CIUDAD DEL VATICANO, 9 DIC 2011 (VIS).-A primera hora de la tarde de ayer, Benedicto XVI se dirigió a la Plaza de España, en Roma, para el tradicional acto de veneración a la imagen de la Inmaculada, situada en lo alto de una columna frente a la embajada de España ante la Santa Sede.
Durante el trayecto, el Santo Padre se detuvo ante la iglesia de la Santísima Trinidad, donde recibió el saludo de la asociación de comerciantes “Via Condotti”. Una vez en la plaza de España, el acto comenzó con una oración, seguida por la lectura de un fragmento del Apocalipsis de San Juan, el discurso del Papa y la ofrenda floral a la imagen de la Virgen.
En su discurso, Benedicto XVI explicó que el texto del Apocalipsis -que habla de una mujer vestida de sol con la luna a sus pies y una corona de doce estrellas- se refiere tanto a la Virgen como a la Iglesia. Por una parte, “la mujer del Apocalipsis es María. (…) El símbolo del vestido luminoso expresa claramente una condición que se refiere a todo su ser: Ella es la ‘llena de gracia’, colmada del amor de Dios”.
La luna que tiene bajo los pies simboliza la muerte: “María está plenamente asociada a la victoria de Jesucristo, su Hijo, sobre el pecado y la muerte. (…) Del mismo modo que la muerte no tiene ningún poder sobre Jesús resucitado, así, por una gracia y un privilegio singulares de Dios Omnipotente, María la ha dejado tras de sí, la ha superado. Y esto se manifiesta en los dos grandes misterios de su existencia: al inicio, la concepción sin pecado original, que es el misterio que celebramos hoy; y al final, la asunción en alma y cuerpo al Cielo”.
La corona de doce estrellas sobre la cabeza de la mujer “representa las doce tribus de Israel, y significa que la Virgen María está en el centro del pueblo de Dios, de toda la comunión de los santos. Así, esta imagen (…) nos introduce a la segunda gran interpretación del signo celeste de la ‘mujer vestida de sol’: además de representar a la Virgen, este signo indica a la Iglesia. (…) Está encinta en el sentido de que lleva a Jesús en su seno, y debe darlo a luz al mundo. (…) Precisamente porque lleva a Jesús, la Iglesia encuentra la oposición de un feroz adversario”, simbolizado por un dragón que trata de devorar al hijo de la mujer, aunque “en vano, porque Jesús, mediante su muerte y resurrección, ha ascendido hasta Dios. (…) Por eso el dragón, vencido para siempre en el cielo, dirige sus ataques contra la mujer, la Iglesia, en el desierto del mundo. Pero en todas las épocas, la luz y la fuerza de Dios sostienen a la Iglesia. (…) Y así, a través de todas las pruebas que ha encontrado en el transcurso del tiempo y en las diversas partes del mundo, la Iglesia sufre persecuciones, pero resulta vencedora”.
“La única insidia que la Iglesia puede y debe temer es el pecado de sus miembros. Mientras que María es Inmaculada, libre de toda mancha de pecado, la Iglesia es santa, pero al mismo tiempo está marcada por nuestros pecados. Por eso el pueblo de Dios, peregrino en el tiempo, se dirige a la Madre celeste y pide su ayuda (…) para que acompañe el camino de la fe, anime el compromiso de la vida cristiana y sostenga la esperanza. Lo necesitamos, sobre todo en este momento tan difícil para Europa y para varias partes del mundo. Que María nos ayude a ver que hay luz más allá de la capa de niebla que parece envolver la realidad”.
BXVI/HOMENAJE INMACULADA VIS 20111209 (640)
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