Ciudad
del Vaticano, 2 de septiembre (VIS).-La Ley de Dios que encuentra su
cumplimento pleno en el amor fue el tema de la meditación de
Benedicto XVI antes de rezar el ángelus con los fieles reunidos en
el patio del palacio apostólico de Castel Gandolfo.
Comentando
el Evangelio de San Marcos en que los fariseos reprochan a los
discípulos de Jesús que no siguen los preceptos higiénicos de la
ley mosaica, el Papa explicó que la Ley de Dios “es su Palabra
que guía al ser humano por el camino de la vida, lo aleja de la
esclavitud del egoísmo y lo lleva a la 'tierra' de la libertad y de
la vida verdaderas. Por eso, en la Biblia, la Ley no se considera ni
un peso ni una limitación opresora, sino el don más precioso del
Señor (...) de su voluntad de estar cerca de su pueblo, de ser su
aliado”.
Pero
el problema, cuando el pueblo se establece en la tierra prometida y
es depositario de la ley, es la tentación de “poner su seguridad y
su alegría en algo que ya no es la Palabra del Señor: son los
bienes, el poder, otras 'divinidades' que en realidad son vanas, son
ídolos. Sí, sigue habiendo una Ley de Dios, pero ya no es lo más
importante, ya no es la regla de vida; se convierte más bien en un
envoltorio, en una cobertura, mientras que la vida sigue otros
caminos, otras reglas, otros intereses, a menudo egoístas. De ese
modo, la religión pierde su sentido auténtico (...) y se reduce a
la práctica de usanzas secundarias, que satisfacen, más bien, el
deseo humano de 'cumplir' con Dios”.
“Este-
advirtió el Santo Padre- es un grave peligro de todas las
religiones, y con el que Jesús se encontró en su tiempo, pero que
puede ocurrir, desgraciadamente, también en la cristiandad. Por eso,
las palabras que Jesús dirige en el Evangelio de hoy a los escribas
y fariseos también deben hacer que reflexionemos nosotros. Jesús
hace suyas las palabras del profeta Isaías: “Este pueblo me honra
con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me
rinden culto, enseñando doctrinas que son preceptos de los hombres.
(...) También el apóstol Santiago, en su carta, alerta del peligro
de una religiosidad falsa”.
Después
de rezar el Ángelus, Benedicto XVI, saludó entre otros a un grupo
de peregrinos del Líbano y manifestó su alegría de visitar dentro
de poco ese país.
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