CIUDAD DEL VATICANO, 21 MAY 2010 (VIS).-Los participantes en la Asamblea Ordinaria del Consejo Superior de las Obras Misioneras Pontificias, organismo dependiente de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, fueron recibidos esta mañana por el Santo Padre.
“La evangelización -afirmó Benedicto XVI- es una misión inmensa especialmente en nuestra época, cuando la humanidad adolece de una cierta falta de pensamiento reflexivo y sapiencial y se difunde un humanismo que excluye a Dios. Por eso, es todavía más urgente y necesario iluminar los nuevos problemas que surgen con la luz del Evangelio que no cambia”.
La predicación del Evangelio es “un inestimable servicio que la Iglesia puede ofrecer a toda la humanidad que camina en la historia”, subrayó el Santo Padre dirigiéndose a los representantes de las Obras Misioneras Pontificias, a quienes definió “un signo elocuente y vivo de la catolicidad de la Iglesia” que se concreta en “el respiro universal de la misión apostólica hasta los últimos confines de la tierra, hasta el fin del mundo, para que ningún pueblo o ambiente se vean privados de la luz y de la gracia de Cristo. Este es el sentido, la trayectoria histórica, la misión y la esperanza de la Iglesia”.
“La misión de anunciar el Evangelio a todas las gentes lleva aparejado un juicio crítico sobre las transformaciones planetarias, que están cambiando sustancialmente la cultura de la humanidad. La Iglesia, presente y a la obra en las fronteras geográficas y antropológicas, es portadora de un mensaje que penetra en la historia, donde proclama los valores inalienables de la persona, con el anuncio y el testimonio del plan salvífico de Dios, visible y actuante en Cristo. La predicación del Evangelio es la llamada a la libertad de los hijos de Dios para la construcción de una sociedad más justa y solidaria”.
Los que participan en la misión de Cristo deben inevitablemente “afrontar tribulaciones, contrastes y sufrimientos” porque “se enfrentan con la resistencia y los poderes de este mundo”. Y como el apóstol San Pablo, no tienen “otras armas que la Palabra de Cristo y de su Cruz”. Por eso, la misión “ad gentes” requiere que la Iglesia y los misioneros “acepten las consecuencias de su ministerio: la pobreza evangélica que les da la libertad de predicar el Evangelio con valor y franqueza; la no violencia, por la que responden al mal con el bien y la disponibilidad a dar la vida por el nombre de Cristo y por amor de los seres humanos”.
“La Iglesia recibe del Espíritu Santo la autoridad para el anuncio y el ministerio apostólico”, afirmó el Santo Padre, explicando que “la evangelización necesita cristianos con las manos levantadas hacia Dios en el gesto de oración, cristianos movidos por la conciencia de que la conversión del mundo a Cristo no la producimos nosotros, sino que se nos da”.
El Papa concluyó su discurso dando las gracias a los miembros de las Obras Misioneras Pontificias por “mantener despierta la conciencia misionera de las Iglesias particulares, (...) la formación y el envío de misioneros y misioneras y la ayuda solidaria a las Iglesias jóvenes”.
CEP/ VIS 20100521 (520)
“La evangelización -afirmó Benedicto XVI- es una misión inmensa especialmente en nuestra época, cuando la humanidad adolece de una cierta falta de pensamiento reflexivo y sapiencial y se difunde un humanismo que excluye a Dios. Por eso, es todavía más urgente y necesario iluminar los nuevos problemas que surgen con la luz del Evangelio que no cambia”.
La predicación del Evangelio es “un inestimable servicio que la Iglesia puede ofrecer a toda la humanidad que camina en la historia”, subrayó el Santo Padre dirigiéndose a los representantes de las Obras Misioneras Pontificias, a quienes definió “un signo elocuente y vivo de la catolicidad de la Iglesia” que se concreta en “el respiro universal de la misión apostólica hasta los últimos confines de la tierra, hasta el fin del mundo, para que ningún pueblo o ambiente se vean privados de la luz y de la gracia de Cristo. Este es el sentido, la trayectoria histórica, la misión y la esperanza de la Iglesia”.
“La misión de anunciar el Evangelio a todas las gentes lleva aparejado un juicio crítico sobre las transformaciones planetarias, que están cambiando sustancialmente la cultura de la humanidad. La Iglesia, presente y a la obra en las fronteras geográficas y antropológicas, es portadora de un mensaje que penetra en la historia, donde proclama los valores inalienables de la persona, con el anuncio y el testimonio del plan salvífico de Dios, visible y actuante en Cristo. La predicación del Evangelio es la llamada a la libertad de los hijos de Dios para la construcción de una sociedad más justa y solidaria”.
Los que participan en la misión de Cristo deben inevitablemente “afrontar tribulaciones, contrastes y sufrimientos” porque “se enfrentan con la resistencia y los poderes de este mundo”. Y como el apóstol San Pablo, no tienen “otras armas que la Palabra de Cristo y de su Cruz”. Por eso, la misión “ad gentes” requiere que la Iglesia y los misioneros “acepten las consecuencias de su ministerio: la pobreza evangélica que les da la libertad de predicar el Evangelio con valor y franqueza; la no violencia, por la que responden al mal con el bien y la disponibilidad a dar la vida por el nombre de Cristo y por amor de los seres humanos”.
“La Iglesia recibe del Espíritu Santo la autoridad para el anuncio y el ministerio apostólico”, afirmó el Santo Padre, explicando que “la evangelización necesita cristianos con las manos levantadas hacia Dios en el gesto de oración, cristianos movidos por la conciencia de que la conversión del mundo a Cristo no la producimos nosotros, sino que se nos da”.
El Papa concluyó su discurso dando las gracias a los miembros de las Obras Misioneras Pontificias por “mantener despierta la conciencia misionera de las Iglesias particulares, (...) la formación y el envío de misioneros y misioneras y la ayuda solidaria a las Iglesias jóvenes”.
CEP/ VIS 20100521 (520)
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