Ciudad
del Vaticano, 6 febrero 2014
(VIS).- Publicamos a continuación el mensaje que el Santo Padre ha
enviado a los jóvenes para la preparación de la XXIX Jornada
Mundial de la Juventud 2014, fechado el 21 de enero, y bajo el tema:
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el
reino de los cielos”.
Queridos
jóvenes:
Tengo
grabado en mi memoria el extraordinario encuentro que vivimos en Río
de Janeiro, en la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud. ¡Fue una
gran fiesta de la fe y de la fraternidad! La buena gente brasileña
nos acogió con los brazos abiertos, como la imagen de Cristo
Redentor que desde lo alto del Corcovado domina el magnífico
panorama de la playa de Copacabana. A orillas del mar, Jesús renovó
su llamada a cada uno de nosotros para que nos convirtamos en sus
discípulos misioneros, lo descubramos como el tesoro más precioso
de nuestra vida y compartamos esta riqueza con los demás, los que
están cerca y los que están lejos, hasta las extremas periferias
geográficas y existenciales de nuestro tiempo.
La
próxima etapa de la peregrinación intercontinental de los jóvenes
será Cracovia, en 2016. Para marcar nuestro camino, quisiera
reflexionar con vosotros en los próximos tres años sobre las
Bienaventuranzas que leemos en el Evangelio de San Mateo. Este año
comenzaremos meditando la primera de ellas: "Bienaventurados los
pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos";
el año 2015: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios"; y por último, en el año 2016 el tema
será: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia”.
1.
La fuerza revolucionaria de las Bienaventuranzas
Siempre
nos hace bien leer y meditar las Bienaventuranzas. Jesús las
proclamó en su primera gran predicación, a orillas del lago de
Galilea. Había un gentío tan grande, que subió a un monte para
enseñar a sus discípulos; por eso, esa predicación se llama el
“sermón de la montaña”. En la Biblia, el monte es el lugar
donde Dios se revela, y Jesús, predicando desde el monte, se
presenta como maestro divino, como un nuevo Moisés. Y ¿qué enseña?
Jesús enseña el camino de la vida, el camino que Él mismo recorre,
es más, que Él mismo es, y lo propone como camino para la verdadera
felicidad. En toda su vida, desde el nacimiento en la gruta de Belén
hasta la muerte en la cruz y la resurrección, Jesús encarnó las
Bienaventuranzas. Todas las promesas del Reino de Dios se han
cumplido en Él.
Al
proclamar las Bienaventuranzas, Jesús nos invita a seguirle, a
recorrer con Él el camino del amor, el único que lleva a la vida
eterna. No es un camino fácil, pero el Señor nos asegura su gracia
y nunca nos deja solos. Pobreza, aflicciones, humillaciones, lucha
por la justicia, cansancios en la conversión cotidiana, dificultades
para vivir la llamada a la santidad, persecuciones y otros muchos
desafíos están presentes en nuestra vida. Pero, si abrimos la
puerta a Jesús, si dejamos que Él esté en nuestra vida, si
compartimos con Él las alegrías y los sufrimientos,
experimentaremos una paz y una alegría que sólo Dios, amor
infinito, puede dar.
Las
Bienaventuranzas de Jesús son portadoras de una novedad
revolucionaria, de un modelo de felicidad opuesto al que
habitualmente nos comunican los medios de comunicación, la opinión
dominante. Para la mentalidad mundana, es un escándalo que Dios haya
venido para hacerse uno de nosotros, que haya muerto en una cruz. En
la lógica de este mundo, los que Jesús proclama bienaventurados son
considerados “perdedores”, débiles. En cambio, son exaltados el
éxito a toda costa, el bienestar, la arrogancia del poder, la
afirmación de sí mismo en perjuicio de los demás.
Queridos
jóvenes, Jesús nos pide que respondamos a su propuesta de vida, que
decidamos cuál es el camino que queremos recorrer para llegar a la
verdadera alegría. Se trata de un gran desafío para la fe. Jesús
no tuvo miedo de preguntar a sus discípulos si querían seguirle de
verdad o si preferían irse por otros caminos. Y Simón, llamado
Pedro, tuvo el valor de contestar: "Señor, ¿a quién vamos a
acudir? Tú tienes palabras de vida eterna". Si sabéis decir
“sí” a Jesús, entonces vuestra vida joven se llenará de
significado y será fecunda.
2.
El valor de ser felices
Pero,
¿qué significa “bienaventurados” (en griego makarioi)?
Bienaventurados quiere decir felices. Decidme: ¿Buscáis de verdad
la felicidad? En una época en que tantas apariencias de felicidad
nos atraen, corremos el riesgo de contentarnos con poco, de tener una
idea de la vida “en pequeño”. ¡Aspirad, en cambio, a cosas
grandes! ¡Ensanchad vuestros corazones! Como decía el beato
Piergiorgio Frassati: "Vivir sin una fe, sin un patrimonio que
defender, y sin sostener, en una lucha continua, la verdad, no es
vivir, sino ir tirando. Jamás debemos ir tirando, sino vivir".
En el día de la beatificación de Piergiorgio Frassati, el 20 de
mayo de 1990, Juan Pablo II lo llamó "hombre de las
Bienaventuranzas" .
Si
de verdad dejáis emerger las aspiraciones más profundas de vuestro
corazón, os daréis cuenta de que en vosotros hay un deseo
inextinguible de felicidad, y esto os permitirá desenmascarar y
rechazar tantas ofertas “a bajo precio” que encontráis a vuestro
alrededor. Cuando buscamos el éxito, el placer, el poseer en modo
egoísta y los convertimos en ídolos, podemos experimentar también
momentos de embriaguez, un falso sentimiento de satisfacción, pero
al final nos hacemos esclavos, nunca estamos satisfechos, y sentimos
la necesidad de buscar cada vez más. Es muy triste ver a una
juventud “harta”, pero débil.
San
Juan, al escribir a los jóvenes, decía: "Sois fuertes y la
palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno".
Los jóvenes que escogen a Jesús son fuertes, se alimentan de su
Palabra y no se “atiborran” de otras cosas. Atreveos a ir
contracorrienTe. Sed capaces de buscar la verdadera felicidad. Decid
no a la cultura de lo provisional, de la superficialidad y del usar y
tirar, que no os considera capaces de asumir responsabilidades y de
afrontar los grandes desafíos de la vida.
3.
Bienaventurados los pobres de espíritu...
La
primera Bienaventuranza, tema de la próxima Jornada Mundial de la
Juventud, declara felices a los pobres de espíritu, porque a ellos
pertenece el Reino de los cielos. En un tiempo en el que tantas
personas sufren a causa de la crisis económica, poner la pobreza al
lado de la felicidad puede parecer algo fuera de lugar. ¿En qué
sentido podemos hablar de la pobreza como una bendición?
En
primer lugar, intentemos comprender lo que significa "pobres de
espíritu". Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, eligió un
camino de pobreza, de humillación. Como dice San Pablo en la Carta a
los Filipenses: "Tened entre vosotros los sentimientos propios
de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo
ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí
mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los
hombres". Jesús es Dios que se despoja de su gloria. Aquí
vemos la elección de la pobreza por parte de Dios: siendo rico, se
hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Es el misterio que
contemplamos en el belén, viendo al Hijo de Dios en un pesebre, y
después en una cruz, donde la humillación llega hasta el final.
El
adjetivo griego ptochós (pobre) no sólo tiene un significado
material, sino que quiere decir “mendigo”. Está ligado al
concepto judío de anawim, los “pobres de Yahvé”, que evoca
humildad, conciencia de los propios límites, de la propia condición
existencial de pobreza. Los anawim se fían del Señor, saben que
dependen de Él.
Jesús,
como entendió perfectamente santa Teresa del Niño Jesús, en su
Encarnación se presenta como un mendigo, un necesitado en busca de
amor. El Catecismo de la Iglesia Católica habla del hombre como un
"mendigo de Dios" y nos dice que la oración es el
encuentro de la sed de Dios con nuestra sed .
San
Francisco de Asís comprendió muy bien el secreto de la
Bienaventuranza de los pobres de espíritu. De hecho, cuando Jesús
le habló en la persona del leproso y en el Crucifijo, reconoció la
grandeza de Dios y su propia condición de humildad. En la oración,
el Poverello pasaba horas preguntando al Señor: "¿Quién eres
tú? ¿Quién soy yo?". Se despojó de una vida acomodada y
despreocupada para desposarse con la “Señora Pobreza”, para
imitar a Jesús y seguir el Evangelio al pie de la letra. Francisco
vivió inseparablemente la imitación de Cristo pobre y el amor a los
pobres, como las dos caras de una misma moneda.
Vosotros
me podríais preguntar: ¿Cómo podemos hacer que esta pobreza de
espíritu se transforme en un estilo de vida, que se refleje
concretamente en nuestra existencia? Os contesto con tres puntos.
Ante
todo, intentad ser libres en relación con las cosas. El Señor nos
llama a un estilo de vida evangélico de sobriedad, a no dejarnos
llevar por la cultura del consumo. Se trata de buscar lo esencial, de
aprender a despojarse de tantas cosas superfluas que nos ahogan.
Desprendámonos de la codicia del tener, del dinero idolatrado y
después derrochado. Pongamos a Jesús en primer lugar. Él nos puede
liberar de las idolatrías que nos convierten en esclavos. ¡Fiaros
de Dios, queridos jóvenes! Él nos conoce, nos ama y jamás se
olvida de nosotros. Así como cuida de los lirios del campo, no
permitirá que nos falte nada. También para superar la crisis
económica hay que estar dispuestos a cambiar de estilo de vida, a
evitar tanto derroche. Igual que se necesita valor para ser felices,
también es necesario el valor para ser sobrios.
En
segundo lugar, para vivir esta Bienaventuranza necesitamos la
conversión en relación a los pobres. Tenemos que preocuparnos de
ellos, ser sensibles a sus necesidades espirituales y materiales. A
vosotros, jóvenes, os encomiendo en modo particular la tarea de
volver a poner en el centro de la cultura humana la solidaridad. Ante
las viejas y nuevas formas de pobreza –el desempleo, la emigración,
los diversos tipos de dependencias–, tenemos el deber de estar
atentos y vigilantes, venciendo la tentación de la indiferencia.
Pensemos también en los que no se sienten amados, que no tienen
esperanza en el futuro, que renuncian a comprometerse en la vida
porque están desanimados, desilusionados, acobardados. Tenemos que
aprender a estar con los pobres. No nos llenemos la boca con hermosas
palabras sobre los pobres. Acerquémonos a ellos, mirémosles a los
ojos, escuchémosles. Los pobres son para nosotros una ocasión
concreta de encontrar al mismo Cristo, de tocar su carne que sufre.
Pero
los pobres –y este es el tercer punto– no sólo son personas a
las que les podemos dar algo. También ellos tienen algo que
ofrecernos, que enseñarnos. ¡Tenemos tanto que aprender de la
sabiduría de los pobres! Un santo del siglo XVIII, Benito José
Labre, que dormía en las calles de Roma y vivía de las limosnas de
la gente, se convirtió en consejero espiritual de muchas personas,
entre las que figuraban nobles y prelados. En cierto sentido, los
pobres son para nosotros como maestros. Nos enseñan que una persona
no es valiosa por lo que posee, por lo que tiene en su cuenta en el
banco. Un pobre, una persona que no tiene bienes materiales, mantiene
siempre su dignidad. Los pobres pueden enseñarnos mucho, también
sobre la humildad y la confianza en Dios. En la parábola del fariseo
y el publicano, Jesús presenta a este último como modelo porque es
humilde y se considera pecador. También la viuda que echa dos
pequeñas monedas en el tesoro del templo es un ejemplo de la
generosidad de quien, aun teniendo poco o nada, da todo.
4.
… porque de ellos es el Reino de los cielos
El
tema central en el Evangelio de Jesús es el Reino de Dios. Jesús es
el Reino de Dios en persona, es el Enmanuel, Dios-con-nosotros. Es en
el corazón del hombre donde el Reino, el señorío de Dios, se
establece y crece. El Reino es al mismo tiempo don y promesa. Ya se
nos ha dado en Jesús, pero aún debe cumplirse en plenitud. Por ello
pedimos cada día al Padre: "Venga a nosotros tu reino".
Hay
un profundo vínculo entre pobreza y evangelización, entre el tema
de la pasada Jornada Mundial de la Juventud –"Id y haced
discípulos a todos los pueblos"- y el de este año:
"Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el
reino de los cielos". El Señor quiere una Iglesia pobre que
evangelice a los pobres. Cuando Jesús envió a los Doce, les dijo:
"No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre; ni tampoco
alforja para el camino; ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón;
bien merece el obrero su sustento". La pobreza evangélica es
una condición fundamental para que el Reino de Dios se difunda. Las
alegrías más hermosas y espontáneas que he visto en el transcurso
de mi vida son las de personas pobres, que tienen poco a que
aferrarse. La evangelización, en nuestro tiempo, sólo será posible
por medio del contagio de la alegría.
Como
hemos visto, la Bienaventuranza de los pobres de espíritu orienta
nuestra relación con Dios, con los bienes materiales y con los
pobres. Ante el ejemplo y las palabras de Jesús, nos damos cuenta de
cuánta necesidad tenemos de conversión, de hacer que la lógica del
ser más prevalezca sobre la del tener más. Los santos son los que
más nos pueden ayudar a entender el significado profundo de las
Bienaventuranzas. La canonización de Juan Pablo II el segundo
Domingo de Pascua es, en este sentido, un acontecimiento que llena
nuestro corazón de alegría. Él será el gran patrono de las JMJ,
de las que fue iniciador y promotor. En la comunión de los santos
seguirá siendo para todos vosotros un padre y un amigo.
El
próximo mes de abril es también el trigésimo aniversario de la
entrega de la Cruz del Jubileo de la Redención a los jóvenes.
Precisamente a partir de ese acto simbólico de Juan Pablo II comenzó
la gran peregrinación juvenil que, desde entonces, continúa a
través de los cinco continentes. Muchos recuerdan las palabras con
las que el Papa, el Domingo de Ramos de 1984, acompañó su gesto:
"Queridos jóvenes, al clausurar el Año Santo, os confío el
signo de este Año Jubilar: ¡la Cruz de Cristo! Llevadla por el
mundo como signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anunciad
a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y
redención".
Queridos
jóvenes, el Magnificat, el cántico de María, pobre de espíritu,
es también el canto de quien vive las Bienaventuranzas. La alegría
del Evangelio brota de un corazón pobre, que sabe regocijarse y
maravillarse por las obras de Dios, como el corazón de la Virgen, a
quien todas las generaciones llaman “dichosa”. Que Ella, la madre
de los pobres y la estrella de la nueva evangelización, nos ayude a
vivir el Evangelio, a encarnar las Bienaventuranzas en nuestra vida,
a atrevernos a ser felices.
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