Ciudad
del Vaticano, 4 febrero 2014
(VIS).-”Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” es el
título del Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma de 2014. El
título es una cita de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios
en la que el apóstol los alienta a mostrar su generosidad ayudando a
los hermanos de Jerusalén que están atravesando dificultades. En el
documento, fechado el 26 de diciembre, festividad de San Esteban
Protomártir, el Papa se interroga sobre el significado de la
invitación a la pobreza evangélica de San Pablo en nuestros días.
Ofrecemos a continuación el texto completo del Mensaje
“Queridos
hermanos y hermanas:
Con
ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que
os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión.
Comienzo recordando las palabras de san Pablo:"Pues conocéis la
gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo
pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza" . El
Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser
generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad.
¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san
Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza,
a una vida pobre en sentido evangélico?
La
gracia de Cristo
Ante
todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela
mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad
y la pobreza:"Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…".
Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se
hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de
nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a
nosotros ). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón
de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad,
deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las
criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la
suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba
los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en
efecto,"trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de
hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre.
Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros,
en todo semejante a nosotros excepto en el pecado"
La
finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma,
sino —dice san Pablo—"...para enriqueceros con su pobreza".
No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar
sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la
lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no
hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna
de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad
filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en
las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo
hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en
medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores,
y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha
elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria.
Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio
de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin
embargo, san Pablo conoce bien la"riqueza insondable de
Cristo","heredero de todo" .
¿Qué
es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece?
Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como
el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían
abandonado medio muerto al borde del camino Lo que nos da verdadera
libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno
de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La
pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo
carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados,
comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de
Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza
ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento,
buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo
es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar
ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica
en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la
prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita
a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta
“rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él
su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo,
hermanos en el Hermano Primogénito.
Se
ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos ;
podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no
vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.
Nuestro
testimonio
Podríamos
pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras
que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo
con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en
todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo
mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los
Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de
pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra
riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza,
personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.
A
imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a
mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de
ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no
coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin
solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria:
la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La
miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a
cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana:
privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera
necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el
trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural.
Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia,
para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran
el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el
rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a
Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo
de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las
discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de
la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en
ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de
las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se
conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al
compartir.
No
es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en
esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven
angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene
dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía!
¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están
privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y
cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por
condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les
priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de
igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En
estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio
incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa de ruina
económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea
cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que
no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque
pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un
camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y
libera.
El
Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en
cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio
liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más
grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que
estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor
nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de
esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena
nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar
los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas
sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue
en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja
perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con
valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.
Queridos
hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la
Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos
viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje
evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre
misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos
hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo
pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo
adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué
podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra
pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería
válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la
limosna que no cuesta y no duele.
Que
el Espíritu Santo, gracias al cual"[somos] como pobres, pero
que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo"
sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención
y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos
misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi
oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra
provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que
el Señor os bendiga y la Virgen os guarde”.
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