente a una gran cruz iluminada por velas, Juan Pablo II presidió la celebración en presencia de miles de fieles que llevaban cirios y seguían la liturgia con los folletos distribuidos por el Vaticano, bajo un cielo gris y a veces lluvioso.
Las meditaciones del Vía Crucis eran del padre Andre Louf, un cisterciense belga, que tras 35 años como abad del monasterio de Notre Dame de Mont-des-Cats en Francia, se ha retirado a una ermita en el sur de ese país.
Durante las primeras trece estaciones llevaron la cruz el cardenal Camillo Ruini, vicario de Roma, el custodio franciscano de Tierra Santa, una familia romana, una laica de la isla de Granada, un sacerdote de la diócesis de Orange (EE.UU), una religiosa de la India, un laico jordano, un religioso de Burundi y una muchacha de Madrid (España). Juan Pablo II llevó la cruz en la última estación, la número catorce.
El Santo Padre dirigió unas breves palabras a los fieles que asistían a la liturgia: "'Venit hora' -dijo- ¡Ha llegado la hora! La hora del Hijo del Hombre (…) 'Venit hora crucis'. La hora de pasar de este mundo al Padre. La hora del sufrimiento atroz del Hijo de Dios, un sufrimiento que veinte siglos después, sigue conmoviéndonos íntimamente e interrogándonos. El Hijo de Dios ha llegado a esta 'hora' para dar su vida por sus hermanos. Es la hora de la ofrenda, la hora de la revelación del amor infinito".
"Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado -agregó el Papa- ¿No es nuestro deber en esta hora glorificar a Dios Padre que 'no perdonó a su proprio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros'? ¿No es hora de glorificar al Hijo que 'se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz?'".
JPII-SEMANA SANTA/VIERNES SANTO/… VIS 20040414 (640)
Siguiendo la tradición por el inaugurada al principio de su pontificado, el Santo Padre, a mediodía se desplazó a la basílica de San Pedro, donde tras una pantalla construida ex-profeso para poder colocar su silla móvil, confesó a diez personas procedentes de Polonia, Italia, Estados Unidos, España, Ucrania y Eslovaquia, arrodilladas en un reclinatorio frente a la pantalla.
A las 17,00 en la basílica, abarrotada de peregrinos y en presencia de miembros del cuerpo diplomático, del colegio cardenalicio y de numerosos obispos, el Papa presidió la celebración de la Pasión del Señor acompañado por los cardenales Joseph Ratzinger, Francesco Mario Pompedda y Julián Herranz. Tras la lectura de la Pasión, el padre Cantalamessa, habló de como la Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, aborda el tema de la violencia, para referirse a continuación a la violencia en nuestros días, sobre todo cuando se lleva a cabo en nombre de Dios.
A la homilía siguió la oración de los fieles. Se rezó también por Juan Pablo II para que "Dios, que le eligió como obispo, le dé salud y fuerza para guiar y gobernar al pueblo santo del Señor". Como es habitual una oración estuvo dedicada a los judíos: "Que nuestro Dios, que los eligió antes que a cualquier otro pueblo para aceptar su palabra, les ayude siempre a proseguir en el amor de su nombre y la fidelidad a su alianza".
A la llegada de la cruz, Juan Pablo II, se arrodilló algunos minutos para rezar y venerarla.
Esa misma tarde, a las19,15, el Papa se desplazó al Coliseo para encabezar el Vía Crucis. Sentado en la colina Palatina, bajo un palio y frente a una gran cruz iluminada por velas, Juan Pablo II presidió la celebración en presencia de miles de fieles que llevaban cirios y seguían la liturgia con los folletos distribuidos por el Vaticano, bajo un cielo gris y a veces lluvioso.
Las meditaciones del Vía Crucis eran del padre Andre Louf, un cisterciense belga, que tras 35 años como abad del monasterio de Notre Dame de Mont-des-Cats en Francia, se ha retirado a una ermita en el sur de ese país.
Durante las primeras trece estaciones llevaron la cruz el cardenal Camillo Ruini, vicario de Roma, el custodio franciscano de Tierra Santa, una familia romana, una laica de la isla de Granada, un sacerdote de la diócesis de Orange (EE.UU), una religiosa de la India, un laico jordano, un religioso de Burundi y una muchacha de Madrid (España). Juan Pablo II llevó la cruz en la última estación, la número catorce.
El Santo Padre dirigió unas breves palabras a los fieles que asistían a la liturgia: "'Venit hora' -dijo- ¡Ha llegado la hora! La hora del Hijo del Hombre (…) 'Venit hora crucis'. La hora de pasar de este mundo al Padre. La hora del sufrimiento atroz del Hijo de Dios, un sufrimiento que veinte siglos después, sigue conmoviéndonos íntimamente e interrogándonos. El Hijo de Dios ha llegado a esta 'hora' para dar su vida por sus hermanos. Es la hora de la ofrenda, la hora de la revelación del amor infinito".
"Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado -agregó el Papa- ¿No es nuestro deber en esta hora glorificar a Dios Padre que 'no perdonó a su proprio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros'? ¿No es hora de glorificar al Hijo que 'se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz?'".
JPII-SEMANA SANTA/VIERNES SANTO/… VIS 20040414 (640)
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