Ciudad
del Vaticano, 9 de marzo de 2012 (VIS).- Benedicto XVI recibió esta
mañana a un grupo de prelados de la Conferencia Episcopal de
Estados Unidos (regiones VII-IX) al final de su visita “ad
limina”. Siguen extractos del discurso que les dirigió:
“Me
gustaría hablar (…) de la crisis contemporánea del matrimonio y
la familia, y, en general, de la visión cristiana de la sexualidad
humana. De hecho, es cada vez más evidente que el deprecio de la
indisolubilidad de la alianza matrimonial, y el rechazo generalizado
de una ética sexual responsable y madura basada en la práctica de
la castidad, han dado lugar a graves problemas sociales que acarrean
un inmenso costo humano y económico”.
“En
este sentido, mención especial debe hacerse de las poderosas
corrientes políticas y culturales que buscan modificar la definición
legal del matrimonio. Los concienzudos esfuerzos de la Iglesia para
resistir esta presión requieren una defensa razonada del matrimonio
como institución natural, que consiste en la comunión específica
de personas, esencialmente enraizada en la complementariedad de los
sexos y orientada a la procreación. Las diferencias sexuales no
pueden descartarse como irrelevantes para la definición de
matrimonio. La defensa de la institución del matrimonio como una
realidad social es, en última instancia, una cuestión de justicia,
ya que implica salvaguardar el bien de toda la comunidad humana y los
derechos de los padres y niños por igual”.
“En
nuestras conversaciones, habéis señalado con preocupación las
dificultades crecientes en la comunicación de la enseñanza de la
Iglesia sobre el matrimonio y la familia en su integridad, y la
disminución en el número de jóvenes que se acercan al sacramento
del matrimonio. Ciertamente, debemos reconocer las deficiencias en la
catequesis de las últimas décadas, que en algunas ocasiones no han
logrado comunicar el rico patrimonio de la doctrina católica sobre
el matrimonio como institución natural, elevada por Cristo a la
dignidad de sacramento, la vocación de los esposos cristianos en la
sociedad y en la Iglesia, y la práctica de la castidad conyugal”.
“A
nivel práctico, los programas de preparación para el matrimonio
deben ser revisados cuidadosamente para asegurar más énfasis en su
componente catequética y en la presentación de las
responsabilidades sociales y eclesiales que conlleva el matrimonio
cristiano. En este contexto no podemos olvidar el grave problema
pastoral que presenta la práctica generalizada de la convivencia, a
menudo por parejas que parecen no darse cuenta de que es un pecado
grave, por no hablar de sus perjuicios para la estabilidad de la
sociedad. Aliento vuestros esfuerzos para establecer normas claras,
pastorales y litúrgicas, para la celebración digna del matrimonio,
que encarnen un testimonio inequívoco de las exigencias objetivas de
la moral cristiana, demostrando al mismo tiempo sensibilidad y
preocupación por las parejas jóvenes”.
“En
este gran esfuerzo pastoral hay una necesidad urgente de que toda la
comunidad cristiana recupere el aprecio de la virtud de la castidad.
(...) No es simplemente una cuestión de presentar argumentos, sino
de apelar a una visión integral, coherente y estimulante de la
sexualidad humana. La riqueza de esta visión es más sólida y
atractiva que la de las ideologías permisivas exaltadas en algunos
sectores que, de hecho, constituye una forma poderosa y destructiva
de anti-catequesis para los jóvenes (...) La castidad, como enseña
el Catecismo: 'Implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una
pedagogía de la libertad humana'. En una sociedad que cada vez mas
tiende a malinterpretar e incluso ridiculizar esta dimensión
esencial de la doctrina cristiana, los jóvenes necesitan estar
seguros de que 'si dejamos entrar a Cristo en nuestras vidas no
perdemos nada, absolutamente nada, de lo que hace la vida libre,
bella y grande'”.
“Para
concluir, quisiera recordar que todos nuestros esfuerzos en este
sector apuntan, en última instancia al bien de los niños, que
tienen un derecho fundamental a crecer con una sana comprensión de
la sexualidad y de su lugar apropiado en las relaciones humanas. Los
niños son el tesoro más grande y el futuro de toda sociedad:
preocuparse por ellos significa reconocer nuestra responsabilidad de
enseñar, defender y vivir las virtudes morales que son la clave de
la realización humana. Espero que la Iglesia en los Estados Unidos,
no obstante su pesadumbre por los acontecimientos de la última
década, persevere en su misión histórica de educar a los jóvenes
contribuyendo así a la consolidación de esa sana vida familiar, que
representa la garantía más segura de la solidaridad
inter-generacional y de la salud de la sociedad en su conjunto”.
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