Ciudad
del Vaticano, 25 abril 2012
(VIS).- Si la oración y la Palabra de Dios no alimentan nuestra vida
espiritual, corremos el riesgo de que los mil trabajos y
preocupaciones de la vida cotidiana nos sofoquen; rezar nos hace ver
la realidad con ojos nuevos, y nos ayuda a encontrar el camino en
medio de las adversidades. Así lo ha afirmado hoy Benedicto XVI en
la catequesis de la audiencia general de hoy, pronunciada ante más
de 20.000 fieles reunidos en la plaza de San Pedro.
El
Papa ha explicado en su discurso cómo la oración impulsó a la
Iglesia de los primeros tiempos para seguir adelante en medio de las
dificultades, y cómo puede ayudar al hombre de hoy a vivir mejor.
“La Iglesia -ha dicho el Pontífice-, desde el inicio de su camino,
se ha encontrado con situaciones imprevistas que ha tenido que
afrontar, nuevas cuestiones y emergencias a las que ha tratado de dar
respuesta a la luz de la fe, dejándose guiar por el Espíritu
Santo”.
Ésto
se manifestó ya en tiempos de los Apóstoles. El evangelista San
Lucas narra en los Hechos “un problema serio que la primera
comunidad cristiana de Jerusalén tuvo que resolver (…) sobre la
pastoral de la caridad hacia las personas solas y necesitadas”,
cuestión difícil que podía provocar divisiones dentro de la
Iglesia. “En este momento de emergencia pastoral, destaca la
distinción realizada por los Apóstoles. Ellos se encuentran ante la
exigencia primaria de anunciar la Palabra de Dios según el mandato
del Señor, pero consideran con la misma seriedad el deber de (…)
proveer con amor a las situaciones de necesidad en las que encuentran
los hermanos y las hermanas, para responder al mandamiento de Jesús:
amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
La
decisión que toman es clara: no es justo que abandonen la oración y
la predicación, por lo que “son elegidos siete hombres de buena
reputación, los Apóstoles rezan para pedir la fuerza del Espíritu
Santo, y luego les imponen las manos para que se dediquen de forma
especial al servicio de la caridad”. Esta decisión, explicó el
Papa, “muestra la prioridad que debemos dar a Dios, a la relación
con Él en la oración, tanto personal como comunitaria. Sin la
capacidad de pararnos a escuchar al Señor, a dialogar con Él, se
corre el riesgo de agitarse y preocuparse inútilmente por los
problemas y las dificultades, incluidas las eclesiales y pastorales”.
Benedicto
XVI recordó que los santos “han experimentado una profunda unidad
de vida entre oración y acción, entre amor total a Dios y amor a
los hermanos”. San Bernardo, modelo de armonía entre ambos,
“afirma que demasiadas ocupaciones, una vida frenética, a menudo
terminan por endurecer el corazón y hacer sufrir al espíritu. Es
una advertencia preciosa para nosotros en la actualidad, ya que
estamos acostumbrados a valorar todo con el criterio de la
productividad y de la eficiencia. El episodio de los Hechos de los
Apóstoles nos recuerda la importancia del trabajo, del esfuerzo en
las actividades cotidianas, que hay que desarrollar con
responsabilidad y dedicación; pero también nuestra necesidad de
Dios, de que nos guíe, de su luz que nos da fuerza y esperanza. Sin
la oración diaria vivida con fidelidad, nuestro obrar se vacía,
pierde el alma profunda, se reduce a un simple activismo que nos deja
insatisfechos. (…) Todos los
pasos de nuestra vida, todas las acciones -también las de la
Iglesia- deben ser hechas ante Dios, en la oración, a la luz de su
Palabra”.
Cuando
la oración se alimenta con la Palabra de Dios, “se ve la realidad
con ojos nuevos, con los ojos de la fe, y el Señor, que habla a la
mente y al corazón, da nueva luz al camino en cualquier situación.
Nosotros creemos en la fuerza de la Palabra de Dios y de la oración.
(…) Si los pulmones de la oración y de la Palabra de Dios no
alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, nos arriesgamos
a ahogarnos en medio de las mil cosas de todos los días. La oración
es la respiración del alma y de la vida”.
Para
terminar, Benedicto XVI subrayó que, cuando oramos, “incluso
cuando nos encontramos en el silencio de una Iglesia o de nuestra
habitación, estamos unidos en el Señor a numerosos hermanos y
hermanas en la fe, como un conjunto de instrumentos que, manteniendo
su individualidad, elevan a Dios una única gran sinfonía de
intercesión, de acción de gracias y de alabanza”.
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