CIUDAD DEL VATICANO, 26 ENE 2011 (VIS).-La catequesis de la audiencia general, celebrada en el Aula Pablo VI y a la que asistieron 3.000 personas, estuvo dedicada este miércoles a la figura de Santa Juana de Arco (1412-1431), una de “las mujeres fuertes que al final de la Edad Media, llevaron sin miedo la gran luz del Evangelio en las complejas peripecias de la historia”
El Papa explicó que la vida de Juana, hija de campesinos acomodados, se enmarca en el conflicto bélico que se conoce como la Guerra de los Cien Años, entre Francia e Inglaterra. Muy joven, a los 13 años, Juana sintió a través de la “voz” de San Miguel Arcángel “la llamada del Señor a intensificar su vida cristiana, y también a comprometerse en primera persona por la liberación de su pueblo”.
Juana hace voto de virginidad y redobla sus oraciones, participando con un nuevo empeño en la vida sacramental. “La compasión y el compromiso de la joven campesina francesa ante los sufrimientos de su pueblo -dijo el pontífice- son todavía más intensos gracias a su relación mística con Dios. Uno de los aspectos más originales de la santidad de esta joven es este lazo entre experiencia mística y pasión política.
Al principio de 1429 Juana comienza su acción y superando todos los obstáculos encuentra al delfín de Francia, el futuro rey Carlos VII, que en Poitiers la somete a un examen por parte de algunos teólogos de Universidad que “expresan un juicio positivo; en ella no hay nada malo, es una buena cristiana”.
El 22 de marzo de ese mismo año Juana dicta una carta al Rey de Inglaterra y a sus hombres que asedian la ciudad de Orleáns. “Su propuesta es de verdadera paz en la justicia entre dos pueblos cristianos, invocando los nombres de Jesús y María”, observó el Santo Padre. Pero la rechazan y Juana debe luchar por la liberación de la ciudad. Otro momento culminante de su empresa es la coronación del Rey Carlos en Reims, el 17 de julio de 1429.
La pasión de Juana comienza el 23 de mayo de 1430 cuando cae prisionera de sus enemigos en Compiegne y es conducida a la ciudad de Rouen, donde tendrá lugar su largo y dramático proceso que concluye con la condena a muerte el 30 de mayo de 1431.
Presiden el proceso dos grandes jueces eclesiásticos, el obispo Pierre Cauchon y el inquisidor Jean le Maistre, pero en realidad lo conducen un grupo de teólogos de la universidad de Paris, “eclesiásticos franceses que pertenecen al grupo político opuesto al de Juana y tienen a priori -dijo el Santo Padre- un juicio negativo sobre su persona y su misión. Este proceso es una página terrible en la historia de la santidad y también una pagina que ilumina el misterio de la Iglesia, que (…) al mismo tiempo es siempre santa y siempre necesitada de purificación”.
“A diferencia de los santos teólogos que habían iluminado la Universidad de París, como Buenaventura, Tomás de Aquino o Duns Escoto, (...) estos jueces son teólogos que carecen de caridad y humildad para ver en esta joven la acción de Dios” y no ven “que los misterios de Dios son revelados en el corazón de los pequeños mientras permanecen ocultos a los sabios y doctos. (...) Los jueces de Juana son radicalmente incapaces de comprenderla, de ver la belleza de su alma”.
Juana muere en la hoguera el 30 de mayo de 1431, con un crucifijo en las manos e invocando el nombre de Jesús. Veinticinco años después, el Proceso de Anulación abierto por Calixto III “concluye con una sentencia solemne que declara nula la condena y (...) resalta la inocencia de Juana y su perfecta fidelidad a la Iglesia. Juana de Arco será canonizada en 1920 por Benedicto XV”.
“El Nombre de Jesús que la Santa invocó hasta en los últimos instantes de su vida terrenal era como el continuo respiro de su alma (...) el centro de su vida. Esta Santa había entendido que el Amor abraza toda la realidad de Dios y del ser humano, del cielo y de la tierra, de la Iglesia y del mundo. (...) La liberación de su pueblo es una obra de justicia humana que cumple en caridad, por amor de Jesús. El suyo es un hermoso ejemplo de santidad para los laicos comprometidos en la vida política, sobre todo en las situaciones más difíciles”.
“En Jesús Juana contempla también toda la Iglesia, la Iglesia triunfante del cielo, como la Iglesia militante en la tierra. Según sus palabras, “es todo uno Nuestro Señor y la Iglesia”. Esta afirmación tiene un carácter realmente heroico en el contexto del proceso de condena, frente a sus jueces, hombres de iglesia que la persiguieron y condenaron”.
“Con su luminoso testimonio -concluyó Benedicto XVI- Juana nos invita a una medida alta de la vida cristiana: hacer de la oración el hilo conductor de nuestras jornadas; tener plena confianza en cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que sea, vivir la caridad sin favoritismos, sin limites y sacar fuerzas del amor a Jesús para amar profundamente a su Iglesia”.
AG/ VIS 20110126 (800)
El Papa explicó que la vida de Juana, hija de campesinos acomodados, se enmarca en el conflicto bélico que se conoce como la Guerra de los Cien Años, entre Francia e Inglaterra. Muy joven, a los 13 años, Juana sintió a través de la “voz” de San Miguel Arcángel “la llamada del Señor a intensificar su vida cristiana, y también a comprometerse en primera persona por la liberación de su pueblo”.
Juana hace voto de virginidad y redobla sus oraciones, participando con un nuevo empeño en la vida sacramental. “La compasión y el compromiso de la joven campesina francesa ante los sufrimientos de su pueblo -dijo el pontífice- son todavía más intensos gracias a su relación mística con Dios. Uno de los aspectos más originales de la santidad de esta joven es este lazo entre experiencia mística y pasión política.
Al principio de 1429 Juana comienza su acción y superando todos los obstáculos encuentra al delfín de Francia, el futuro rey Carlos VII, que en Poitiers la somete a un examen por parte de algunos teólogos de Universidad que “expresan un juicio positivo; en ella no hay nada malo, es una buena cristiana”.
El 22 de marzo de ese mismo año Juana dicta una carta al Rey de Inglaterra y a sus hombres que asedian la ciudad de Orleáns. “Su propuesta es de verdadera paz en la justicia entre dos pueblos cristianos, invocando los nombres de Jesús y María”, observó el Santo Padre. Pero la rechazan y Juana debe luchar por la liberación de la ciudad. Otro momento culminante de su empresa es la coronación del Rey Carlos en Reims, el 17 de julio de 1429.
La pasión de Juana comienza el 23 de mayo de 1430 cuando cae prisionera de sus enemigos en Compiegne y es conducida a la ciudad de Rouen, donde tendrá lugar su largo y dramático proceso que concluye con la condena a muerte el 30 de mayo de 1431.
Presiden el proceso dos grandes jueces eclesiásticos, el obispo Pierre Cauchon y el inquisidor Jean le Maistre, pero en realidad lo conducen un grupo de teólogos de la universidad de Paris, “eclesiásticos franceses que pertenecen al grupo político opuesto al de Juana y tienen a priori -dijo el Santo Padre- un juicio negativo sobre su persona y su misión. Este proceso es una página terrible en la historia de la santidad y también una pagina que ilumina el misterio de la Iglesia, que (…) al mismo tiempo es siempre santa y siempre necesitada de purificación”.
“A diferencia de los santos teólogos que habían iluminado la Universidad de París, como Buenaventura, Tomás de Aquino o Duns Escoto, (...) estos jueces son teólogos que carecen de caridad y humildad para ver en esta joven la acción de Dios” y no ven “que los misterios de Dios son revelados en el corazón de los pequeños mientras permanecen ocultos a los sabios y doctos. (...) Los jueces de Juana son radicalmente incapaces de comprenderla, de ver la belleza de su alma”.
Juana muere en la hoguera el 30 de mayo de 1431, con un crucifijo en las manos e invocando el nombre de Jesús. Veinticinco años después, el Proceso de Anulación abierto por Calixto III “concluye con una sentencia solemne que declara nula la condena y (...) resalta la inocencia de Juana y su perfecta fidelidad a la Iglesia. Juana de Arco será canonizada en 1920 por Benedicto XV”.
“El Nombre de Jesús que la Santa invocó hasta en los últimos instantes de su vida terrenal era como el continuo respiro de su alma (...) el centro de su vida. Esta Santa había entendido que el Amor abraza toda la realidad de Dios y del ser humano, del cielo y de la tierra, de la Iglesia y del mundo. (...) La liberación de su pueblo es una obra de justicia humana que cumple en caridad, por amor de Jesús. El suyo es un hermoso ejemplo de santidad para los laicos comprometidos en la vida política, sobre todo en las situaciones más difíciles”.
“En Jesús Juana contempla también toda la Iglesia, la Iglesia triunfante del cielo, como la Iglesia militante en la tierra. Según sus palabras, “es todo uno Nuestro Señor y la Iglesia”. Esta afirmación tiene un carácter realmente heroico en el contexto del proceso de condena, frente a sus jueces, hombres de iglesia que la persiguieron y condenaron”.
“Con su luminoso testimonio -concluyó Benedicto XVI- Juana nos invita a una medida alta de la vida cristiana: hacer de la oración el hilo conductor de nuestras jornadas; tener plena confianza en cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que sea, vivir la caridad sin favoritismos, sin limites y sacar fuerzas del amor a Jesús para amar profundamente a su Iglesia”.
AG/ VIS 20110126 (800)
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