Ciudad
del Vaticano, 26 abril 2014
(VIS).- El beato Angelo Giuseppe Roncalli nació y fue bautizado el
día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia
de Bérgamo (Italia). Fue el cuarto de catorce hermanos. Su familia
vivía del trabajo de los campos, cultivados en régimen de
aparcería. La vida familiar era de tipo patriarcal: dos hermanos con
sus respectivas familias vivían bajo un mismo techo guiados por el
barba (tío) Zaverio, anciano soltero que gobernaba con sabiduría el
trabajo y la marcha de la gran familia. Al tío Zaverio, padrino de
bautismo, atribuirá Angelo Roncalli su primera y fundamental
formación religiosa: ''Él dio a su ahijado, sin intención de
convertirlo en sacerdote, todo cuanto pudría servir con la máxima
edificación y eficacia a la preparación no de un simple sacerdote,
sino de un Obispo y de un Papa, como la Providencia había querido y
decidido'' Así escribirá de él el Papa Juan en 1959. El clima
religioso de la familia y la fervorosa vida parroquial, guiada por el
párroco don Francesco Rebuzzini, fueron la primera -y fundamental-
escuela de vida cristiana, que marcá la fisionomía espiritual de
Angelo Roncalli.
Recibió
la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó
en el Seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo ano de
teología y donde empezó a redactar los apuntes espirituales que
escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el
Diario del alma. Aquí empezó su practica de la dirección
espiritual asidua. El 1 de marzo de 1896 don Luigi Isacchi, director
espiritual del Seminario de Bérgamo, lo admitió en la Orden
Franciscana Seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897.
De
1901 a 1905 fue alumno del Pontificio Seminario Romano, gracias a una
beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, ademas, un año
de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904,
en Santa María in Monte Santo, de Piazza del Popolo, en Roma. En
1905 fue nombrado secretario del nuevo Obispo de Bérgamo, Mons.
Giacomo Maria Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914,
acompañando al Obispo en las visitas pastorales y colaborando en
múltiples iniciativas pastorales: Sínodo, reacción del Boletín
diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de
historia, patrología y apologética en el Seminario, asistente de la
Acción Católica femenina, colaborador en el diario católico de
Bérgamo y predicador muy solicitado por su elocuencia elegante,
profunda y eficaz.
Aquellos
años fueron, además, el tiempo de un profundo encuentro espiritual
con los grandes pastores: san Carlos Borromeo (de quien publicó las
Actas de la visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo
en 1575) y san Francisco de Sales. Fueron los años del gran aliento
pastoral, aprendido viviendo junto a ''su'' Obispo Mons. Radini
Tedeschi. ''Él sí que era digno de ser Papa'', anotará Juan XXIII
en su diario. Tras la muerte del Obispo, en 1914, don Angelo
prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el
Seminario y a varias ramas de la pastoral, sobre todo asociativa.
En
1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento
sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que
regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la ''Casa del
Estudiante'' y trabajó en la pastoral de estudiantes.
En
1919 fue nombrado Director espiritual del Seminario. En 1921 empezó
la segunda parte de la vida de don Angelo Roncalli, dedicada al
servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como
Presidente de Italia del Consejo Central de las Obras Pontificias
para la Propagación de la Fe, recorrió muchas diócesis de Italia
organizando Círculos de Misiones. En 1925 Pio XI lo nombró
Visitador Apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado con el
título de Areopoli. Su lema episcopal, programa que le acompañó
durante toda la vida, era: ''Oboedientia et pax''.
Marchó
a Bulgaria tras ser ordenado Obispo el 19 de marzo de 1925 en Roma.
Nombrado Delegado Apostólico, permaneció en Bulgaria hasta 1935.
Visitó las comunidades católicas y tejió relaciones respetuosas
con las otras comunidades cristianas. Actuó con caritativa solicitud
aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928.
Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un
ministerio marcado por la marginalidad. Afinó su confianza y entrega
en Jesús crucificado.
En
1935 fue nombrado Delegado Apostólico en Turquía y Grecia. Era un
vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia
activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba
renovando y organizando. Mons. Angelo trabajó con intensidad al
servicio de los católicos y se destacó por su dialogo y talante
respetuoso con el mundo ortodoxo y con el mundo musulmán. Al
estallar la II Guerra Mundial se hallaba en Grecia, que fue devastada
por los combates. Procuró dar noticias sobre los prisioneros de
guerra y salvó a muchos hebreos con el ''Visado de tránsito'' de la
Delegación Apostólica. En diciembre de 1944 Pio XII le nombró
Nuncio Apostólico en París.
Durante
los últimos meses de la guerra y los primeros de paz ayudó a lo
prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida
eclesiástica de Francia. Visitó los grandes santuarios franceses y
participó en las fiestas populares y en las manifestaciones
religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y
lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del
episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su
búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos
diplomáticos más intrincados. Procuró ser sacerdote en todas las
situaciones. Lo animaba una piedad sincera que se transformaba todos
los días en prolongado tiempo de oración y de meditación. En 1953
fue creado Cardenal y enviado a Venecia como Patriarca. Le lleno de
alegría poder dedicar sus últimos años al ministerio directo
pastoral, deseo que lo acompañó a lo largo de toda su vida
sacerdotal. Y fue un pastor sabio y emprendedor, a ejemplo de los
santos pastores a quienes siempre había venerado, a ejemplo de san
Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de Venecia. Al tiempo que
avanzaba su edad, aumentaba su confianza en el Señor, entregado a
una laboriosidad pastoral activa, emprendedora y gozosa.
A
la muerte de Pio XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, con
el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco
años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del Buen
Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y activo
practicó cristianamente las obras corporales y espirituales de
misericordia, visitando a los encarcelados y a los enfermos,
recibiendo a hombres de todas las naciones y credos y cultivando un
exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre
todo sus encíclicas Pacem in terris y Mater et magistra, fue muy
apreciado.
Convocó
el Sínodo Romano, instituyó una Comisión para la revisión del
Código de Derecho Canónico y convocó el Concilio Ecuménico
Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre
todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un rayo de la
bondad de Dios y lo llamó ''el Papa de la bondad'' Lo sostenía un
profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran
renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía
siempre en el Señor. Falleció el 3 de junio de 1963, por la tarde,
en un profundo espíritu de abandono en Jesús, deseoso de su abrazo
y rodeado de la oración cordial del mundo, que parecía haberse
parado para recogerse en tomo a él y respirar con él el amor del
Padre.
Fue
beatificado por Juan Pablo II el 3 de septiembre de 2000. Su fiesta
litúrgica quedó fijada el 11 de octubre, día de la apertura del
Concilio Vaticano II.
En
la homilía Juan Pablo II lo recordó así: ''Contemplamos hoy en la
gloria del Señor a otro Pontífice, Juan XXIII, el Papa que conmovió
al mundo por la afabilidad de su trato, que reflejaba la singular
bondad de su corazón. Los designios divinos han querido que esta
beatificación uniera a dos Papas que vivieron en épocas históricas
muy diferentes, pero que están unidos, más allá de las
apariencias, por muchas semejanzas en el plano humano y espiritual.
Es muy conocida la profunda veneración que el Papa Juan XXIII sentía
por Pío IX, cuya beatificación deseaba. Durante un retiro
espiritual, en 1959, escribió en su Diario: "Pienso siempre en
Pío IX, de santa y gloriosa memoria, e, imitándolo en sus
sacrificios, quisiera ser digno de celebrar su canonización"
(Diario del alma, p. 560)''
''Ha
quedado en el recuerdo de todos la imagen del rostro sonriente del
Papa Juan y de sus brazos abiertos para abrazar al mundo entero.
¡Cuántas personas han sido conquistadas por la sencillez de su
corazón, unida a una amplia experiencia de hombres y cosas!
Ciertamente la ráfaga de novedad que aportó no se refería a la
doctrina, sino más bien al modo de exponerla; era nuevo su modo de
hablar y actuar, y era nueva la simpatía con que se acercaba a las
personas comunes y a los poderosos de la tierra. Con ese espíritu
convocó el concilio ecuménico Vaticano II, con el que inició una
nueva página en la historia de la Iglesia: los cristianos se
sintieron llamados a anunciar el Evangelio con renovada valentía y
con mayor atención a los "signos" de los tiempos''.
''Realmente,
el Concilio fue una intuición profética de este anciano Pontífice,
que inauguró, entre muchas dificultades, un tiempo de esperanza para
los cristianos y para la humanidad''.
''En
los últimos momentos de su existencia terrena, confió a la Iglesia
su testamento: "Lo que más vale en la vida es Jesucristo
bendito, su santa Iglesia, su Evangelio, la verdad y la bondad".
También nosotros queremos recoger hoy este testamento, a la vez que
damos gracias a Dios por habérnoslo dado como Pastor''.
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