Ciudad
del Vaticano, 5 julio 2013
(VIS).-Publicamos a continuación una amplia síntesis de la primera
encíclica del Papa Francisco “Lumen Fidei”, publicada hoy, 5 de
julio de 2013 y fechada el 29 de junio del mismo año.
Lumen
fidei - La luz de la fe (LF) es la primera encíclica firmada por el
Papa Francisco. Dividida en cuatro capítulos, una introducción y
una conclusión, la Carta - explica el Papa - se suma a las
encíclicas del Papa Benedicto XVI sobre la caridad y la esperanza y
asume el "valioso trabajo" realizado por el Papa emérito,
que ya había "prácticamente completado" la encíclica
sobre la fe. A este "primera redacción" el Santo Padre
Francisco agrega ahora "algunas aportaciones".
La
introducción (No. 1-7) de la LF ilustra los motivos en que se basa
el documento: En primer lugar, recuperar el carácter de luz propio
de la fe, capaz de iluminar toda la existencia del hombre, de
ayudarlo a distinguir el bien del mal, sobre todo en una época como
la moderna, en la que el creer se opone al buscar y la fe es vista
como una ilusión, un salto al vacío que impide la libertad del
hombre. En segundo lugar, la LF - justo en el Año de la Fe, 50 años
después del Concilio Vaticano II, un "Concilio sobre la Fe"
- quiere reavivar la percepción de la amplitud de los horizontes
que la fe abre para confesarla en la unidad y la integridad. La fe,
de hecho, no es un presupuesto que hay que dar por descontado, sino
un don de Dios que debe ser alimentado y fortalecido. "Quien
cree ve", escribe el Papa, porque la luz de la fe viene de Dios
y es capaz de iluminar toda la existencia del hombre: procede del
pasado, de la memoria de la vida de Jesús, pero también viene del
futuro porque nos abre vastos horizontes.
El
primer capítulo (8-22): Hemos creído en el amor (1 Jn 4, 16). En
referencia a la figura bíblica de Abraham, la fe en este capítulo
se explica como "escucha" de la Palabra de Dios, "llamada"
a salir del aislamiento de su propio yo , para abrirse a una nueva
vida y "promesa" del futuro, que hace posible la
continuidad de nuestro camino en el tiempo, uniéndose así
fuertemente a la esperanza. La fe también se caracteriza por la
"paternidad", porque el Dios que nos llama no es un Dios
extraño, sino que es Dios Padre, la fuente de bondad que es el
origen de todo y sostiene todo. En la historia de Israel, lo
contrario de la fe es la idolatría, que dispersa al hombre en la
multiplicidad de sus deseos y lo "desintegra en los múltiples
instantes de su historia", negándole la espera del tiempo de
la promesa. Por el contrario, la fe es confiarse al amor
misericordioso de Dios, que siempre acoge y perdona, que endereza "lo
torcido de nuestra historia", es disponibilidad a dejarse
transformar una y otra vez por la llamada de Dios "es un don
gratuito de Dios que exige la humildad y el valor de fiarse y
confiarse, para poder ver el camino luminoso del encuentro entre Dios
y los hombres, la historia de la salvación." (n. 14) Y aquí
está la "paradoja" de la fe: el volverse constantemente al
Señor hace que el hombre sea estable, y lo aleja de los ídolos.
La
LF se detiene, después, en la figura de Jesús, el mediador que nos
abre a una verdad más grande que nosotros, una manifestación del
amor de Dios que es el fundamento de la fe "precisamente en la
contemplación de la muerte de Jesús la fe se refuerza", porque
Él revela su inquebrantable amor por el hombre. También en cuanto
resucitado Cristo es "testigo fiable", "digno de fe”,
a través del cual Dios actúa realmente en la historia y determina
el destino final. Pero hay "otro aspecto decisivo" de la fe
en Jesús: "La participación en su modo de ver". La fe, en
efecto, no sólo mira a Jesús, sino que también ve desde el punto
de vista de Jesús, con sus ojos. Usando una analogía, el Papa
explica que, como en la vida diaria, confiamos en "la gente que
sabe las cosas mejor que nosotros" - el arquitecto, el
farmacéutico, el abogado - también en la fe necesitamos a
alguien que sea fiable y experto en "las cosas de Dios" y
Jesús es "aquel que nos explica a Dios." Por esta razón,
creemos a Jesús cuando aceptamos su Palabra, y creemos en Jesús
cuando lo acogemos en nuestras vidas y nos confiamos a él. Su
encarnación, de hecho, hace que la fe no nos separe de la realidad,
sino que nos permite captar su significado más profundo. Gracias a
la fe, el hombre se salva, porque se abre a un Amor que lo precede y
lo transforma desde su interior. Y esta es la acción propia del
Espíritu Santo: "El cristiano puede tener los ojos de Jesús,
sus sentimientos, su condición filial, porque se le hace partícipe
de su Amor, que es el Espíritu" (n. 21). Fuera de la presencia
del Espíritu, es imposible confesar al Señor. Por lo tanto, "la
existencia creyente se convierte en existencia eclesial", porque
la fe se confiesa dentro del cuerpo de la Iglesia, como "comunión
real de los creyentes." Los cristianos son "uno" sin
perder su individualidad y en el servicio a los demás cada uno gana
su propio ser. Por eso, "la fe no es algo privado, una
concepción individualista, una opinión subjetiva", sino que
nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse
en anuncio.
El
segundo capítulo (23-36): Si no creéis, no comprenderéis (Is 07,
09). El Papa demuestra la estrecha relación entre fe y verdad, la
verdad fiable de Dios, su presencia fiel en la historia. "La fe,
sin verdad, no salva - escribe el Papa – Se queda en una bella
fábula, la proyección de nuestros deseos de felicidad." Y hoy,
debido a la "crisis de verdad en que nos encontramos", es
más necesario que nunca subrayar esta conexión, porque la cultura
contemporánea tiende a aceptar solo la verdad tecnológica, lo que
el hombre puede construir y medir con la ciencia y lo que es "verdad
porque funciona", o las verdades del individuo, válidas solo
para uno mismo y no al servicio del bien común. Hoy se mira con
recelo la "verdad grande, la verdad que explica la vida personal
y social en su conjunto", porque se la asocia erróneamente a
las verdades exigidas por los regímenes totalitarios del siglo XX.
Esto, sin embargo, implica el "gran olvido en nuestro mundo
contemporáneo", que - en beneficio del relativismo y temiendo
el fanatismo - olvida la pregunta sobre la verdad, sobre el origen de
todo, la pregunta sobre Dios. La LF subraya el vínculo entre fe y
amor, entendido no como "un sentimiento que va y viene",
sino como el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos
da nuevos ojos para ver la realidad. Si, pues, la fe está ligada a
la verdad y al amor, entonces "amor y verdad no se pueden
separar", porque sólo el verdadero amor resiste la prueba del
tiempo y se convierte en fuente de conocimiento. Y puesto que el
conocimiento de la fe nace del amor fiel de Dios, "verdad y
fidelidad van juntos". La verdad que nos abre la fe es una
verdad centrada en el encuentro con el Cristo encarnado, que,
viniendo entre nosotros, nos ha tocado y nos ha dado su gracia,
transformando nuestros corazones.
Aquí
el Papa abre una amplia reflexión sobre el "diálogo entre fe y
razón", sobre la verdad en el mundo de hoy, donde a menudo
viene reducida a la "autenticidad subjetiva", porque la
verdad común da miedo, se identifica con la imposición
intransigente de los totalitarismo. En cambio, si la verdad es la del
amor de Dios, entonces no se impone con la violencia, no aplasta al
individuo. Por esta razón, la fe no es intransigente, el creyente no
es arrogante. Por el contrario, la verdad vuelve humildes y conduce a
la convivencia y el respeto del otro. De ello se desprende que la fe
lleva al diálogo en todos los ámbitos: en el campo de la ciencia,
ya que despierta el sentido crítico y amplía los horizontes de la
razón, invitándonos a mirar con asombro la Creación; en el
encuentro interreligioso, en el que el cristianismo ofrece su
contribución; en el diálogo con los no creyentes que no dejan de
buscar, que "intentan vivir como si Dios existiese", porque
"Dios es luminoso, y se deja encontrar por aquellos que lo
buscan con sincero corazón". "Quién se pone en camino
para practicar el bien - afirma el Papa - se acerca a Dios". Por
último, la LF habla de la teología y afirma que es imposible sin la
fe, porque Dios no es un mero "objeto", sino que es Sujeto
que se hace conocer. La teología es participación del conocimiento
que Dios tiene de sí mismo; se desprende que debe ponerse al
servicio de la fe de los cristianos y que el Magisterio de la Iglesia
no es un límite a la libertad teológica, sino un elemento
constitutivo porque garantiza el contacto con la fuente original, con
la Palabra de Cristo.
El
tercer capítulo (37-49): Transmito lo que he recibido (1 Co 15, 03).
Todo el capítulo se centra en la importancia de la evangelización:
quien se ha abierto al amor de Dios, no puede retener este regalo
para sí mismo, escribe el Papa: La luz de Jesús resplandece sobre
el rostro de los cristianos y así se difunde, se transmite bajo la
forma del contacto, como una llama que se enciende de la otra, y pasa
de generación en generación, a través de la cadena ininterrumpida
de testigos de la fe. Esto comporta el vínculo entre fe y memoria,
porque el amor de Dios mantiene unidos todos los tiempos y nos hace
contemporáneos a Jesús. Por otra parte, se hace "imposible
creer cada uno por su cuenta", porque la fe no es "una
opción individual", sino que abre el yo al "nosotros"
y se da siempre "dentro de la comunión de la Iglesia". Por
esta razón, "quien cree nunca está solo": porque descubre
que los espacios de su "yo" se amplían y generan nuevas
relaciones que enriquecen la vida.
Hay,
sin embargo, un "medio particular" por el que la fe se
puede transmitir: son los Sacramentos, en los que se comunica "una
memoria encarnada." El Papa cita en primer lugar el Bautismo –
tanto de niños como de adultos, en la forma del catecumenado - que
nos recuerda que la fe no es obra del individuo aislado, un acto que
se puede cumplir solos, sino que debe ser recibida, en comunión
eclesial . "Nadie se bautiza a sí mismo", dice la LF.
Además, como el niño que tiene que ser bautizado no puede profesar
la fe él solo, sino que debe ser apoyado por los padres y por los
padrinos, se sigue "la importancia de la sinergia entre la
Iglesia y la familia en la transmisión de la fe." En segundo
lugar, la Encíclica cita la Eucaristía, "precioso alimento
para la fe", "acto de memoria, actualización del misterio"
y que "conduce del mundo visible al invisible,"
enseñándonos a ver la profundidad de lo real. El Papa recuerda
después la confesión de la fe, el Credo, en el que el creyente no
sólo confiesa la fe, sino que se ve implicado en la verdad que
confiesa; la oración, el Padre Nuestro, con el que el cristiano
comienza a ver con los ojos de Cristo; el Decálogo, entendido no
como "un conjunto de preceptos negativos", sino como "un
conjunto de indicaciones concretas" para entrar en diálogo con
Dios, "dejándose abrazar por su misericordia", "camino
de la gratitud" hacia la plenitud de la comunión con Dios . Por
último, el Papa subraya que la fe es una porque uno es "el Dios
conocido y confesado", porque se dirige al único Señor, que
nos da la "unidad de visión" y "es compartida por
toda la Iglesia, que forma un solo cuerpo y un solo Espíritu".
Dado, pues, que la fe es una sola, entonces tiene que ser confesada
en toda su pureza e integridad, "la unidad de la fe es la unidad
de la Iglesia"; quitar algo a la fe es quitar algo a la verdad
de la comunión. Además, ya que la unidad de la fe es la de un
organismo vivo, puede asimilar en sí todo lo que encuentra,
demostrando ser universal, católica, capaz de iluminar y llevar a su
mejor expresión todo el cosmos y toda la historia. Esta unidad está
garantizada por la sucesión apostólica.
El
capítulo cuarto (n. 50-60): Dios prepara una ciudad para ellos (Hb
11, 16) Este capítulo explica la relación entre la fe y el bien
común, lo que conduce a la formación de un lugar donde el hombre
puede vivir junto con los demás. La fe, que nace del amor de Dios,
hace fuertes los lazos entre los hombres y se pone al servicio
concreto de la justicia, el derecho y la paz. Es por esto que no nos
aleja del mundo y no es ajena al compromiso concreto del hombre
contemporáneo. Por el contrario, sin el amor fiable de Dios, la
unidad entre todos los hombres estaría basada únicamente en la
utilidad, el interés o el miedo. La fe, en cambio, capta el
fundamento último de las relaciones humanas, su destino definitivo
en Dios, y las pone al servicio del bien común. La fe "es un
bien para todos, un bien común", no sirve únicamente para
construir el más allá, sino que ayuda a edificar nuestras
sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza.
La
encíclica se centra, después, en los ámbitos iluminados por la fe:
en primer lugar, la familia fundada en el matrimonio, entendido como
unión estable de un hombre y una mujer. Nace del reconocimiento y de
la aceptación de la bondad de la diferenciación sexual y, fundada
sobre el amor en Cristo, promete "un amor para siempre" y
reconoce el amor creador que lleva a generar hijos. Después los
jóvenes: aquí el Papa cita las Jornadas Mundiales de la Juventud,
en las que los jóvenes muestran "la alegría de la fe" y
el compromiso de vivirla de un modo firme y generoso. "Los
jóvenes aspiran a una vida grande - escribe el Papa -. El encuentro
con Cristo da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un
refugio para personas pusilánimes, sino que ensancha la vida".
Y en todas las relaciones sociales: haciéndonos hijos de Dios, de
hecho, la fe da un nuevo significado a la fraternidad universal entre
los hombres, que no es mera igualdad, sino la experiencia de la
paternidad de Dios, comprensión de la dignidad única de la persona
singular. Otra área es la de la naturaleza: la fe nos ayuda a
respetarla, a "buscar modelos de desarrollo que no se basen
únicamente en la utilidad y el provecho, sino que consideren la
creación como un don"; nos enseña a encontrar las formas
justas de gobierno, en las que la autoridad viene de Dios y está al
servicio del bien común; nos ofrece la posibilidad del perdón que
lleva a superar los conflictos. "Cuando la fe se apaga, se corre
el riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten con ella",
escribe el Papa, y si hiciéramos desaparecer la fe en Dios de
nuestras ciudades, se debilitaría la confianza entre nosotros y
quedaríamos unidos sólo por el miedo. Por esta razón no debemos
avergonzarnos de confesar públicamente a Dios, porque la fe ilumina
la vida social. Otro ámbito iluminado por la fe es el del
sufrimiento y la muerte: el cristiano sabe que el sufrimiento no
puede ser eliminado, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo
en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos
abandona, y ser así "etapa de crecimiento en la fe y el amor".
Al hombre que sufre, Dios no le da un racionamiento que explique
todo, sino que le responde con una presencia que acompaña, que abre
un un resquicio de luz en la oscuridad. En este sentido, la fe está
unida a la esperanza. Y aquí el Papa hace un llamamiento: "No
nos dejemos robar la esperanza, no permitamos que la banalicen con
soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino."
Conclusión
(N º 58-60): Bienaventurada la que ha creído (Lc 1, 45) Al final de
la LF, el Papa nos invita a mirar a María, "icono perfecto"
de la fe, porque, como Madre de Jesús, ha concebido "fe y
alegría." A Ella se alza la oración del Papa para que ayude la
fe del hombre, nos recuerde que aquellos que creen nunca están
solos, y que nos enseñe a mirar con los ojos de Jesús.
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