CIUDAD DEL VATICANO, 5 JUN 2010 (VIS).-A las 16,30, el Papa celebró la Eucaristía en la iglesia de la Santa Cruz de Nicosia, en la que participaron sacerdotes, religiosos, diáconos, catequistas y miembros de movimientos eclesiales de la isla chipriota.
En la homilía de la misa, votiva de la Santa Cruz, el Papa afirmó que la cruz "es más grande y más misteriosa de lo que parece a primera vista. Es sin duda un instrumento de tortura, de sufrimiento y de derrota, pero al mismo tiempo, manifiesta la transformación completa, la revancha definitiva sobre estos males, y esto lo convierte en el símbolo más elocuente de la esperanza que el mundo haya visto jamás. Habla a todos los que sufren -los oprimidos, los enfermos, los pobres, los marginados, las víctimas de la violencia- y les ofrece la esperanza de que Dios puede transformar su dolor en alegría, su aislamiento en comunión, su muerte en vida. Ofrece una esperanza ilimitada a nuestro mundo decaído".
"Por eso -continuó-, el mundo necesita la cruz. No es simplemente un símbolo de devoción privada, ni una insignia de pertenencia a algún grupo en la sociedad, y su significado más profundo no tiene nada que ver con la imposición forzada de un credo o una filosofía. Habla de esperanza, de amor, de la victoria de la no violencia sobre la opresión, habla de Dios que enaltece a los humildes, da fuerza a los débiles, ayuda a superar las divisiones y a vencer el odio con el amor. Un mundo sin cruz sería un mundo sin esperanza, un mundo donde la tortura y la brutalidad seguirían siendo salvajes, los débiles serían explotados y la codicia tendría la última palabra. La inhumanidad del hombre contra el hombre se manifestaría de manera aún más tremenda, y no existiría la palabra fin al círculo maléfico de la violencia. Sólo la cruz pone fin a ello".
Benedicto XVI subrayó que "mientras ningún poder terreno puede salvarnos de las consecuencias de nuestro pecado, ni puede derrotar la injusticia en sus orígenes, sin embargo, la intervención salvífica de nuestro Dios misericordioso ha transformado la realidad del pecado y de la muerte en su contrario. Esto es lo que celebramos cuando damos gloria a la cruz del Redentor".
Dirigiéndose a los sacerdotes, religiosos y catequistas, el Papa puso de relieve que "cuando predicamos a Cristo crucificado, no proclamamos a nosotros mismos, sino a él. (...) No nos cansemos nunca de maravillarnos ante la gracia extraordinaria que se nos ha dado, no dejemos de reconocer nuestra indignidad, y al mismo tiempo, esforcémonos siempre por ser menos indignos a nuestra noble vocación, de modo que no se debilite la credibilidad de nuestro testimonio con nuestros errores y caídas".
El Santo Padre recordó de modo especial a "los numerosos sacerdotes y religiosos de Oriente Medio que están experimentando en este momento una llamada particular para conformar sus vidas con el misterio de la cruz del Señor. Donde los cristianos son una minoría, donde sufren privaciones a causa de las tensiones étnicas y religiosas, muchas familias toman la decisión de irse, y también los pastores tienen la tentación de hacer lo mismo".
"En situaciones como éstas, sin embargo -concluyó-, un sacerdote, una comunidad religiosa, una parroquia que se mantiene fuerte y sigue dando testimonio de Cristo es una muestra extraordinaria de esperanza no sólo para los cristianos, sino para todos los que viven en la región. Su sola presencia es una expresión elocuente del Evangelio de la paz, de la decisión del Buen Pastor de cuidar de todas las ovejas, del compromiso sólido de la Iglesia al diálogo, la reconciliación y la aceptación amorosa de los demás. Abrazando la cruz que se les ofrece, los sacerdotes y religiosos de Oriente Medio pueden realmente propagar la esperanza".
Terminada la misa, el Papa se trasladó a la nunciatura apostólica de Nicosia, donde cenó y pasó la noche.
PV-CHIPRE/ VIS 20100606 (650)
En la homilía de la misa, votiva de la Santa Cruz, el Papa afirmó que la cruz "es más grande y más misteriosa de lo que parece a primera vista. Es sin duda un instrumento de tortura, de sufrimiento y de derrota, pero al mismo tiempo, manifiesta la transformación completa, la revancha definitiva sobre estos males, y esto lo convierte en el símbolo más elocuente de la esperanza que el mundo haya visto jamás. Habla a todos los que sufren -los oprimidos, los enfermos, los pobres, los marginados, las víctimas de la violencia- y les ofrece la esperanza de que Dios puede transformar su dolor en alegría, su aislamiento en comunión, su muerte en vida. Ofrece una esperanza ilimitada a nuestro mundo decaído".
"Por eso -continuó-, el mundo necesita la cruz. No es simplemente un símbolo de devoción privada, ni una insignia de pertenencia a algún grupo en la sociedad, y su significado más profundo no tiene nada que ver con la imposición forzada de un credo o una filosofía. Habla de esperanza, de amor, de la victoria de la no violencia sobre la opresión, habla de Dios que enaltece a los humildes, da fuerza a los débiles, ayuda a superar las divisiones y a vencer el odio con el amor. Un mundo sin cruz sería un mundo sin esperanza, un mundo donde la tortura y la brutalidad seguirían siendo salvajes, los débiles serían explotados y la codicia tendría la última palabra. La inhumanidad del hombre contra el hombre se manifestaría de manera aún más tremenda, y no existiría la palabra fin al círculo maléfico de la violencia. Sólo la cruz pone fin a ello".
Benedicto XVI subrayó que "mientras ningún poder terreno puede salvarnos de las consecuencias de nuestro pecado, ni puede derrotar la injusticia en sus orígenes, sin embargo, la intervención salvífica de nuestro Dios misericordioso ha transformado la realidad del pecado y de la muerte en su contrario. Esto es lo que celebramos cuando damos gloria a la cruz del Redentor".
Dirigiéndose a los sacerdotes, religiosos y catequistas, el Papa puso de relieve que "cuando predicamos a Cristo crucificado, no proclamamos a nosotros mismos, sino a él. (...) No nos cansemos nunca de maravillarnos ante la gracia extraordinaria que se nos ha dado, no dejemos de reconocer nuestra indignidad, y al mismo tiempo, esforcémonos siempre por ser menos indignos a nuestra noble vocación, de modo que no se debilite la credibilidad de nuestro testimonio con nuestros errores y caídas".
El Santo Padre recordó de modo especial a "los numerosos sacerdotes y religiosos de Oriente Medio que están experimentando en este momento una llamada particular para conformar sus vidas con el misterio de la cruz del Señor. Donde los cristianos son una minoría, donde sufren privaciones a causa de las tensiones étnicas y religiosas, muchas familias toman la decisión de irse, y también los pastores tienen la tentación de hacer lo mismo".
"En situaciones como éstas, sin embargo -concluyó-, un sacerdote, una comunidad religiosa, una parroquia que se mantiene fuerte y sigue dando testimonio de Cristo es una muestra extraordinaria de esperanza no sólo para los cristianos, sino para todos los que viven en la región. Su sola presencia es una expresión elocuente del Evangelio de la paz, de la decisión del Buen Pastor de cuidar de todas las ovejas, del compromiso sólido de la Iglesia al diálogo, la reconciliación y la aceptación amorosa de los demás. Abrazando la cruz que se les ofrece, los sacerdotes y religiosos de Oriente Medio pueden realmente propagar la esperanza".
Terminada la misa, el Papa se trasladó a la nunciatura apostólica de Nicosia, donde cenó y pasó la noche.
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