Ciudad
del Vaticano, 18 enero 2015
(VIS).-Tras almorzar y reposar un par de horas, el Papa anticipó
media hora su llegada al ''Quirino Grandstand-Rizal Park'', un
estadio situado dentro de un gran parque de sesenta hectáreas y
construido en ocasión de la ceremonia de proclamación de la
Independencia de Filipinas y Estados Unidos, el 4 de julio de 1946.
Lleva el nombre del héroe nacional José Rizal, poeta, escritor y
revolucionario justiciado por los españoles en 1896 por rebelde. El
lugar exacto de su ejecución está indicado con un monumento que
representa el punto cero desde donde se miden las distancias de las
carreteras de Luzón. En esta área se llevan a cabo las
celebraciones nacionales y los grandes eventos civiles, religiosos y
deportivos. Es el mismo lugar donde san Juan Pablo II celebró en
1995 la inmemorable Misa de conclusión de la X Jornada Mundial de la
Juventud en la que participaron cuatro millones de fieles.
''Es
una gran alegría para mí celebrar el domingo del Santo Niño con
vosotros -ha dicho el Papa en su homilía-. La imagen del Santo Niño
Jesús acompañó desde el principio la difusión del Evangelio en
este país. Vestido como un rey, coronado y sosteniendo en sus manos
el cetro, el globo y la cruz, nos recuerda continuamente la relación
entre el Reino de Dios y el misterio de la infancia espiritual. Nos
lo dice el Evangelio de hoy: ''Quien no reciba el Reino de Dios como
un niño, no entrará en él''. El Santo Niño sigue anunciándonos
que la luz de la gracia de Dios ha brillado sobre un mundo que
habitaba en la oscuridad, trayendo la Buena Nueva de nuestra
liberación de la esclavitud y guiándonos por los caminos de la paz,
el derecho y la justicia. Nos recuerda también que estamos llamados
a extender el Reino de Cristo por todo el mundo.
En
estos días, durante mi visita, he escuchado la canción: ''Todos
somos hijos de Dios''. Esto es lo que el Santo Niño nos dice. Nos
recuerda nuestra identidad más profunda. Todos somos hijos de Dios,
miembros de la familia de Dios. Hoy san Pablo nos ha dicho que hemos
sido hechos hijos adoptivos de Dios, hermanos y hermanas en Cristo.
Eso es lo que somos. Ésa es nuestra identidad. Hemos visto una
hermosa expresión de esto cuando los filipinos se volcaron con
nuestros hermanos y hermanas afectados por el tifón.
El
Apóstol nos dice que gracias a la elección de Dios hemos sido
abundamente bendecidos. Dios ''nos ha bendecido en Cristo con toda
clase de bendiciones espirituales en los cielos''. Estas palabras
tienen una resonancia especial en Filipinas, ya que es el principal
país católico de Asia; esto ya es un don especial de Dios, una
bendición. Pero es también una vocación. Los filipinos están
llamados a ser grandes misioneros de la fe en Asia.
Dios
nos ha escogido y bendecido con un propósito: ''Para que fuésemos
santos e irreprochables en su presencia''. Nos eligió a cada uno de
nosotros para ser testigos de su verdad y su justicia en este mundo.
Creó el mundo como un hermoso jardín y nos pidió que cuidáramos
de él. Pero, con el pecado, el hombre desfiguró aquella belleza
natural; destruyó también la unidad y la belleza de nuestra familia
humana, dando lugar a estructuras sociales que perpetúan la pobreza,
la falta de educación y la corrupción.
A
veces, cuando vemos los problemas, las dificultades y las injusticias
que nos rodean, sentimos la tentación de resignarnos. Parece como si
las promesas del Evangelio no se fueran a cumplir; que fueran
irreales. Pero la Biblia nos dice que la gran amenaza para el plan de
Dios sobre nosotros es, y siempre ha sido, la mentira. El diablo es
el padre de la mentira. A menudo esconde sus engaños bajo la
apariencia de la sofisticación, de la fascinación por ser
''moderno'', ''como todo el mundo''. Nos distrae con el señuelo de
placeres efímeros, de pasatiempos superficiales. Y así malgastamos
los dones que Dios nos ha dado jugando con artilugios triviales;
malgastamos nuestro dinero en el juego y la bebida; nos encerramos en
nosotros mismos. Y no nos centramos en las cosas que realmente
importan, de seguir siendo en el fondo hijos de Dios. Como nos enseña
el Señor, los niños tienen su propia sabiduría, que no es la
sabiduría del mundo. Por eso el mensaje del Santo Niño es tan
importante. Nos habla al corazón de cada uno de nosotros. Nos
recuerda nuestra identidad más profunda, que estamos llamados a ser
la familia de Dios.
El
Santo Niño nos recuerda también que hay que proteger esta
identidad. El Niño Jesús es el protector de este gran país. Cuando
vino al mundo, su propia vida estuvo amenazada por un rey corrupto.
Jesús mismo tuvo que ser protegido. Tenía un protector en la
tierra: san José. Tenía una familia humana, la Sagrada Familia de
Nazaret. Así nos recuerda la importancia de proteger a nuestras
familias, y las familias más amplias como son la Iglesia, familia de
Dios, y el mundo, nuestra familia humana. Lamentablemente, en
nuestros días, la familia con demasiada frecuencia necesita ser
protegida de los ataques y programas insidiosos, contrarios a todo lo
que consideramos verdadero y sagrado, a lo más hermoso y noble de
nuestra cultura.
En
el Evangelio, Jesús acoge a los niños, los abraza y bendice.
También nosotros necesitamos proteger, guiar y alentar a nuestros
jóvenes, ayudándolos a construir una sociedad digna de su gran
patrimonio espiritual y cultural. En concreto, tenemos que ver a cada
niño como un regalo que acoger, querer y proteger. Y tenemos que
cuidar a nuestros jóvenes, no permitiendo que les roben la esperanza
y queden condenados a vivir en la calle.
Un
niño frágil, que necesitaba ser protegido, trajo la bondad, la
misericordia y la justicia de Dios al mundo. Se enfrentó a la falta
de honradez y la corrupción, que son herencia del pecado, y triunfó
sobre ellos por el poder de su cruz. Ahora, al final de mi visita a
Filipinas, os encomiendo a él, a Jesús que vino a nosotros niño.
Que conceda a todo el amado pueblo de este país que trabaje unido,
protegiéndose unos a otros, comenzando por vuestras familias y
comunidades, para construir un mundo de justicia, integridad y paz.
Que el Santo Niño siga bendiciendo a Filipinas y sostenga a los
cristianos de esta gran nación en su vocación a ser testigos y
misioneros de la alegría del Evangelio, en Asia y en el mundo
entero.
Por
favor, no olvidéis rezad por mí. Que Dios os bendiga''.
Al
concluir la Eucaristía, el cardenal Luis Antonio G. Tagle ha
agradecido al Papa su viaje con unas emotivas palabras y
posteriormente, Francisco, se ha puesto el impermeable amarillo que
utilizó ayer en la Misa en Tacloban y se ha subido en el papamóvil
para recorrer la zona y despedirse, al ser ésta su última etapa del
viaje apostólico, de la multitud de fieles que le saludaban a su
paso. Finalmente se ha desplazado a la nunciatura apostólica donde
ha cenado en privado y se ha retirado a descansar.
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