Ciudad
del Vaticano, 19 febrero 2014
(VIS).- El Santo Padre ha dedicado la catequesis de la audiencia
general de los miércoles al Sacramento de la Penitencia. Después de
haber recorrido la Plaza de San Pedro en automóvil descubierto y
saludado a los más de veinte mil fieles que aplaudían a su paso, el
Papa ha explicado que el perdón de nuestros pecados no es algo que
nos podemos dar nosotros mismos, no es el resultado de nuestros
esfuerzos, sino que es un don del Espíritu Santo, que “nos llena
con el lavado de la misericordia y de la gracia que fluye
incesantemente desde el corazón abierto de par en par de Cristo
crucificado y resucitado... Y nos recuerda -ha dicho- que sólo
reconciliándonos en el Señor Jesucristo con el Padre y con nuestros
hermanos podremos estar verdaderamente en paz”.
Francisco
ha destacado cómo la celebración de este sacramento ha pasado de
ser una forma pública de confesión a una personal y confidencial.
Sin embargo, “esto no debe hacernos perder la matriz eclesial, que
es el contexto vital. De hecho, la comunidad cristiana es el lugar
donde se hace presente el Espíritu, que renueva nuestros corazones
con el amor de Dios y hace que todos los hermanos sean una sola cosa
en Cristo Jesús. Por esta razón -ha proseguido- no es suficiente
pedir perdón al Señor con la mente y el corazón, sino que hay que
confesar humildemente y confiadamente los pecados a un ministro de la
Iglesia”.
El
Obispo de Roma ha subrayado que el sacerdote no representa sólo a
Dios sino a toda la comunidad, y que aunque uno piense que puede
confesarse sólo con Dios no debe olvidar que los pecados cometidos
son contra los hermanos y contra la Iglesia. De ahí la necesidad de
pedir perdón a los hermanos y a la Iglesia aunque si al hacerlo
sintamos vergüenza. “La vergüenza es buena, -ha dicho- es
saludable tener un poco de vergüenza, porque avergonzarse es
saludable. Cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país
decimos que es un desvergonzado, un sinvergüenza. Por eso la
vergüenza es buena, porque nos hace más humildes, y el sacerdote
recibe con amor y ternura esta confesión y en nombre de Dios
perdona. Incluso desde un punto de vista humano, para desahogarse, es
bueno hablar con el hermano y decirle al sacerdote, ciertamente, lo
que tanto nos pesa en el corazón. Uno siente que se desahoga ante
Dios, con la Iglesia, con su hermano. ¡No tengáis miedo de la
confesión!”.
Con
estas palabras el Pontífice ha preguntado a los presentes cuándo ha
sido la última vez que se habían confesado y los ha animado
efusivamente a no descuidar la confesión. “Si ha pasado mucho
tiempo, -ha recalcado- no pierdas un día más, que el sacerdote será
bueno. Y allí está Jesús, que es más bueno que los sacerdotes, y
te recibe, con tanto amor. ¡Sé valiente y ve a confesarte!...“¡Qué
cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios nos hace una
fiesta! Continuemos por este camino. ¡Qué Dios os bendiga!”.
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