Ciudad
del Vaticano, 8 de septiembre (VIS).-Francisco, en continuidad con la
vigilia de ayuno y oración por la paz en Siria, Oriente Medio y todo
el mundo, que se celebró ayer ha retomado en el ángelus del
mediodía el tema de la paz, leyéndolo a la luz del evangelio en que
Jesús insiste en la condición para ser sus discípulos: no
anteponer nada al amor por él, llevar la propia cruz y seguirlo.
El
Papa ha explicado que mucha gente se acercaba a Jesús, sobre todo
después de algún hecho milagroso que lo acreditaba como Mesías,
como Rey de Israel. Pero Cristo que sabía que en Jerusalén le
esperaba la Cruz, no quiere engañar a nadie y repite que la senda
que dibuja pasa por el sacrificio de si mismo y el perdón de los
pecados. “Seguir a Jesús -ha dicho el pontífice- no significa
participar en un desfile triunfal. Significa compartir su amor
misericordioso, entrar en su gran obra de misericordia por cada ser
humano y por todos los seres humanos... El perdón universal y la
misericordia pasan a través de la cruz y Jesús no quiere llevar a
cabo esta obra solo: quiere involucrarnos en la misión que el Padre
le ha encomendado....El discípulo de Jesús renuncia a todos los
bienes porque ha encontrado en El el bien más grande, en el que
cualquier otro bien halla su significado y su valor plenos: los lazos
familiares, las otras relaciones, el trabajo, los bienes culturales y
económicos...”.
Para
aclarar esa exigencia, Jesús se sirve de la parábola de un rey que
va a la guerra y antes de partir, debe examinar si puede hacer frente
con diez mil a su adversario que cuenta con veinte mil y, en caso de
que no sea así, le envía mensajeros para pedir la paz. “Aquí
Jesús no quiere afrontar el tema de la guerra; es sólo una parábola
-ha observado el Santo Padre- .Pero, en este momento, cuando estamos
rezando intensamente por la paz, esta Palabra del Señor, nos toca en
lo más profundo y, en sustancia, nos dice: ¡Hay una guerra más
profunda que todos debemos combatir! Es la decisión, fuerte y
valiente, de renunciar al mal y a sus seducciones y de elegir el
bien, listos para pagar en primera persona: esto es seguir a Cristo,
esto es cargar con la propia cruz. Esta es la guerra profunda contra
el mal. ¿De que sirve hacer guerras, tantas guerras, si no somos
capaces de combatir esta guerra profunda contra el mal? No sirve de
nada”.
Además,
“esta guerra contra el mal comporta decir que no al odio fratricida
y a los engaños de que se sirve; decir no a la violencia en todas
sus formas; decir no a la proliferación de armas y a su comercio
ilegal. ¡Y hay tanto! Y nos queda siempre la duda: Esta guerra de
aquí, o esta otra de allá -porque hay guerras en todos los sitios-
¿es de verdad una guerra por problemas o es una guerra comercial
para vender armas en el comercio ilegal? Estos son los enemigos
contra los que hay que luchar, unidos y con coherencia, sin seguir
otros intereses que no sean los de la paz y los del bien común”.
Al
final el pontífice ha hablado de la festividad de la Natividad de
María, que se celebra hoy, y es muy importante sobre todo para las
Iglesias Orientales. “Todos nosotros, ahora podemos mandar un
saludo a todos los hermanos, hermanas, obispos, monjes y monjas de
las Iglesias Orientales, ortodoxas y católicas...Jesús es el sol y
María la aurora que anuncia su salida. Ayer por la noche hemos
velado confiando a su intercesión nuestra oración por la paz en el
mundo, especialmente en Siria y en todo Oriente Medio. Ahora la
invocamos como Reina de la Paz: Reina de la Paz, ruega por nosotros”.
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