CIUDAD DEL VATICANO, 27 NOV 2010 (VIS).-El Santo Padre presidió esta tarde en la Basílica de San Pedro la celebración de las primeras Vísperas del I Domingo de Adviento, que este año incluyó una “Vigilia por la vida naciente”, promovida por el Pontificio Consejo para la Familia, y que se celebró en todas las diócesis del mundo.
En la homilía, Benedicto XVI afirmó que “con esta celebración vespertina, el Señor nos dona la gracia y la alegría para abrir el nuevo Año Litúrgico”, en el que “sentiremos a la Iglesia que nos toma de la mano y, a imagen de María Santísima, expresa su maternidad, haciéndonos experimentar la espera alegre de la venida del Señor, que nos abraza a todos en su amor, que salva y consuela”.
Tras poner de relieve que el encuentro de esta tarde se enriquecía con la celebración solemne de una vigilia de oración por la vida naciente, el Pontífice expresó su agradecimiento a todos los que “se han sumado a esta invitación y a cuantos se dedican, específicamente, a acoger y custodiar la vida humana en las distintas situaciones de fragilidad, en particular, en sus inicios y en sus primeros pasos”.
El Papa explicó que “la Encarnación nos revela con intensa luz y de manera sorprendente, que cada vida humana tiene una dignidad altísima, incomparable. El ser humano presenta una originalidad inconfundible respecto a todos los demás seres vivientes que pueblan la tierra. Se presenta como sujeto único y singular, dotado de inteligencia y voluntad libre, además de estar compuesto de una realidad material. Vive simultánea e inseparablemente en la dimensión espiritual y en la dimensión corpórea”.
“Dios –continuó- nos ama de manera profunda, total, sin distinciones; nos llama a la amistad con Él; nos hace partícipes de una realidad por encima de toda imaginación y de todo pensamiento y palabra: su misma vida divina. Conmovidos y llenos de gratitud tomamos conciencia del valor, de la dignidad incomparable de cada persona humana y de la gran responsabilidad que tenemos con todos”.
El Santo Padre subrayó que el ser humano “tiene derecho a no ser tratado como un objeto que se posee o como una cosa que se puede manipular a placer, a no ser reducido a un puro instrumento en beneficio de otros y de sus intereses. La persona es un bien en sí misma y siempre es necesario buscar su desarrollo integral. El amor hacia todos, si es sincero, tiende espontáneamente a convertirse en atención preferencial por los más débiles y los más pobres. En este contexto se coloca la preocupación de la Iglesia por la vida naciente, la más frágil, la más amenazada por el egoísmo de los adultos y por el oscurecimiento de las conciencias. La Iglesia continuamente reafirma cuanto ha declarado el Concilio Vaticano II contra el aborto y toda forma de violación de la vida naciente: “La vida, una vez concebida, debe ser protegida con la máxima atención”.
“Existen –dijo- tendencias culturales que tratan de anestesiar las conciencias con pretextos. Sobre el embrión en el vientre materno, la ciencia misma pone en evidencia la autonomía que lo hace capaz de interactuar con la madre, la coordinación de los procesos biológicos, la continuidad del desarrollo, la creciente complejidad del organismo. No se trata de un cúmulo de material biológico, sino de un nuevo ser vivo, dinámico y maravillosamente ordenado, un nuevo individuo de la especie humana. Así lo ha sido Jesús en el vientre de María; así lo ha sido cada uno de nosotros en el vientre de la madre”.
Benedicto XVI lamentó que “incluso después del nacimiento, la vida de los niños sigue estando expuesta al abandono, al hambre, a la miseria, a la enfermedad, a los abusos, a la violencia, a la explotación. Las múltiples violaciones de sus derechos que se cometen en el mundo hieren dolorosamente la conciencia de toda persona de buena voluntad. Frente al triste panorama de las injusticias cometidas contra la vida del hombre, antes y después del nacimiento, hago mío el apasionado llamamiento del Papa Juan Pablo II a la responsabilidad de todos y cada uno de nosotros: “¡Respeta, defiende, ama y sirve la vida, toda vida humana! ¡Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad!”.
En este sentido, el Papa exhortó “a los protagonistas de la política, de la economía y de la comunicación social a hacer todo lo que puedan para promover una cultura que respete siempre la vida humana, para ofrecer condiciones favorables y redes de apoyo a su acogida y desarrollo”.
Al terminar la celebración de las Vísperas, el Santo Padre rezó una “Oración por la vida”, compuesta especialmente para esta ocasión.
HML/ VIS 20101129 (790)
En la homilía, Benedicto XVI afirmó que “con esta celebración vespertina, el Señor nos dona la gracia y la alegría para abrir el nuevo Año Litúrgico”, en el que “sentiremos a la Iglesia que nos toma de la mano y, a imagen de María Santísima, expresa su maternidad, haciéndonos experimentar la espera alegre de la venida del Señor, que nos abraza a todos en su amor, que salva y consuela”.
Tras poner de relieve que el encuentro de esta tarde se enriquecía con la celebración solemne de una vigilia de oración por la vida naciente, el Pontífice expresó su agradecimiento a todos los que “se han sumado a esta invitación y a cuantos se dedican, específicamente, a acoger y custodiar la vida humana en las distintas situaciones de fragilidad, en particular, en sus inicios y en sus primeros pasos”.
El Papa explicó que “la Encarnación nos revela con intensa luz y de manera sorprendente, que cada vida humana tiene una dignidad altísima, incomparable. El ser humano presenta una originalidad inconfundible respecto a todos los demás seres vivientes que pueblan la tierra. Se presenta como sujeto único y singular, dotado de inteligencia y voluntad libre, además de estar compuesto de una realidad material. Vive simultánea e inseparablemente en la dimensión espiritual y en la dimensión corpórea”.
“Dios –continuó- nos ama de manera profunda, total, sin distinciones; nos llama a la amistad con Él; nos hace partícipes de una realidad por encima de toda imaginación y de todo pensamiento y palabra: su misma vida divina. Conmovidos y llenos de gratitud tomamos conciencia del valor, de la dignidad incomparable de cada persona humana y de la gran responsabilidad que tenemos con todos”.
El Santo Padre subrayó que el ser humano “tiene derecho a no ser tratado como un objeto que se posee o como una cosa que se puede manipular a placer, a no ser reducido a un puro instrumento en beneficio de otros y de sus intereses. La persona es un bien en sí misma y siempre es necesario buscar su desarrollo integral. El amor hacia todos, si es sincero, tiende espontáneamente a convertirse en atención preferencial por los más débiles y los más pobres. En este contexto se coloca la preocupación de la Iglesia por la vida naciente, la más frágil, la más amenazada por el egoísmo de los adultos y por el oscurecimiento de las conciencias. La Iglesia continuamente reafirma cuanto ha declarado el Concilio Vaticano II contra el aborto y toda forma de violación de la vida naciente: “La vida, una vez concebida, debe ser protegida con la máxima atención”.
“Existen –dijo- tendencias culturales que tratan de anestesiar las conciencias con pretextos. Sobre el embrión en el vientre materno, la ciencia misma pone en evidencia la autonomía que lo hace capaz de interactuar con la madre, la coordinación de los procesos biológicos, la continuidad del desarrollo, la creciente complejidad del organismo. No se trata de un cúmulo de material biológico, sino de un nuevo ser vivo, dinámico y maravillosamente ordenado, un nuevo individuo de la especie humana. Así lo ha sido Jesús en el vientre de María; así lo ha sido cada uno de nosotros en el vientre de la madre”.
Benedicto XVI lamentó que “incluso después del nacimiento, la vida de los niños sigue estando expuesta al abandono, al hambre, a la miseria, a la enfermedad, a los abusos, a la violencia, a la explotación. Las múltiples violaciones de sus derechos que se cometen en el mundo hieren dolorosamente la conciencia de toda persona de buena voluntad. Frente al triste panorama de las injusticias cometidas contra la vida del hombre, antes y después del nacimiento, hago mío el apasionado llamamiento del Papa Juan Pablo II a la responsabilidad de todos y cada uno de nosotros: “¡Respeta, defiende, ama y sirve la vida, toda vida humana! ¡Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad!”.
En este sentido, el Papa exhortó “a los protagonistas de la política, de la economía y de la comunicación social a hacer todo lo que puedan para promover una cultura que respete siempre la vida humana, para ofrecer condiciones favorables y redes de apoyo a su acogida y desarrollo”.
Al terminar la celebración de las Vísperas, el Santo Padre rezó una “Oración por la vida”, compuesta especialmente para esta ocasión.
HML/ VIS 20101129 (790)
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