Ciudad
del Vaticano, 6 junio 2013
(VIS).-”Acoger a Cristo en los refugiados y en los desplazados
forzosos. Orientaciones pastorales” es el título del documento
elaborado por los Pontificios Consejos para la Pastoral de los
Emigrantes e Itinerantes y “Cor Unum” y presentado esta mañana
en la Oficina de Prensa de la Santa Sede por los cardenales Antonio
Maria Veglió y Robert Sarah, presidentes respectivamente de uno y
otro dicasterio. También han participado en la presentación Johan
Ketelers, Secretaria general de la Comisión Internacional Católica
para las Migraciones (CICM) y Katrine Camilleri, subdirectora del
Jesuit Refugee Service en Malta y Premio Nansen del Alto Comisioandao
de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR-UNHCR) en 2007.
“Nuestro
documento -ha explicado el cardenal Veglió- es una guía pastoral
que parte de una premisa fundamental... la de que cada política,
iniciativa o intervención en este ámbito debe inspirarse en el
principio de la centralidad y la dignidad de la persona humana... En
efecto este es el fulcro de la Doctrina Social de la Iglesia: “cada
uno de los seres humanos es el fundamento, la causa y el fin de toda
institución social”. Por lo tanto, los refugiados . los que piden
asilo y los desplazados son personas cuya dignidad debe tutelarse,
más aún, debe considerarse una prioridad absoluta. Ese es el motivo
por el que el documento recuerda los derechos reconocidos a los
refugiados y que promueven el bienestar del individuo y que están
descritos en la Convención sobre los Refugiados de 1951”.
“Los
gobiernos deberían respetar esos derechos, mientras habría que
estudiar una ulterior expansión de los mismos a las personas que son
sujeto de las migraciones forzosas. Debe garantizarse la protección
a todos los que viven en condiciones de migración forzosa, teniendo
cuenta de las exigencias específicas que pueden ir desde el permiso
de residencia para las víctimas de tráfico de seres humanos a la
posibilidad de acceder a la ciudadanía para los apátridas”, ha
señalado el cardenal observando que, en cambio, cada vez es más
frecuente que los refugiados se vean sometidos a la detención
restrictiva, al internamiento en campos, a la limitación de la
libertad de movimiento y del derecho al trabajo.
“Sería
muy distinto si los derechos reconocidos y declarados se respetasen.
Al fin y al cabo, los Estados han creado y ratificado estas
convenciones para garantizar que los derechos de los individuos no se
queden solamente en ideales proclamados y compromisos suscritos pero
no cumplidos... La Iglesia, por su parte, está convencida de que sea
una responsabilidad colectiva, además de la de cada creyente, la
solicitud pastoral para todas las personas que, de diversas maneras,
están involucradas en las migraciones forzosas... En estrecha
conexión con los valores morales y la visión cristiana, queremos
salvar vidas humanas, restituir la dignidad a las personas, brindar
esperanza y dar las adecuadas respuestas sociales y comunitarias.
Dejarse interpelar por la presencia de los refugiados, los que piden
asilo y otras personas forzosamente desarraigadas nos empujará a
salir del pequeño mundo que nos es familiar, hacia lo desconocido,
en misión, en el valiente testimonio de la evangelización”, ha
concluido el prelado.
El
cardenal Sarah se ha referido a los cuatro millones de desplazados
internos de Siria y ha recordado los 80.000 muertos, “efectos
colaterales” del conflicto en menos de dos años, señalando a este
propósito que si hasta los años cincuenta la proporción entre
víctimas civiles y militares de las guerras era de 1 a 9, en la
actualidad esa cifra se ha invertido y decenas de miles de personas
huyen intentando, “al menos salvarse la vida”.
También
ha citado a la población del Sahel, condenada al hambre por la
sequía y a las víctimas de los tornados en Estados Unidos,
subrayando que en cualquier latitud los seres humanos están a merced
de la naturaleza de la que en cambio” tendría que ser custodio y
responsable”. El cardenal no ha olvidado a los que, también en
Europa, carecen de trabajo y están condenados a la “pobreza
estructural y a pagar en primera persona las decisiones políticas de
los Estados”. Muchas de estas personas eligen el camino de la
emigración desencadenando el fenómeno de “fuga de cerebros que
empobrece ulteriormente a sus países de origen”.
En
este estado de cosas “la Iglesia interviene en diversos modos y
según sus posibilidades, sobre todo gracias a la obra de sus
organismos caritativos y de sus voluntarios”. Pero “la caridad se
conjuga ante todo de forma singular... no es una ventanilla ni un
registro y los necesitados deben poder encontrarse en su camino con
ek gesto y la palabra de un “buen samaritano que tenga su mismo
corazón porque se ha hecho semejante a él y en él sirve a Cristo”.
Del mismo modo la caridad “tiene una dimensión plural: el
refugiado, el pobre, el que sufre necesita una red de sostén
eclesial que lo acoja e integre... reconozca su dignidad y le haga
sentirse parte de nuevo de la familia humana, en el respeto de su
identidad y de su fe” porque “ la comunidad cristiana está
llamada a vivir la dimensión eclesial de la caridad”.
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