Ciudad
del Vaticano, 23 enero 2014
(VIS).- “Comunicación al servicio de una auténtica cultura del
encuentro” es el título del Mensaje del Papa Francisco para la
XLVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, única jornada
mundial establecida por el Concilio Vaticano II (Inter Mirifica,
1963), que se celebra el domingo anterior a la fiesta de Pentecostés
(el 1 de junio en el 2014). El mensaje está fechado el 24 de enero,
festividad de San Francisco de Sales, patrono de los comunicadores.
Ofrecemos a continuación el texto integral del documento:
“Hoy
vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más "pequeño";
por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los
unos de los otros. El desarrollo de los transportes y de las
tecnologías de la comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y
la globalización nos hace interdependientes. Sin embargo, en la
humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel
global vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos
y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar por una
ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y
la luz resplandeciente de las tiendas. Nos hemos acostumbrado tanto a
ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas
formas de exclusión, marginación y pobreza; así como de conflictos
en los que se mezclan causas económicas, políticas, ideológicas y
también, desgraciadamente, religiosas.
En
este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos
sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un
renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la
solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos.
Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar
más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si
estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros.
Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que
nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del
encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino
también a recibir de los otros. Los medios de comunicación pueden
ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la
comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos.
En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de
encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un
don de Dios.
Sin
embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con
la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de
reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y
correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede
ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse
en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a
nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses
políticos y económicos. El mundo de la comunicación puede
ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de
conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo,
de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no
acceden a estos medios de comunicación social –por tantos
motivos-, corren el riesgo de quedar excluidos.
Estos
límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de
comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación
es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica.
Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en
comprensión recíproca en el mundo digital? Por ejemplo, tenemos que
recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere
tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser
pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros: la
persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada,
sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos el
genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar
el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y
como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero
también sabremos apreciar mejor los grandes valores inspirados desde
el cristianismo, por ejemplo, la visión del hombre como persona, el
matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera religiosa y
la esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad,
entre otros.
Entonces,
¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica
cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué
significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible,
aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente
cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un
escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús:
"¿Quién es mi prójimo?" . La pregunta nos ayuda a
entender la comunicación en términos de proximidad. Podríamos
traducirla así: ¿cómo se manifiesta la "proximidad" en
el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado
por la tecnología digital? Descubro una respuesta en la parábola
del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador.
En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen
samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre
medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la
perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino
de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por
tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta
definir este poder de la comunicación como "proximidad".
Cuando
la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo
o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una
agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los
bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la
parábola. El levita y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino
a un extraño de quien es mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les
condicionaba eran las leyes de la purificación ritual. Hoy corremos
el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto de
hacernos ignorar a nuestro prójimo real.
No
basta pasar por las "calles" digitales, es decir
simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya
acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos,
encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados.
Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la
belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los
medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la
humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red
digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables,
sino de personas humanas. La neutralidad de los medios de
comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego
a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso
personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador.
Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede
alcanzar las periferias existenciales.
Lo
repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y
una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiero sin duda la
primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive,
donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles
también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo
herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza.
Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar
"hasta los confines de la tierra". Abrir las puertas de las
iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para
que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se
encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del
templo y salir al encuentro de todos.
Estamos
llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos.
¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La
comunicación contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda
la Iglesia; y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde
vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la belleza
del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación
sirve una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones.
No
se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos,
sino con la voluntad de donarse a los demás "a través de la
disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus
preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del
sentido de la existencia humana"
Pensemos
en el episodio de los discípulos de Emaús. Es necesario saber
entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para entender
sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el
Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y
resucitado para liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío
requiere profundidad, atención a la vida, sensibilidad espiritual.
Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno
que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no
significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la
pretensión de que sean únicas y absolutas.
Que
la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre
apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía.
Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino
bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos
o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a
quien encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse
ciudadanos del mundo digital. El interés y la presencia de la
Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes para dialogar
con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo: una Iglesia
que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos. En este
contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la
información constituye un desafío grande y apasionante que requiere
energías renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los
demás la belleza de Dios”
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