CIUDAD DEL VATICANO, 31 OCT 2011 (VIS).-El nuevo embajador de Brasil ante la Santa Sede, Almir Franco de Sá Barbuda, ha presentado esta mañana sus credenciales a Benedicto XVI que, en el discurso que dirigió al diplomático, agradeció la disponibilidad de las autoridades brasileñas para organizar la próxima Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en Río de Janeiro en 2013.
El Papa se refirió después a la larga historia de las relaciones diplomáticas entre Brasil y la Santa Sede, establecidas poco después de la independencia del país, así como a la fecunda trayectoria conjunta de esa nación con la Iglesia Católica que se remonta a la primera misa celebrada el 26 de abril de 1500; y de la que dan testimonio “tantas ciudades bautizadas con nombres de santos y numerosos monumentos religiosos, algunos de los cuales simbolizan en todo el mundo a ese país, como es el caso de la estatua del Redentor en Río de Janeiro”.
Un capítulo importante de esa historia “compartida y fructífera”, fue escrito con el acuerdo firmado entre la Santa Sede y el gobierno brasileño en 2008 que “sella oficial y jurídicamente la independencia y la colaboración entre estas dos realidades”. En este sentido, el Papa manifestó el deseo de que el Estado reconozca que “una sana laicidad no debe considerar la religión como un simple sentimiento individual relegado a la esfera privada, sino como una realidad que, al estar organizada en estructuras visibles, necesita que la comunidad pública reconozca su presencia”.
“Por lo tanto –prosiguió- compete al Estado garantizar la posibilidad de libre ejercicio del culto de cada confesión religiosa, así como sus actividades culturales, educativas y caritativas, cuando no sean contrarias a la moral y al orden público. Ahora bien, la contribución de la Iglesia no se limita a iniciativas concretas de asistencia, humanitarias o educativas, sino que apunta, sobre todo, al crecimiento ético de la sociedad, impulsado por las múltiples manifestaciones de la apertura a la trascendencia y por medio de la formación de las conciencias para cumplir con los deberes de la solidaridad”.
Entre los ámbitos de cooperación mutua, Benedicto XVI señaló el de la educación, al que la Iglesia contribuye “con numerosas instituciones cuyo prestigio es reconocido en toda la sociedad. De hecho, el papel de la educación no puede reducirse a una mera transmisión de conocimientos y habilidades orientadas a la formación profesional, sino que debe abarcar todos los aspectos de la persona, desde la faceta social al anhelo de trascendencia. Por esta razón, es necesario reafirmar que la educación de una confesión religiosa en las escuelas públicas (...) lejos de significar que el Estado asume o impone una creencia religiosa particular, indica el reconocimiento de la religión como un valor necesario para la formación de la persona (...) y, además de no perjudicar a la laicidad del Estado, garantiza el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, contribuyendo así a promover el bien común”.
Por último, en el campo de la justicia social, “el gobierno brasileño sabe que puede contar con la Iglesia como un socio privilegiado en todas las iniciativas encaminadas a erradicar el hambre y la pobreza (...) y a ayudar a los más necesitados a salir de su estado de indigencia y (...) de exclusión”, finalizó el Papa.
CC/ VIS 20111031 (560)
El Papa se refirió después a la larga historia de las relaciones diplomáticas entre Brasil y la Santa Sede, establecidas poco después de la independencia del país, así como a la fecunda trayectoria conjunta de esa nación con la Iglesia Católica que se remonta a la primera misa celebrada el 26 de abril de 1500; y de la que dan testimonio “tantas ciudades bautizadas con nombres de santos y numerosos monumentos religiosos, algunos de los cuales simbolizan en todo el mundo a ese país, como es el caso de la estatua del Redentor en Río de Janeiro”.
Un capítulo importante de esa historia “compartida y fructífera”, fue escrito con el acuerdo firmado entre la Santa Sede y el gobierno brasileño en 2008 que “sella oficial y jurídicamente la independencia y la colaboración entre estas dos realidades”. En este sentido, el Papa manifestó el deseo de que el Estado reconozca que “una sana laicidad no debe considerar la religión como un simple sentimiento individual relegado a la esfera privada, sino como una realidad que, al estar organizada en estructuras visibles, necesita que la comunidad pública reconozca su presencia”.
“Por lo tanto –prosiguió- compete al Estado garantizar la posibilidad de libre ejercicio del culto de cada confesión religiosa, así como sus actividades culturales, educativas y caritativas, cuando no sean contrarias a la moral y al orden público. Ahora bien, la contribución de la Iglesia no se limita a iniciativas concretas de asistencia, humanitarias o educativas, sino que apunta, sobre todo, al crecimiento ético de la sociedad, impulsado por las múltiples manifestaciones de la apertura a la trascendencia y por medio de la formación de las conciencias para cumplir con los deberes de la solidaridad”.
Entre los ámbitos de cooperación mutua, Benedicto XVI señaló el de la educación, al que la Iglesia contribuye “con numerosas instituciones cuyo prestigio es reconocido en toda la sociedad. De hecho, el papel de la educación no puede reducirse a una mera transmisión de conocimientos y habilidades orientadas a la formación profesional, sino que debe abarcar todos los aspectos de la persona, desde la faceta social al anhelo de trascendencia. Por esta razón, es necesario reafirmar que la educación de una confesión religiosa en las escuelas públicas (...) lejos de significar que el Estado asume o impone una creencia religiosa particular, indica el reconocimiento de la religión como un valor necesario para la formación de la persona (...) y, además de no perjudicar a la laicidad del Estado, garantiza el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, contribuyendo así a promover el bien común”.
Por último, en el campo de la justicia social, “el gobierno brasileño sabe que puede contar con la Iglesia como un socio privilegiado en todas las iniciativas encaminadas a erradicar el hambre y la pobreza (...) y a ayudar a los más necesitados a salir de su estado de indigencia y (...) de exclusión”, finalizó el Papa.
CC/ VIS 20111031 (560)
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