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lunes, 15 de septiembre de 2008

PROCESION EUCARISTICA: PROCLAMAR LAS MARAVILLAS DE DIOS

CIUDAD DEL VATICANO, 14 SEP 2008 (VIS).-A las 18,30 de esta tarde, el Santo Padre, vestido con paramentos litúrgicos, asistió desde el podio a la parte final de la procesión eucarística en la Pradera del santuario de Lourdes.

  Después de un momento de adoración al Santísimo Sacramento, el Papa pronunció una oración.

  "Señor Jesús, estás aquí. Y vosotros, hermanos, hermanas, amigos míos. Estáis aquí, conmigo, ante Él".

  "Lo contemplamos, lo adoramos, lo amamos. Buscamos amarlo todavía más".

  "Adoramos a Aquel que está al inicio y al final de nuestra fe, sin el que no estaríamos aquí esta tarde, sin el que no seríamos nada, sin el que no existiría nada, nada, absolutamente nada. Aquel, por medio de quien "se hizo todo"; por quien hemos sido creados, para la eternidad; el que nos ha dado su propio Cuerpo y su propia Sangre, Él está aquí, esta tarde, ante nosotros, ofreciéndose a nuestras miradas".

  "La Hostia Santa expuesta ante nuestros ojos proclama este poder infinito del Amor manifestado en la Cruz gloriosa. La Hostia Santa proclama el increíble anonadamiento de Quien se hizo pobre para darnos su riqueza, de Quien aceptó perder todo para ganarnos para su Padre. La Hostia Santa es el Sacramento vivo y eficaz de la presencia eterna del Salvador de los hombres en su Iglesia.

  "María, la Virgen Santa, María, la Inmaculada Concepción, aceptó, hace dos mil años, entregarle todo, ofrecer su cuerpo para acoger el Cuerpo del Creador. Todo ha venido de Cristo, incluso María; todo ha venido por María, incluso Cristo.

  "María, la Santísima Virgen, está con nosotros esta tarde, ante el Cuerpo de su Hijo, ciento cincuenta años después de revelarse a la pequeña Bernadette.

  "Virgen Santa, ayúdanos a contemplar, ayúdanos a adorar, ayúdanos a amar, a amar más todavía a Quien nos amó tanto, para vivir eternamente con Él".

  "Una inmensa muchedumbre de testigos está invisiblemente presente a nuestro lado; (…) la muchedumbre de todos los que pasaron horas adorándolo en el Santísimo Sacramento del Altar".

  "Esta tarde, no los vemos, pero los oímos aquí, diciéndonos a cada uno de nosotros: "Ven, déjate llamar por el Maestro. Él está aquí y te llama. Él quiere tomar tu vida y unirla a la suya. Déjate atraer por Él. No mires ya tus heridas, mira las suyas. No mires lo que te separa aún de Él y de los demás; mira la distancia infinita que ha abolido tomando tu carne, subiendo a la Cruz que le prepararon los hombres y dejándose llevar a la muerte para mostrar su amor. En estas heridas, te toma; en estas heridas, te esconde. No rechaces su amor".

  "La multitud inmensa de testigos que se dejó atraer por su Amor, es la muchedumbre de los santos del cielo que no cesan de interceder por nosotros. Eran pecadores y lo sabían, pero aceptaron no mirar sus heridas y mirar sólo las heridas de su Señor, para descubrir en ellas la gloria de la Cruz, para descubrir en ellas la victoria de la Vida sobre la muerte".

  "Jesucristo pasado, en la verdad histórica de la tarde en el cenáculo, que se nos recuerda en toda celebración de la Santa Misa.

  "Jesucristo presente, porque nos dice: "Tomad y comed todos, porque esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre". "Esto es", en presente, aquí y ahora, como en todos los aquí y ahora de la historia de los hombres".

  "La Eucaristía es también Jesucristo futuro, Jesucristo que viene. Cuando contemplamos la Hostia Santa, su cuerpo glorioso transfigurado y resucitado, contemplamos lo que contemplaremos en la eternidad, descubriendo el mundo entero llevado por su Creador cada segundo de su historia. Cada vez que lo comemos, pero también cada vez que lo contemplamos, lo anunciamos, hasta que el vuelva, "donec veniat". Por eso lo recibimos con infinito respeto".

  "Algunos de nosotros no pueden o no pueden todavía recibirlo en el Sacramento, pero pueden contemplarlo con fe y amor, y manifestar el deseo de poder finalmente unirse a Él. Es un deseo que tiene gran valor ante Dios: esperan con mayor ardor su vuelta; esperan a Jesucristo, que debe venir".

  "Amados hermanos y hermanas, peregrinos y habitantes de estos valles, hermanos obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, todos vosotros que estáis viendo el infinito anonadamiento del Hijo de Dios y la gloria infinita de la Resurrección, permaneced en silencio y adorad a vuestro Señor, nuestro Maestro y Señor Jesucristo. Permaneced en silencio, después hablad y decid al mundo: no podemos callar lo que sabemos. Id y proclamad al mundo entero las maravillas de Dios, presente en cada momento de nuestras vidas, en toda la tierra. Que Dios nos bendiga y nos guarde, que nos conduzca por el camino de la vida eterna, Él que es la Vida, por los siglos de los siglos. Amén".

  Terminado el acto, Benedicto XVI de trasladó al Ermitage St. Joseph, donde cenó.
PV-FRANCIA/ORACION:EUCARISTIA/LOURDES            VIS 20080915 (800)


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