Ciudad
del Vaticano, 26 enero 2014 (VIS).-La XLVII Semana de Oración para
la Unidad de los Cristianos -cuyo tema de reflexión era este año
“¿Está dividido Cristo?”- concluyó ayer tarde, solemnidad de
la Conversión de San Pablo, con la celebración de las segundas
vísperas en la basílica romana de San Pablo Extramuros. A la
ceremonia asistieron representantes de otras Iglesias y comunidades
eclesiales presentes en Roma.
En
su homilía, el Papa Francisco, refiriéndose al tema de la Semana,
tomado de la Carta de San Pablo a los Corintios, observó que el
Apóstol había recibido con gran tristeza la noticia de que los
cristianos de Corinto estaban divididos en varias facciones pero que
“ni siquiera los que se remiten a Cristo merecen el elogio de
Pablo, pues usan el nombre del único Salvador para distanciarse de
otros hermanos en la comunidad. En otras palabras, la experiencia
particular de cada uno, la referencia a algunas personas importantes
de la comunidad, se convierten en el criterio para juzgar la fe de
los otros”
En
esta situación de división, Pablo exhorta a los cristianos de
Corinto, “en nombre de nuestro Señor Jesucristo” a... que no
haya divisiones entre ellos, sino que estén perfectamente unidos en
un mismo pensar y un mismo sentir. “Pero la comunión que el
Apóstol reclama - recalcó el Papa- no puede ser fruto de
estrategias humanas: la perfecta unión entre los hermanos sólo es
posible cuando se remiten al pensar y al sentir de Cristo.Esta tarde,
mientras estamos aquí reunidos en oración, nos damos cuenta de que
Cristo, que no puede estar dividido, quiere atraernos hacia sí,
hacia los sentimientos de su corazón, hacia su abandono total y
confiado en las manos del Padre, hacia su despojo radical por amor a
la humanidad. Sólo él puede ser el principio, la causa, el motor de
nuestra unidad”
“Cuando
estamos en su presencia, nos hacemos aún más conscientes de que no
podemos considerar las divisiones en la Iglesia como un fenómeno en
cierto modo natural, inevitable en cualquier forma de vida
asociativa. Nuestras divisiones hieren su cuerpo, dañan el
testimonio que estamos llamados a dar en el mundo”. A este
propósito el Obispo de Roma citó el Decreto sobre el ecumenismo
del Concilio Vaticano II, “Unitatis redintegratio” que afirma:
“Con ser una y única la Iglesia fundada por Cristo Señor, son
muchas, sin embargo, las Comuniones cristianas que se presentan a los
hombres como la verdadera herencia de Jesucristo; ciertamente, todos
se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y
marchan por caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera
dividido». Y, por tanto, añade: “Esta división contradice clara
y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo
y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda
criatura”.
“Las
divisiones nos han hecho daño a todos. Ninguno de nosotros desea ser
causa de escándalo. Por eso, todos caminamos juntos, fraternalmente,
por el camino de la unidad, construyendo la unidad al caminar, esa
unidad que viene del Espíritu Santo y que se caracteriza por una
singularidad especial, que sólo el Espíritu santo puede lograr: la
diversidad reconciliada. El Señor nos espera a todos, nos acompaña
a todos, está con todos nosotros en este camino de la unidad”.
“Cristo
no puede estar dividido. Esta certeza debe animarnos y sostenernos
para continuar con humildad y confianza en el camino hacia el
restablecimiento de la plena unidad visible de todos los creyentes en
Cristo. Me es grato recordar en este momento la obra del beato Juan
XXIII y del beato Juan Pablo II... El papa Juan, abriendo nuevas
vías, antes casi impensables. El papa Juan Pablo, proponiendo el
diálogo ecuménico como dimensión ordinaria e imprescindible de la
vida de cada Iglesia particular. Junto a ellos, menciono también al
papa Pablo VI, otro gran protagonista del diálogo, del que
recordamos precisamente en estos días el quincuagésimo aniversario
del histórico abrazo en Jerusalén con el Patriarca de
Constantinopla, Atenágoras”.
“La
obra de estos Pontífices ha conseguido que el aspecto del diálogo
ecuménico se haya convertido en una dimensión esencial del
ministerio del Obispo de Roma, hasta el punto de que hoy no se
entendería plenamente el servicio petrino sin incluir en él esta
apertura al diálogo con todos los creyentes en Cristo. También
podemos decir que el camino ecuménico ha permitido profundizar la
comprensión del ministerio del Sucesor de Pedro, y debemos confiar
en que seguirá actuando en este sentido en el futuro. Mientras
consideramos con gratitud los avances que el Señor nos ha permitido
hacer, y sin ocultar las dificultades por las que hoy atraviesa el
diálogo ecuménico, pidamos que todos seamos impregnados de los
sentimientos de Cristo, para poder caminar hacia la unidad que él
quiere. Y caminar juntos es ya construir la unidad”.
Al
final, Francisco saludó al Metropolita Gennadios, representante del
Patriarcado Ecuménico, a David Moxon, representante del arzobispo
de Canterbury en Roma, y a todos los representantes de las diversas
Iglesias y Comunidades Eclesiales presentes en San Pablo Extramuros..
“Con estos dos hermanos, en representación de todos -recordó-
hemos rezado ante el Sepulcro de Pablo y hemos dicho entre nosotros:
"Pidamos para que él nos ayude en este camino, en este camino
de la unidad, del amor, haciendo camino de unidad". La unidad no
vendrá como un milagro al final: la unidad viene en el camino, la
construye el Espíritu Santo en el camino. Si no caminamos juntos, si
no rezamos los unos por los otros, si no colaboramos en tantas cosas
como podemos hacer en este mundo por el Pueblo de Dios, la unidad no
se dará. Se construye en este camino, a cada paso, y no la hacemos
nosotros: la hace el Espíritu Santo, que ve nuestra buena voluntad”.
“Oremos
al Señor Jesús que nos ha hecho miembros vivos de su Cuerpo
-concluyó- para que nos mantenga profundamente unidos a él, nos
ayude a superar nuestros conflictos, nuestras divisiones, nuestros
egoísmos; y recordemos que la unidad es siempre superior al
conflicto. Y nos ayude a estar unidos unos a otros por una sola
fuerza, la del amor, que el Espíritu Santo derrama en nuestros
corazones”.
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