CIUDAD DEL VATICANO, 12 MAY 2010 (VIS).-El Papa abandonó a primera hora de esta tarde la nunciatura apostólica y se trasladó en helicóptero a Fátima, ciudad de 8.000 habitantes, ligada a las apariciones de la Virgen María a los tres pastorcillos: Jacinta, Francisco y Lucía. Los dos primeros fueron beatificados por Juan Pablo II en 2000 en este lugar.
En el sitio de las apariciones, llamado “Cova da Iria”, se construyó el Santuario, compuesto por un lugar para la oración y una gran explanada rodeada de varios edificios. En el extremo norte surge la basílica y a su izquierda se encuentra la “Capelinha”, la Capilla de las Apariciones, construida en 1919.
Benedicto XVI leyó una oración ante la imagen de la Virgen de la Capilla de las Apariciones, en la que recordó que el Venerable Juan Pablo II visitó a Nuestra Señora en tres ocasiones, aquí en Fátima y dio gracias “por aquella “mano invisible” que le libró de la muerte en el atentado del 13 de mayo de 1981”.
“Te agradezco, Madre querida, las oraciones y los sacrificios que los pastorcillos de Fátima hacían por el Papa, conducidos por los sentimientos que has inspirado en tus apariciones. Doy las gracias también a todos los que rezan cada día por el Sucesor de Pedro y por sus intenciones para que el Papa sea fuerte en la fe, audaz en la esperanza y diligente en el amor”.
El Santo Padre entregó a la Virgen la Rosa de Oro “que he traído de Roma, como homenaje de gratitud del Papa -dijo- por las maravillas que el Omnipotente ha cumplido por medio de ti en los corazones de tantos que vienen peregrinos a tu casa materna”.
A continuación, el Papa se dirigió a la Iglesia de la Santísima Trinidad -a 300 metros de distancia-, donde presidió la celebración de las vísperas con sacerdotes, religiosos, seminaristas y diáconos.
En la homilía, el Santo Padre expresó su reconocimiento y la gratitud de la Iglesia a todos los que “han entregado su vida a Cristo. Gracias por vuestro testimonio, a menudo silencioso y nada fácil, gracias por vuestra fidelidad al Evangelio y a la Iglesia”.
“La principal preocupación de todo cristiano, especialmente de la persona consagrada y del ministro del altar debe ser la fidelidad, la lealtad a su vocación como discípulo que quiere seguir al Señor. (...) Esto supone, por supuesto, una verdadera intimidad con Cristo en la oración, porque la experiencia fuerte e intensa del amor al Señor llevará a los sacerdotes y consagrados a corresponder de una manera única y esponsal a su amor”.
Tras poner de relieve que existe “una profunda solidaridad entre todos los miembros del Cuerpo de Cristo: no se le puede amar sin amar a sus hermanos”, Benedicto XVI subrayó que el Santo Cura de Ars, Juan María Vianney “quería ser un sacerdote para la salvación de los que son como él”.
“¡Qué importante es ayudarse mutuamente por medio de la oración y con consejos útiles y discernimientos! Estad especialmente atentos a las situaciones de un cierto debilitamiento de los ideales sacerdotales o al hecho de dedicarse a actividades que no concuerdan integralmente con lo que es propio de un ministro de Jesucristo”.
“Aunque el sacerdocio de Cristo es eterno, la vida de los sacerdotes es limitada. Cristo quiere que otros perpetúen a lo largo del tiempo el sacerdocio ministerial instituido por El. Por eso, mantened en vuestro interior y a vuestro alrededor, el ansia de suscitar -secundando la gracia del Espíritu Santo- nuevas vocaciones sacerdotales entre los fieles”.
Dirigiéndose después a los seminaristas, el Papa pidió que fueran conscientes de su responsabilidad al abrazar el sacerdocio: “verificad bien las intenciones y los motivos; dedicaos con ánimo fuerte y espíritu generoso a vuestra formación. La Eucaristía, centro de la vida cristiana y escuela de humildad y de servicio, debe ser el objeto principal de vuestro amor”.
Antes de concluir, el Papa hizo un acto de consagración de los sacerdotes al Corazón Inmaculado de María: “Sabemos que sin Jesús, no podemos hacer ningún bien y que sólo por Él, con Él y en Él, seremos instrumentos de salvación para el mundo.
“Esposa del Espíritu Santo, concédenos el don inestimable de la transformación en Cristo. Por el mismo poder del Espíritu, que extendiendo su sombra sobre Ti te hizo Madre del Salvador, ayúdanos para que Cristo, tu Hijo, nazca también en nosotros. Que la Iglesia se renueve a través de tantos sacerdotes santos, transfigurado por la gracia de Aquel que renueva todas las cosas.
“Ayúdanos con tu poderosa intercesión, a no faltar nunca a esta vocación sublime, a no ceder a nuestro egoísmo, a las tentaciones del mundo y a las sugerencias del diablo.
“Madre de la Iglesia Nosotros, sacerdotes, queremos ser pastores que no se apacientan a sí mismos sino que se entregan a Dios por los hermanos, hallando así su felicidad. No sólo con palabras sino con la vida, queremos repetir con humildad, día tras día, nuestro “aquí estoy”.
Terminadas las vísperas, el Santo Padre se trasladó a la Casa “Nossa Senhora do Carmo”, un lugar para ejercicios espirituales, que forma parte del complejo del Santuario, donde cenó.
PV-PORTUGAL/ VIS 20100513 (850)
En el sitio de las apariciones, llamado “Cova da Iria”, se construyó el Santuario, compuesto por un lugar para la oración y una gran explanada rodeada de varios edificios. En el extremo norte surge la basílica y a su izquierda se encuentra la “Capelinha”, la Capilla de las Apariciones, construida en 1919.
Benedicto XVI leyó una oración ante la imagen de la Virgen de la Capilla de las Apariciones, en la que recordó que el Venerable Juan Pablo II visitó a Nuestra Señora en tres ocasiones, aquí en Fátima y dio gracias “por aquella “mano invisible” que le libró de la muerte en el atentado del 13 de mayo de 1981”.
“Te agradezco, Madre querida, las oraciones y los sacrificios que los pastorcillos de Fátima hacían por el Papa, conducidos por los sentimientos que has inspirado en tus apariciones. Doy las gracias también a todos los que rezan cada día por el Sucesor de Pedro y por sus intenciones para que el Papa sea fuerte en la fe, audaz en la esperanza y diligente en el amor”.
El Santo Padre entregó a la Virgen la Rosa de Oro “que he traído de Roma, como homenaje de gratitud del Papa -dijo- por las maravillas que el Omnipotente ha cumplido por medio de ti en los corazones de tantos que vienen peregrinos a tu casa materna”.
A continuación, el Papa se dirigió a la Iglesia de la Santísima Trinidad -a 300 metros de distancia-, donde presidió la celebración de las vísperas con sacerdotes, religiosos, seminaristas y diáconos.
En la homilía, el Santo Padre expresó su reconocimiento y la gratitud de la Iglesia a todos los que “han entregado su vida a Cristo. Gracias por vuestro testimonio, a menudo silencioso y nada fácil, gracias por vuestra fidelidad al Evangelio y a la Iglesia”.
“La principal preocupación de todo cristiano, especialmente de la persona consagrada y del ministro del altar debe ser la fidelidad, la lealtad a su vocación como discípulo que quiere seguir al Señor. (...) Esto supone, por supuesto, una verdadera intimidad con Cristo en la oración, porque la experiencia fuerte e intensa del amor al Señor llevará a los sacerdotes y consagrados a corresponder de una manera única y esponsal a su amor”.
Tras poner de relieve que existe “una profunda solidaridad entre todos los miembros del Cuerpo de Cristo: no se le puede amar sin amar a sus hermanos”, Benedicto XVI subrayó que el Santo Cura de Ars, Juan María Vianney “quería ser un sacerdote para la salvación de los que son como él”.
“¡Qué importante es ayudarse mutuamente por medio de la oración y con consejos útiles y discernimientos! Estad especialmente atentos a las situaciones de un cierto debilitamiento de los ideales sacerdotales o al hecho de dedicarse a actividades que no concuerdan integralmente con lo que es propio de un ministro de Jesucristo”.
“Aunque el sacerdocio de Cristo es eterno, la vida de los sacerdotes es limitada. Cristo quiere que otros perpetúen a lo largo del tiempo el sacerdocio ministerial instituido por El. Por eso, mantened en vuestro interior y a vuestro alrededor, el ansia de suscitar -secundando la gracia del Espíritu Santo- nuevas vocaciones sacerdotales entre los fieles”.
Dirigiéndose después a los seminaristas, el Papa pidió que fueran conscientes de su responsabilidad al abrazar el sacerdocio: “verificad bien las intenciones y los motivos; dedicaos con ánimo fuerte y espíritu generoso a vuestra formación. La Eucaristía, centro de la vida cristiana y escuela de humildad y de servicio, debe ser el objeto principal de vuestro amor”.
Antes de concluir, el Papa hizo un acto de consagración de los sacerdotes al Corazón Inmaculado de María: “Sabemos que sin Jesús, no podemos hacer ningún bien y que sólo por Él, con Él y en Él, seremos instrumentos de salvación para el mundo.
“Esposa del Espíritu Santo, concédenos el don inestimable de la transformación en Cristo. Por el mismo poder del Espíritu, que extendiendo su sombra sobre Ti te hizo Madre del Salvador, ayúdanos para que Cristo, tu Hijo, nazca también en nosotros. Que la Iglesia se renueve a través de tantos sacerdotes santos, transfigurado por la gracia de Aquel que renueva todas las cosas.
“Ayúdanos con tu poderosa intercesión, a no faltar nunca a esta vocación sublime, a no ceder a nuestro egoísmo, a las tentaciones del mundo y a las sugerencias del diablo.
“Madre de la Iglesia Nosotros, sacerdotes, queremos ser pastores que no se apacientan a sí mismos sino que se entregan a Dios por los hermanos, hallando así su felicidad. No sólo con palabras sino con la vida, queremos repetir con humildad, día tras día, nuestro “aquí estoy”.
Terminadas las vísperas, el Santo Padre se trasladó a la Casa “Nossa Senhora do Carmo”, un lugar para ejercicios espirituales, que forma parte del complejo del Santuario, donde cenó.
PV-PORTUGAL/ VIS 20100513 (850)
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