CIUDAD DEL VATICANO, 8 MAY 2010 (VIS).-Ayer tarde, Benedicto XVI, presidió el rito de la “Ultima Commendatio" y de la "Valedictio" al final de la misa fúnebre por el cardenal Luigi Poggi, archivero y bibliotecario emérito de la Santa Iglesia Romana. fallecido el pasado 4 de mayo a los 92 años. Celebró la Santa Misa, junto a los demás purpurados, el cardenal Angelo Sodano, decano del colegio cardenalicio.
“Ante el misterio de la muerte –dijo el Papa- para los que no tienen fe todo parece perdido irremediablemente. Es entonces cuando la palabra de Cristo ilumina el camino de la vida y confiere valor a cada uno de sus momentos (...) En este horizonte de fe, nuestro llorado hermano vivió toda su existencia, consagrada a Dios y al servicio de los demás, siendo así testigo de esa fe valiente que sabe fiarse de Dios”.
“Podríamos decir que toda la misión sacerdotal del cardenal Luigi Poggi estuvo dedicada al servicio directo de la Santa Sede”, afirmó el pontífice recordando a continuación las diversas etapas que jalonaron la existencia del purpurado, comenzando por su ingreso en 1945 en la entonces Primera Sección de la Secretaría de Estado. “Años difíciles –observó- en los que se entregó con dedicación al servicio de la Iglesia”.
En 1963, el cardenal se desplaza a Túnez para llegar a un “modus vivendi” entre la Santa Sede y el gobierno del país acerca de la situación jurídica de la Iglesia Católica y, en 1965 es nombrado Delegado Apostólico para África Central con dignidad de arzobispo. En 1969 es designado nuncio apostólico en Perú y regresa a Roma en 1973 para desempeñar la función de nuncio apostólico con encargos especiales, sobre todo “para establecer contactos con los gobiernos de Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumania y Bulgaria, con el fin de mejorar la situación de la Iglesia Católica en esos países”, rememoró Benedicto XVI.
Cuando en 1974 se institucionalizan las relaciones entre la Santa Sede y el gobierno polaco, el entonces arzobispo Poggi es nombrado Jefe de la Delegación de la Santa Sede para los contactos permanentes con el gobierno de Polonia. “En esa época –dijo el Papa- viajó numerosas veces a Polonia, encontrando a muchas personalidades tanto políticas como eclesiásticas y convirtiéndose, siguiendo la escuela de su superior el cardenal Agostino Casaroli, un protagonista de la “ostpolitik” vaticana en los países del bloque comunista”.
En 1986 es nombrado nuncio apostólico en Italia y desde aquel momento “esa nunciatura asume el encargo de estudiar los informes relativos a la designación de obispos en el país. Siempre en ese período, en calidad de representante pontificio, gestionó una delicada fase de reordenación de las diócesis italianas”.
Juan Pablo II lo crea cardenal en el consistorio de noviembre de 1994 nombrándolo además Archivero y Bibliotecario de la Santa Iglesia Romana, encargo que conserva hasta 1998.
“Si morimos con Cristo, creemos que viviremos con Él (...) Pensemos en estas palabras iluminantes de San Pablo mientras damos al cardenal Luigi Poggi nuestro último y emocionado saludo (...) La unión sacramental, pero real, con el misterio pascual de Cristo abre al bautizado la perspectiva de participar en su misma gloria. (...) Por eso la muerte de un hermano en Cristo, todavía más si está marcado por el carácter sacerdotal, es siempre un motivo de estupor, recóndito y agradecido, por el designio de la divina paternidad que nos libra del poder de las tinieblas y nos lleva al reino de su Hijo predilecto”
HML VIS 20100510 (580)
“Ante el misterio de la muerte –dijo el Papa- para los que no tienen fe todo parece perdido irremediablemente. Es entonces cuando la palabra de Cristo ilumina el camino de la vida y confiere valor a cada uno de sus momentos (...) En este horizonte de fe, nuestro llorado hermano vivió toda su existencia, consagrada a Dios y al servicio de los demás, siendo así testigo de esa fe valiente que sabe fiarse de Dios”.
“Podríamos decir que toda la misión sacerdotal del cardenal Luigi Poggi estuvo dedicada al servicio directo de la Santa Sede”, afirmó el pontífice recordando a continuación las diversas etapas que jalonaron la existencia del purpurado, comenzando por su ingreso en 1945 en la entonces Primera Sección de la Secretaría de Estado. “Años difíciles –observó- en los que se entregó con dedicación al servicio de la Iglesia”.
En 1963, el cardenal se desplaza a Túnez para llegar a un “modus vivendi” entre la Santa Sede y el gobierno del país acerca de la situación jurídica de la Iglesia Católica y, en 1965 es nombrado Delegado Apostólico para África Central con dignidad de arzobispo. En 1969 es designado nuncio apostólico en Perú y regresa a Roma en 1973 para desempeñar la función de nuncio apostólico con encargos especiales, sobre todo “para establecer contactos con los gobiernos de Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumania y Bulgaria, con el fin de mejorar la situación de la Iglesia Católica en esos países”, rememoró Benedicto XVI.
Cuando en 1974 se institucionalizan las relaciones entre la Santa Sede y el gobierno polaco, el entonces arzobispo Poggi es nombrado Jefe de la Delegación de la Santa Sede para los contactos permanentes con el gobierno de Polonia. “En esa época –dijo el Papa- viajó numerosas veces a Polonia, encontrando a muchas personalidades tanto políticas como eclesiásticas y convirtiéndose, siguiendo la escuela de su superior el cardenal Agostino Casaroli, un protagonista de la “ostpolitik” vaticana en los países del bloque comunista”.
En 1986 es nombrado nuncio apostólico en Italia y desde aquel momento “esa nunciatura asume el encargo de estudiar los informes relativos a la designación de obispos en el país. Siempre en ese período, en calidad de representante pontificio, gestionó una delicada fase de reordenación de las diócesis italianas”.
Juan Pablo II lo crea cardenal en el consistorio de noviembre de 1994 nombrándolo además Archivero y Bibliotecario de la Santa Iglesia Romana, encargo que conserva hasta 1998.
“Si morimos con Cristo, creemos que viviremos con Él (...) Pensemos en estas palabras iluminantes de San Pablo mientras damos al cardenal Luigi Poggi nuestro último y emocionado saludo (...) La unión sacramental, pero real, con el misterio pascual de Cristo abre al bautizado la perspectiva de participar en su misma gloria. (...) Por eso la muerte de un hermano en Cristo, todavía más si está marcado por el carácter sacerdotal, es siempre un motivo de estupor, recóndito y agradecido, por el designio de la divina paternidad que nos libra del poder de las tinieblas y nos lleva al reino de su Hijo predilecto”
HML VIS 20100510 (580)
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