EL PAPA BEATIFICA ANTE 300.000 PERSONAS A MADRE TERESA

CIUDAD DEL VATICANO, 19 OCT 2003 (VIS) - Juan Pablo II beatificó hoy en la Plaza de San Pedro ante 300.000 personas a la Sierva de Dios Madre Teresa de Calcuta. Asistieron a la ceremonia 27 delegaciones oficiales. La Superiora General de la Congregación de las Misioneras de la Caridad, Sor Nirmala Joshi, acudió acompañada por medio millar de hermanas. Tres mil pobres ocuparon los asientos más cercanos al altar.

En la homilía, que fue leída por el sustituto para Asuntos Generales de la Secretaría de Estado, el arzobispo Leonardo Sandri y el cardenal Ivan Dias, arzobispo de Bombay, el Papa destacó que la fundadora de la Congregación de los Misioneros y de las Misioneras de la Caridad se hizo servidora de todos. "Estoy personalmente agradecido -dijo- a esta mujer valiente, que siempre he sentido a mi lado. Icono del Buen Samaritano, iba por todo el mundo para servir a Cristo en los más pobres de entre los pobres. Ni siquiera los conflictos y las guerras lograron detenerla".

El Papa recordó lo que dijo Madre Teresa cuando recibió el premio Nobel de la Paz en 1979: "Si sabéis de alguna mujer que no quiera tener a su hijo y desea abortar, intentar convencerla de que me traiga al niño. Yo le amaré viendo en él la señal del amor de Dios".

"¿No es significativo que su beatificación coincida precisamente con el día en que la Iglesia celebra la Jornada Misionera Mundial? Con el testimonio de su vida, Madre Teresa recuerda a todos que la misión evangelizadora de la Iglesia pasa a través de la caridad, alimentada en la oración y en la escucha de la palabra de Dios. (...) Madre Teresa proclama el Evangelio con su vida toda entregada a los pobres, pero al mismo tiempo, llena de la oración".

Refiriéndose al grito de Jesús en la Cruz: "Tengo sed", el Santo Padre señaló que "saciar la sed de Jesús por amor y por las almas en unión con María, la madre de Jesús, fue el único objetivo" de la nueva beata.

"Madre Teresa -continuó- compartió la pasión de Cristo en la Cruz, especialmente durante los largos años de 'oscuridad interior'. Fue una prueba en algunos momentos dolorosa, acogida como un singular 'don y privilegio'. En las horas más oscuras se aferraba con más tenacidad a la oración ante el Santísimo Sacramento. Esta dura aflicción espiritual le llevó a identificarse cada vez más con aquellos que servía cada día, experimentando la pena y a veces hasta el rechazo. Le gustaba repetir que la mayor pobreza es la de ser indeseados, la de no tener a nadie que cuide de ti".

Juan Pablo II concluyó pidiendo que se ensalce "a esta pequeña mujer enamorada de Dios, humilde mensajera del Evangelio e incansable benefactora de la humanidad. Honremos en ella a una de las personalidades más relevantes de nuestra época. Acojamos su mensaje y sigamos su ejemplo".

Al final de la misa y antes de rezar el Angelus, el Papa saludó a los presentes en inglés, macedonio, albanés e italiano.

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