CIUDAD DEL VATICANO, 29 JUN 2011 (VIS).-A las 9,30 de hoy, solemnidad de San Pedro y San Pablo, Apóstoles, y en el sesenta aniversario de su ordenación sacerdotal, el Papa presidió en la basílica vaticana la concelebración eucarística con 40 arzobispos metropolitanos a los que impuso el palio.
El Papa comenzó la homilía recordando las palabras de Jesús que el cardenal Faulhaber dirigió a los nuevos sacerdotes al final de la ceremonia de ordenación hace hoy sesenta años: “Non iam dicam servos, sed amicos” - “Ya no os llamo siervos, sino amigos”.
“Él me llama amigo. (…) Me otorga la facultad, que casi da miedo, de hacer aquello que sólo Él, el Hijo de Dios, puede decir y hacer legítimamente: Yo te perdono tus pecados. (…) Me confía las palabras de la Consagración en la Eucaristía. Me considera capaz de anunciar su Palabra, de explicarla rectamente y de llevarla a los hombres de hoy. Él se abandona a mí”.
Benedicto XVI puso de relieve que en la expresión “Ya no sois siervos, sino amigos”, “se encierra el programa entero de una vida sacerdotal. (..) La amistad que Él me ofrece sólo puede significar que también yo trate siempre de conocerle mejor; que yo, en la Escritura, en los Sacramentos, en el encuentro de la oración, en la comunión de los Santos, en las personas que se acercan a mí y que Él me envía, me esfuerce siempre en conocerle cada vez más. (…) En la amistad mi voluntad se une a la suya a medida que va creciendo; su voluntad se convierte en la mía, y justo así llego a ser yo mismo”.
“Las palabras de Jesús sobre la amistad –continuó- están en el contexto del discurso sobre la vid. El Señor enlaza la imagen de la vid con una tarea que encomienda a los discípulos: “Os he elegido y os he destinado para vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”. (…) El Señor nos exhorta a superar los confines del ambiente en que vivimos, a llevar el Evangelio al mundo de los otros, para que impregne todo y así el mundo se abra para el Reino de Dios”.
El Santo Padre señaló que “después de la palabra sobre el ponerse en camino, Jesús continúa: dad fruto, un fruto que permanezca. ¿Qué fruto espera Él de nosotros? ¿Cuál es el fruto que permanece? Pues bien, el fruto de la vid es la uva, del que luego se hace el vino. (…) ¿Acaso no es ésta una imagen de la vida humana, y particularmente de nuestra vida de sacerdotes? Necesitamos el sol y la lluvia, la serenidad y la dificultad, las fases de purificación y prueba, y también los tiempos de camino alegre con el Evangelio. Volviendo la mirada atrás, podemos dar gracias a Dios por ambas cosas: por las dificultades y por las alegrías, por las horas oscuras y por aquellas felices. En las dos reconocemos la constante presencia de su amor, que nos lleva y nos sostiene siempre de nuevo”.
“Ahora, sin embargo –dijo-, debemos preguntarnos: ¿Qué clase de fruto es el que espera el Señor de nosotros? El vino es imagen del amor: éste es el verdadero fruto que permanece, el que Dios quiere de nosotros. (…) En el fondo, la esencia del amor, del verdadero fruto, se corresponde con las palabras sobre el ponerse en camino, sobre el salir: amor significa abandonarse, entregarse; lleva en sí el signo de la cruz”.
El Papa saludó a continuación a la delegación enviada por el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, y agradeció “vivamente su grata visita en la gozosa ocasión de los Santos Apóstoles Patronos de Roma”.
Dirigiéndose posteriormente a los arzobispos metropolitanos a los que iba a imponer el palio, recordó que esta indumentaria “nos recuerda al Pastor que se ha convertido Él mismo en cordero por amor nuestro. (…) Nos recuerda a Él, que ha tomado el cordero, la humanidad -a mí- sobre sus hombros, para llevarme de nuevo a casa. De este modo, nos recuerda que, como Pastores a su servicio, también nosotros hemos de llevar a los otros, cargándolos, por así decir, sobre nuestros hombros y llevarlos a Cristo. Nos recuerda que podemos ser Pastores de su rebaño, que sigue siendo siempre suyo, y no se convierte en el nuestro. Por fin, el palio significa muy concretamente también la comunión de los Pastores de la Iglesia con Pedro y con sus sucesores; significa que tenemos que ser Pastores para la unidad y en la unidad, y que sólo en la unidad de la cual Pedro es símbolo, guiamos realmente hacia Cristo”.
Benedicto XVI concluyó la homilía volviendo al sesenta aniversario de su ordenación sacerdotal: “En esta hora me he sentido impulsado a mirar a lo que ha caracterizado estas décadas. Me he sentido impulsado a deciros -a todos los sacerdotes y Obispos, así como también a los fieles de la Iglesia- una palabra de esperanza y ánimo; una palabra, madurada en la experiencia, sobre el hecho de que el Señor es bueno. Pero, sobre todo, éste es un momento de gratitud: gratitud al Señor por la amistad que me ha ofrecido y que quiere ofrecer a todos nosotros. Gratitud a las personas que me han formado y acompañado. Y en todo ello se esconde la petición de que un día el Señor, en su bondad, nos acoja y nos haga contemplar su alegría. Amén”.
HML/ VIS 20110630 (900)
El Papa comenzó la homilía recordando las palabras de Jesús que el cardenal Faulhaber dirigió a los nuevos sacerdotes al final de la ceremonia de ordenación hace hoy sesenta años: “Non iam dicam servos, sed amicos” - “Ya no os llamo siervos, sino amigos”.
“Él me llama amigo. (…) Me otorga la facultad, que casi da miedo, de hacer aquello que sólo Él, el Hijo de Dios, puede decir y hacer legítimamente: Yo te perdono tus pecados. (…) Me confía las palabras de la Consagración en la Eucaristía. Me considera capaz de anunciar su Palabra, de explicarla rectamente y de llevarla a los hombres de hoy. Él se abandona a mí”.
Benedicto XVI puso de relieve que en la expresión “Ya no sois siervos, sino amigos”, “se encierra el programa entero de una vida sacerdotal. (..) La amistad que Él me ofrece sólo puede significar que también yo trate siempre de conocerle mejor; que yo, en la Escritura, en los Sacramentos, en el encuentro de la oración, en la comunión de los Santos, en las personas que se acercan a mí y que Él me envía, me esfuerce siempre en conocerle cada vez más. (…) En la amistad mi voluntad se une a la suya a medida que va creciendo; su voluntad se convierte en la mía, y justo así llego a ser yo mismo”.
“Las palabras de Jesús sobre la amistad –continuó- están en el contexto del discurso sobre la vid. El Señor enlaza la imagen de la vid con una tarea que encomienda a los discípulos: “Os he elegido y os he destinado para vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”. (…) El Señor nos exhorta a superar los confines del ambiente en que vivimos, a llevar el Evangelio al mundo de los otros, para que impregne todo y así el mundo se abra para el Reino de Dios”.
El Santo Padre señaló que “después de la palabra sobre el ponerse en camino, Jesús continúa: dad fruto, un fruto que permanezca. ¿Qué fruto espera Él de nosotros? ¿Cuál es el fruto que permanece? Pues bien, el fruto de la vid es la uva, del que luego se hace el vino. (…) ¿Acaso no es ésta una imagen de la vida humana, y particularmente de nuestra vida de sacerdotes? Necesitamos el sol y la lluvia, la serenidad y la dificultad, las fases de purificación y prueba, y también los tiempos de camino alegre con el Evangelio. Volviendo la mirada atrás, podemos dar gracias a Dios por ambas cosas: por las dificultades y por las alegrías, por las horas oscuras y por aquellas felices. En las dos reconocemos la constante presencia de su amor, que nos lleva y nos sostiene siempre de nuevo”.
“Ahora, sin embargo –dijo-, debemos preguntarnos: ¿Qué clase de fruto es el que espera el Señor de nosotros? El vino es imagen del amor: éste es el verdadero fruto que permanece, el que Dios quiere de nosotros. (…) En el fondo, la esencia del amor, del verdadero fruto, se corresponde con las palabras sobre el ponerse en camino, sobre el salir: amor significa abandonarse, entregarse; lleva en sí el signo de la cruz”.
El Papa saludó a continuación a la delegación enviada por el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, y agradeció “vivamente su grata visita en la gozosa ocasión de los Santos Apóstoles Patronos de Roma”.
Dirigiéndose posteriormente a los arzobispos metropolitanos a los que iba a imponer el palio, recordó que esta indumentaria “nos recuerda al Pastor que se ha convertido Él mismo en cordero por amor nuestro. (…) Nos recuerda a Él, que ha tomado el cordero, la humanidad -a mí- sobre sus hombros, para llevarme de nuevo a casa. De este modo, nos recuerda que, como Pastores a su servicio, también nosotros hemos de llevar a los otros, cargándolos, por así decir, sobre nuestros hombros y llevarlos a Cristo. Nos recuerda que podemos ser Pastores de su rebaño, que sigue siendo siempre suyo, y no se convierte en el nuestro. Por fin, el palio significa muy concretamente también la comunión de los Pastores de la Iglesia con Pedro y con sus sucesores; significa que tenemos que ser Pastores para la unidad y en la unidad, y que sólo en la unidad de la cual Pedro es símbolo, guiamos realmente hacia Cristo”.
Benedicto XVI concluyó la homilía volviendo al sesenta aniversario de su ordenación sacerdotal: “En esta hora me he sentido impulsado a mirar a lo que ha caracterizado estas décadas. Me he sentido impulsado a deciros -a todos los sacerdotes y Obispos, así como también a los fieles de la Iglesia- una palabra de esperanza y ánimo; una palabra, madurada en la experiencia, sobre el hecho de que el Señor es bueno. Pero, sobre todo, éste es un momento de gratitud: gratitud al Señor por la amistad que me ha ofrecido y que quiere ofrecer a todos nosotros. Gratitud a las personas que me han formado y acompañado. Y en todo ello se esconde la petición de que un día el Señor, en su bondad, nos acoja y nos haga contemplar su alegría. Amén”.
HML/ VIS 20110630 (900)
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