Ciudad
del Vaticano, 2 de abril (VIS).-Con motivo de la celebración, este 2
de abril, de la 6ª Jornada Mundial del Autismo, el Arzobispo Zygmunt
Zimowski, Presidente del Consejo pontificio para la Pastoral de la
Salud hizo público el siguiente Mensaje:
“Queridos
hermanos y hermanas, con motivo de la 6ª Jornada Mundial del
Autismo, que este año se coincide con el tiempo litúrgico de la
Pascua, el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud desea
expresar la preocupación de la Iglesia por las personas con autismo
y sus familias, invitando a la comunidad cristiana y a las personas
de buena voluntad para que manifiesten gestos auténticos de
solidaridad hacia ello”
Como
punto de partida de mi reflexión quiero destacar la actitud de Jesús
que se acerca y camina con los dos discípulos hacia Emaús. La
confusión que se reflejaba en sus miradas y el asombro que se
manifestaba en el lento caminar de Cleofás y Simón los podemos
encontrar de manera análoga en las expresiones que marcan el rostro
y el corazón de los padres que tienen un hijo o una hija que padece
el autismo.
Autismo:
una palabra que todavía produce susto a pesar del hecho de que
muchas culturas, que tradicionalmente excluían las discapacidades,
han comenzado a aceptar socialmente a los "discapacitados",
a desmantelar muchos de los prejuicios que rodean a las personas con
discapacidad, incluidos sus padres. Cuando se trata de definir el
autismo viene como resultado inmediato un juicio negativo sobre la
persona que lo padece, y de manera implícita, una sentencia
definitiva de exclusión en la sociedad. Por otro lado se tiene la
idea de una persona incapaz de comunicarse eficazmente con los demás,
y se percibe como encerrado en una "campana de cristal", su
inescrutable, pero maravilloso mundo interior.
Esta
imagen “típica y estereotipada” del niño autista es la que
necesitamos revisar profundamente. A través de su historia y desde
sus inicios, la Iglesia siempre ha demostrado una gran preocupación
frente este ámbito de la medicina con un testimonio concreto al
nivel universal. Ante todo el testimonio del amor que está por
encima de cualquier estigma, en especial el estigma social que aísla
al paciente y lo hace sentir como un cuerpo extraño: me refiero a
esa sensación de soledad que a menudo se vive en la sociedad actual,
y que se hace aún más presente en la salud moderna, muy avanzada en
su "tecnicismo", pero cada vez más carente de atención a
la dimensión emocional que debería, ser a su vez, el aspecto
determinante en cualquier acción o tratamiento terapéutico.
Frente
a los problemas y dificultades que enfrentan los niños autistas y
sus padres, la Iglesia ofrece con humildad el camino del servicio a
estos hermanos que sufren, acompañándolos mediante la compasión y
la ternura en su difícil camino humano y psico-relacional, mediante
una acción efectiva de las parroquias, las asociaciones, los
movimientos eclesiales y las personas de buena voluntad.
Queridos
hermanos y hermanas, además de una gran sensibilidad, nuestra acción
debe ir necesariamente acompañada de una solidaridad fraterna
auténtica. En todo momento debemos ofrecer una atención integral a
la persona "frágil" como lo es un enfermo de autismo, la
cual se concretiza en una actitud de cercanía que todo agente de
salud, cada uno dentro de su rol, debe ser capaz de transmitir a su
paciente y su familia, sin hacerlo sentir como un número, y
acompañándolo en su situación mediante acciones concretas como
gestos, actitudes, palabras - tal vez no sensacionales – que
inviten a la cotidianidad y a la normalidad. Esto significa atender
la imperiosa necesidad de no perder de vista la persona en su
totalidad: ningún procedimiento, por perfecto que sea, podrá ser
"eficaz" si le falta la “sal” del Amor, ese Amor que
cada uno de estos enfermos reclama y que lo podemos descubrir en sus
ojos. La sonrisa de estos niños y la serenidad de su familia cuando
los percibe como centro de la compleja estructura que cada uno de
nosotros, mediante una tarea específica, está llamado a ofrecer a
sus vidas, el compartir con ellos de una manera eficaz: será la
mejor y la más grande satisfacción que podremos obtener.
En
la práctica, se trata de acoger a los niños autistas en los
diversos campos de la actividad social, educativa, catequética,
litúrgica, de manera correspondiente con su capacidad de relación.
Esta solidaridad, para aquellos que han recibido el don de la fe, se
convierte en cercanía amorosa y compasiva hacia los que sufren,
siguiendo el ejemplo de Jesucristo, el Buen Samaritano, que con su
pasión, muerte y resurrección ha redimido a la humanidad.
El
Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, en este Año de la
Fe, quiere compartir con las personas que sufren de autismo, la
esperanza y la certeza de que la adhesión al Amor nos permite
reconocer a Cristo resucitado cada vez que se hace nuestro prójimo
en el camino de la vida.
Compartimos
las palabras pronunciadas por Juan Pablo II, en cuya intercesión
confiamos y al que recordamos precisamente hoy, con motivo del octavo
aniversario de su regreso a la casa del Padre: "La calidad de
vida de una comunidad se mide en gran parte por el compromiso en el
cuidado de los más débiles y más necesitados y en el respeto a su
dignidad de hombres y mujeres. El mundo de los derechos no puede ser
solo prerrogativa de los sanos. Incluso la persona con una
discapacidad deberá ser ayudada a participar, en la medida de lo
posible, en la vida de la sociedad, como también ayudada a poner en
práctica todo su potencial físico, psíquico y espiritual. Sólo
mediante el reconocimiento de los derechos de los más vulnerables,
una sociedad puede decir que se fundamentada en el derecho y en la
justicia".
Sirva
de gran iluminación cuanto dijo, expresando su cercanía a los
pobres y a los que sufren, el Santo Padre Francisco en los primeros
días de su pontificado: "Debemos mantener viva en el mundo la
sed de lo absoluto, no permitiendo que prevalezca una visión de la
persona humana en una sola dimensión, según la cual el hombre se
reduce a lo que produce y a lo que consume: esta sería una de las
trampas más peligrosas para nuestro tiempo”.
Mientras
espero la colaboración de todos para dar una respuesta coral y
compasiva a las numerosas peticiones que recibimos de nuestros
hermanos y hermanas con autismo y sus familias, encomiendo los
sufrimientos, las alegrías y las esperanzas de estos últimos a la
Madre de Cristo y “Salud de los enfermos”, la que al pie de la
cruz, nos enseñó a colocarnos junto a todas las cruces del hombre
de hoy”
A
las personas con autismo, a sus familias y todos aquellos que están
comprometidos con su servicio, confirmando mi cercanía y mis
oraciones, les envío mi personal y afectuoso saludo junto con mis
mejores deseos personales por una feliz y alegre Pascua con el Señor
Resucitado.”
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