Ciudad
del Vaticano, 19 de enero 2014 (VIS).-A mediodía el Papa Francisco
se ha asomado a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con
las personas reunidas en la Plaza de San Pedro y, antes de la oración
mariana, ha comentado el evangelio de hoy en el que San Juan
Evangelista narra el encuentro de Jesús con el Bautista cerca del
río Jordán. El Bautista ve a Jesús que avanza entre la multitud y
reconoce en Él al enviado de Dios exclamando: ”¡Este es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”.
“El
verbo traducido con “quitar” -ha explicado el pontífice-
significa literalmente “levantar”, “tomar sobre sí”. Jesús
vino al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud
del pecado, cargándose las culpas de la humanidad. ¿De qué forma?
Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado que con el amor
que lleva a dar la propia vida por los demás. En el relato...Jesús
tiene las características del Siervo del Señor, que “soportó
nuestros sufrimientos, y cargó con nuestros dolores” hasta morir
en la cruz”.
En
el Jordán, el Bautista se encuentra con un hombre “que se pone en
fila con los pecadores para bautizarse, aunque no lo necesite. Un
hombre que Dios ha enviado al mundo como cordero inmolado. En el
Nuevo Testamento la palabra “cordero” se repite varias veces y
siempre refiriéndose a Jesús. Esta imagen del cordero puede
sorprender: un animal que no se caracteriza ciertamente por su fuerza
y robustez se carga un peso tan pesado. La enorme masa del mal la
quita y la lleva una criatura débil y frágil, símbolo de
obediencia, docilidad y amor indefenso, que llega hasta el
sacrificio de sí misma. El cordero no es dominador, sino dócil; no
es agresivo, sino pacifico; no muestra las garras o los dientes
frente a cualquier ataque sino que soporta y es remisivo. Así es
Jesús, como un cordero.”
“¿Qué
significa para la Iglesia, para nosotros, hoy, ser discípulos de
Jesús, Cordero de Dios? -se ha preguntado Francisco- ¡Es un buen
trabajo¡ Lo que tenemos que hacer los cristianos es poner en lugar
de la malicia la inocencia, en lugar de la fuerza el amor, en lugar
de la soberbia la humildad, en lugar del prestigio el servicio. Ser
discípulos del Cordero significa no vivir como en una “ciudadela
asediada”, sino como en una ciudad colocada sobre el monte,
abierta, acogedora y solidaria. Quiere decir no asumir actitudes de
cerrazón, sino proponer el Evangelio a todos, testimoniando con
nuestra vida que seguir a Jesús nos hace más libres y más
alegres”.
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