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El 'Vatican Information Service' (VIS) es un boletín informativo de la Oficina de Prensa Santa Sede. Transmite diariamente información sobre la actividad magisterial y pastoral del Santo Padre y de la Curia Romana... []

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martes, 9 de marzo de 2004

PRIMERA ENCICLICA DE JUAN PABLO II: "REDEMPTOR HOMINIS"


CIUDAD DEL VATICANO, 9 MAR 2004 (VIS).-Cinco meses después de su elección al pontificado, Juan Pablo II dirigió a todos los creyentes su primera carta encíclica "Redemptor hominis". Al cumplirse el próximo 15 de marzo el vigesimoquinto año de su publicación, ofrecemos una síntesis de este documento, en el que el nuevo Papa trazaba las líneas maestras de su pontificado: el esfuerzo por acercar a todos los hombres a Cristo, el ecumenismo, la necesidad de potenciar la dimensión moral del progreso y la defensa de los derechos humanos.

  Estas tareas que debe afrontar la Iglesia para entrar en el nuevo milenio tienen su fundamento en una verdad expresada al inicio de la carta: "El Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del cosmos y de la historia".

  La encíclica se divide en cuatro capítulos: "Herencia", "El misterio de la Redención", "El hombre redimido y su situación en el mundo contemporáneo" y "La misión de la Iglesia y la suerte del hombre". Fue firmada en Roma el 4 de marzo de 1979.

I. HERENCIA. La historia avanza hacia el final del segundo milenio, que será el año de un gran Jubileo. Esta fecha nos recordará de modo especial la verdad clave de la fe, expresada por San Juan al principio de su Evangelio: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". Con este acto redentor, la historia del hombre alcanza su punto culminante: "A través de la Encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que quería dar al hombre desde sus comienzos".

  Partiendo de esta idea fundamental, Juan Pablo II desea poner en práctica las enseñanzas del Concilio Vaticano II y continuar así la obra realizada por Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I.

  Durante el "difícil período postconciliar", Pablo VI supo mostrar al mundo el auténtico rostro de la Iglesia y preservarla contra los excesos de la autocrítica. Gracias a él, "la Iglesia está ahora mucho más unida en la comunión de servicio y en la conciencia del apostolado".

  El Papa Juan XXIII puso de manifiesto la necesidad de trabajar para alcanzar la unidad de los cristianos, según la voluntad que el mismo Cristo expresó en la oración del Cenáculo: "Padre, que todos sean uno". La actividad ecuménica significa "apertura, acercamiento, disponibilidad al diálogo, búsqueda común de la verdad en el pleno sentido evangélico y cristiano". Todo ello con perseverancia, humildad y valor, y sin renunciar a la verdad divina enseñada por la Iglesia.

II. EL MISTERIO DE LA REDENCION. Para aproximarse al Padre, la Iglesia debe continuar caminando hacia Cristo, Redentor del mundo, porque solo en El está la salvación. La Cruz sobre el Calvario manifiesta la eterna paternidad de Dios, que mediante Cristo se aproxima de nuevo a la humanidad, revelándonos su amor y su misericordia.

  El hombre no puede vivir sin amor, ya que entonces no se comprende a sí mismo, su vida carece de sentido. Por ello, "Cristo Redentor revela plenamente el hombre al mismo hombre". La Iglesia sabe que Jesucristo ha devuelto al hombre la dignidad y el sentido de su existencia en el mundo. Su tarea fundamental, especialmente en nuestros días, es "revelar a Cristo al mundo, ayudar a todo hombre para que se encuentre a sí mismo en El". Esta misión apostólica parece encontrar en nuestra época más oposición que en las anteriores; sin embargo, es más necesaria que nunca.

III. EL HOMBRE REDIMIDO Y SU SITUACION EN EL MUNDO CONTEMPORANEO. Al seguir a Cristo, la Iglesia no puede permanecer insensible frente a lo que sirve al verdadero bien del hombre -tanto temporal como eterno-, ni ante lo que lo amenaza. Su preocupación por que la vida en el mundo sea conforme a la dignidad del hombre es la preocupación del propio Cristo, el Buen Pastor.

  El hombre actual parece estar amenazado por el resultado del trabajo de sus manos y de su intelecto. Vive con miedo, temiendo que sus productos puedan convertirse en instrumentos de autodestrucción. La razón de ello es que el desarrollo de la técnica y de la civilización "exige un desarrollo proporcional de la moral y de la ética. Este último parece, por desgracia, haberse quedado atrás".

  En efecto, "la situación del hombre en el mundo contemporáneo parece distante tanto de las exigencias objetivas del orden moral, como de las exigencias de la justicia o aún más del amor social". Es necesario recordar el sentido del dominio sobre la tierra que el Creador concedió al hombre como tarea. Dicho dominio consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, de la persona sobre las cosas, del espíritu sobre la materia.    

  El hombre no puede renunciar al puesto que le corresponde en el mundo, no puede convertirse en esclavo de las cosas, de los sistemas económicos, de la producción o de sus propios productos. Una civilización puramente materialista trae como consecuencia esta esclavitud.

  Así, la mentalidad consumista vigente hoy en los países desarrollados ha conducido al establecimiento de estructuras económicas y políticas que dilapidan a un ritmo acelerado los recursos materiales, amenazando el medio ambiente. Al mismo tiempo, extienden incesantemente las zonas de miseria.

  Para cambiar esta situación, se necesitan soluciones audaces y creativas adecuadas a la auténtica dignidad del hombre. El principio que debe guiar la búsqueda de mecanismos e instituciones eficaces es la solidaridad, especialmente en el plano de una más justa y amplia distribución de la riqueza. Pero la indispensable transformación de las estructuras económicas no será fácil "si no se realiza una auténtica conversión de la mente y el corazón".

  Otro campo estrechamente relacionado con la misión de la Iglesia en el mundo es la defensa de los derechos humanos. La paz se mantiene mediante el respeto de estos derechos; la guerra surge cuando son violados.
 
  Por eso, la Iglesia debe, junto a los hombres de buena voluntad, preguntar continuamente si se respeta la Declaración de los Derechos del hombre. Los derechos del poder, que derivan de su deber fundamental -velar por el bien común de la sociedad-, solamente se pueden entender desde la base del respeto a los derechos humanos. 

  Entre ellos, el derecho a la libertad religiosa y a la libertad de conciencia ocupan un lugar preeminente. No respetarlos supone cometer "una injusticia radical con respecto a lo que es (...) auténticamente humano". El respeto a estos derechos es un importante indicador del verdadero progreso del hombre en cualquier sociedad.

IV. LA MISION DE LA IGLESIA Y LA SUERTE DEL HOMBRE. La vida eterna, prometida por el Padre en Jesucristo, "es el cumplimiento final de la vocación del hombre". La Iglesia, que vive de esta realidad del hombre, debe "concentrarse y reunirse en torno al misterio de la Redención, encontrando en él la fuerza y la luz indispensables para la propia misión".

  A la luz del Concilio Vaticano II, la Iglesia aparece como responsable de la correcta transmisión de la verdad divina. Por eso, debe adherirse fielmente a ella cuando profesa y enseña la fe. La responsabilidad por esta verdad significa también "amarla y buscar su comprensión más exacta, para hacerla más cercana a nosotros mismos y a los demás". En este campo, es indispensable una estrecha colaboración de los teólogos con el Magisterio. Como servidores de la verdad, "los teólogos no pueden nunca perder de vista el significado de su servicio en la Iglesia".

  La responsabilidad de la Iglesia por la verdad divina ha de ser compartida por todos. Los teólogos y los hombres de ciencia creyentes están llamados hoy a "unir la fe con la ciencia y la sabiduría, para contribuir a su recíproca compenetración". Los especialistas de las diversas disciplinas, como miembros del Pueblo de Dios, participan de la misión profética de Cristo al servicio de la verdad divina.

  La vida sacramental de la Iglesia y de cada cristiano alcanza su plenitud en la Eucaristía. En este sacramento se renueva continuamente, por voluntad de Cristo, el misterio del sacrificio de la Cruz, con el que nos obtuvo del Padre los dones del Espíritu Santo y de la nueva vida inmortal en la resurrección. 
 
  Al celebrar el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, es preciso "respetar la plena dimensión del misterio divino (...) en el cual se recibe a Cristo, realmente presente, y el alma se llena de gracias". Todos en la Iglesia, pero especialmente los obispos y los sacerdotes, deben velar para que este sacramento sea el centro de la vida del Pueblo de Dios.

  La Eucaristía está estrechamente ligada a la penitencia: "Sin un constante y siempre renovado esfuerzo por la conversión, la participación en la Eucaristía estaría privada de su plena eficacia redentora". Ambos sacramentos están íntimamente relacionados con la vida conforme al espíritu del Evangelio. La Iglesia que se prepara continuamente para la nueva venida del Señor debe de ser la Iglesia de la Eucaristía y de la penitencia. "Solo bajo ese aspecto espiritual de su vitalidad y de su actividad es la Iglesia de la misión divina".

  La vocación cristiana consiste en servir y reinar. A la luz de las enseñanzas de Cristo, solo sirviendo se puede reinar verdaderamente. Al mismo tiempo, "el servir exige tal madurez espiritual, que es preciso definirlo como un 'reinar'".

  Este servicio real impone sobre cada uno de nosotros, siguiendo el ejemplo de Cristo, "el deber exigirnos exactamente aquello a lo que hemos sido llamados". La fidelidad a la vocación es especialmente importante en las tareas que requieren un mayor compromiso y que tienen mayor influencia sobre la vida del prójimo y de la sociedad.

  Colaborando con la gracia que Cristo nos ha ganado, "podemos conseguir aquel reinar, esto es, realizar una humanidad madura en cada uno de nosotros". Ello significa el pleno uso de la libertad que nos ha dado el Creador: "Cristo nos enseña que el mejor uso de la libertad es la caridad, que se realiza en la donación y en el servicio".

  La Iglesia sirve auténticamente a la humanidad cuando tutela estas verdades con amor ferviente, y cuando las transmite y las concreta en la vida humana. De este modo, se confirma que "el hombre es y se hace siempre el 'camino' de la vida cotidiana de la Iglesia".
 
  Ante las tareas que la Iglesia tiene por delante y las dificultades que puede encontrar, se hace imprescindible una intensa oración. "Solamente la oración puede lograr que todos estas grandes tareas y dificultades no se conviertan en fuentes de crisis, sino en ocasión y fundamento de conquistas cada vez más maduras en el camino del Pueblo de Dios hacia la Tierra Prometida".
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ENC/REDEMPTOR HOMINIS/...                                                           VIS 20040309 (1700)

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